JIMANÍ, PROVINCIA INDPENDENCIA, República Dominicana.- El polvo cubre los rostros de mujeres, hombres y niños que caminan a prisa cargando sacos y cajas de cartón sobre sus cabezas o arrastrando carretillas cargadas con comestibles, vestimentas y utensilios de uso doméstico. Algunos transportan sus pertenencias auxiliados por una motocicleta que remolca los carretones.
El paisaje en la frontera, sobre todo en Jimaní (Dominicana) y Mal Paso (Haití) muestra el movimiento y el intercambio constantes.A la orilla de la carretera abundan pequeños quioscos improvisados por dominicanos y haitianos, abigarrados negocios para el comercio minorista.
Arroz, huevos, víveres, dulces, jugos, entre otros tipos de alimentos cargan mujeres y hombres en los sacos que transportan en la calle sin pavimentar, identificada como “tierra de nadie”.
“Yo no hable español”, expresa uno de los comerciantes haitianos al ser preguntado por los periodistas de Acento sobre la situación en la frontera luego de haberse vencido el plazo otorgado para la inscripción en el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros el pasado 17 de junio del presente año.
Se insisten con varios comerciantes haitianos. Casi todos se resisten a dar declaraciones, y los que hablan se quejan de que han sido discriminados en el territorio dominicano. Los niños observan apenas laventando la mirada, unos no saben hablar español y otros dominan algunas palabras.
Junto a sus padres se detienen tras los improvisados mostradores de madera u otros objetos que simulan su espacio de trabajo.
Un comercio muy activo
“Yo vendo mabí. Los hago en mi casa y luego los traigo para acá”, dice Rosa.
Rosa se sienta junto al portón fronterizo casi derrumbado de su país, Haití. Señala que no hay ningún problema, que todo ha estado normal pese a las nuevas reglas migratorias dominicanas, pero prefiere no aventurarse a ir muy lejos dentro del territorio dominicano.
Mientras tanto, como ocurre en los tradicionales días del mercado binacional, llueven las ofertas y las demandas. Alimentos a "costo de fábrica" son ofrecidos por los comerciantes que pregonan a viva voz, y de inmedianto se acercan compradores de ambas nacionalidades. Notoria es la actividad de los que que cocinan y venden alimentos para el día de mercado.
El plato más abundante este día consiste de carne y víveres cocinados al carbón. Las mujeres cocineras se colocan tan cerca una de otra que parecen confundirse en un solo negocio. La frescura de los alimentos y el esmero de las mujeres cocineras contrastatan con la basura amontonada en los alrededores. Montañas de plásticos y desecho de alimentos afean el lugar. Pero a nadie parece importarle. Todos y cada uno están en lo suyo.
Algunas mujeres se cubren los rostros y otras el pelo, previniendo la polvareda que levantan los vehículos al transitar, sobre todo los camiones,por la angosta vía. Al llegar al punto de inspección antes de entrar a territorio haitiano a cada conductor le espera una larga fila.
No falta un conductor que intente pasarse de listo acortando distancia en una especie de campo traviesa.Pero al final no queda más remedio que sumarse a la fila y aguardar por su turno para la inspección.
El sol y el calor hacen sudar comerciantes y a visitantes. Cruzan, cruzan y cruzan una y otra vez, como hormigas, las hileras de trabajadoras. La necesidad de ganarse el pan las obliga cada martes y jueves a estar presentes desde las ocho de la mañana, hora en que se abren las puertas de la frontera para dar inicio al gran mercado binacional.
“Me voy porque no quiero que me saquen”…
“Llegó una familia más”, comenta en voz alta, ya pasadas las 10 de la mañana del jueves, un hombre joven, delgado y alto que se dedica a manejar un vehículo que transporta personas desde República Dominicana hacia Haití.
“Ahí van como 60 personas, con sus pertenencias y todos son haitianos que van para Haití”, agrega mientras señala la guagua pintada con los colores fuertes que prefieren los haitianos. El vehículo se marcha atestado de personas. Apenas hay asientos para 20 pasajeros, el resto viaja a pie, agarrándose a los tubos que descienden del techo del vehículo, en el centro.
Por otro lado, al borde de un camión color rojo viajaban una mujer y un anciano con varios niños. El camión también transportaba cuatro colchones, una estufa, sillas, envases para agua, un juego de comedor y unas gallinas.
La mujer, llamada María, destaca que lleva desde el año 2002 en el país y tres de sus hijos nacieron en la República Dominicana. El mayor llegó cuando tenía apenas dos años de edad, por lo que aplica al Plan de Regularización al igual que su madre.
No obstante, con cara de desolación, explica que se inscribió en el plan pero se siente cansada de todos los esfuerzos que ha realizado para regularizarse y no conseguir una respuesta positiva, lo que llevó a desistir y a regresar a su país.
“Estoy cansada de levantarme temprano todos los días y de gastar dinero en pasajes, invirtiendo muchas horas para llegar muy tarde a mi casa y no conseguir nada”, resalta.
Sus pequeños de entre 15 y 5 años, reflejan el cansancio de las más de cinco horas de camino que tomaron desde San Cristóbal a Jimaní, donde los espera una guagua que les cobrará tres mil pesos hacia la casa materna de su progenitora en Haití.
“No sé qué haré de ahora en adelante, pero prefiero pasarlo en mi casa con mi familia que sola con mis hijos en República Dominicana”, indica María recostándose en el asiento del vehículo que comparte junto a sus hijos.
Un caso de dominicanos de ascendencia haitiana
A pocos metros se encuentra, Ludovic Reyes, nacido en Duvergé. Nunca obtuvo documentos y tampoco sus tres hijos. Es un descendiente de padres haitianos que llegaron al país con su hermano mayor hace más de 40 años. Ya ninguno vive.
Dice que se marcha porque no quiere ser llevado de manera violenta ni que se le haga daño a sus hijos. Monta sus trastes en el vehículo que lo trasladará.
Su hijo, Roberto, apenas de 15 años, dice no sabe qué hará en Haití porque ni siquiera tiene papeles que le acrediten es haitiano. “Ahora me estoy riendo, pero sí estoy asustado por lo que me espera”.
Quiere obtener un título universitario y llegar a ser un profesional reconocido en el área que escoja. Sin embargo, no cree eso pueda ser pronto.
Su padre los inscribió a todos en el Plan debido a que no puede demostrar que son dominicanos, porque nacieron bajo el cuidado de parteras y no en hospitales, y no pudieron conseguir todos los papeles para la naturalización.
“Yo me voy y vuelvo a ver qué hago con mis hijos, y así vender una tierra que tengo en mi pueblo”, apunta Ludovic.
“Me inscribí, pero no conseguí todos los papeles”
Según las autoridades de Interior y Policía, más de 280 mil personas se inscribieron antes del día 17 de junio del presente año, fecha en que concluyó el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros.
Solo cinco mil habrían introducido todos los documentos requeridos en ese entonces y en la actualidad unos dos mil concluyen con el proceso satisfactoriamente. Concluido el plazo de los 45 días luego del cierre de la inclusión en el Plan de Regularización de Extranjeros en República Dominicana, las autoridades de Migración empezarían a requerir a los inmigrantes sus documentos de residencia autorizada.
Ha informado la Dirección General de Migración que cada caso de indocumentados será tratado de manera individual, respetando los derechos humanos y los protocolos y acuerdos internacionales sobre la materia. No habrá repatriaciones masivas, como ha informado y retiterado el Gobierno dominicano.
Pero entre Jimaní y Mal Paso, al margen de lo que depara el futuro, los dominicanos y los haitianos continúan con sus relaciones comerciales, dándole vida a la frontera y unidos por la necesidad y la solidaridad.
Es lo que ha ocurrido durante decenios, como si la vida se hubiese detenido en este lugar.
Concluida la jornada del día, cuando el sol comienza a esconderse. Dominicanas, haitianas, dominicanos, hatianos, recogen sus pertenencias, y las ganacias que obtuvieron en un día más del mercado binacional. Y cada quien regresa a su país a uno y otro lado de la frontera.