NOTA DE LA REDACCIÓN

El dominicano Luis Maybonex Rodríguez, residente en Nueva York (Estados Unidos) narra su experiencia como testigo presencial de la situación que vive es urbe en medio de las protestas cívicas contra los abusos policiales y el racismo.

Miles de jóvenes Negros y Latinos se lanzan a las calles de New York en el sexto día de protesta por la muerte de George Floyd.

Luis Mayobanex Rodríguez

New York.-Millares de jóvenes en su mayoría negros y latinos recorrieron este lunes la parte baja del condado de Manhattan bajo la consigna “las vidas negras importan”.

Este era el sexto día continuo de protesta por la muerte de George Floyd, afroamericano asfixiado por el represivo agente de la policía Derek Chauvin, en Ia ciudad de Minneapolis.

Al sumarme a la protesta a eso de las 5:45 de la tarde, los manifestantes caminaban hacia Union Square, histórica plaza de ciudad de New York bordeada por la calle 14 al sur, la 17 al norte, por Broadway al oeste y Park South al este.

El grito de Sin Justicia no hay Paz se adueñó de la lujosa avenida Park, para luego marchar por la famosa Quinta Avenida en vía contraria.

Las paredes de muchas de sus famosas tiendas que se fueron a quiebras por la crisis generada por el Covid-19 adquirieron vida y sirvieron para reproducir el reclamo de justicia para las víctimas del racismo y la brutalidad policial.

Mientras caminábamos quedaban las huellas de quienes exhortaban a mantenerse fuerte (Stay Strong) y quienes desde el atardecer expresaban su rechazo a la disposición del gobernador Andrew Cuomo de someter a la ciudad a un toque de queda desde las 11 de la noche hasta las 5:00 de la mañana.

Y lo hacían con el desparpajo propio de los jóvenes de hoy: FK CURFEW, que en buen dominicano sería pal,carajo el toque de queda.

El no “dispare, tenemos las manos levantadas” caía como un maldición a las decenas de policías apostados en esta esquina que nada podían hacer contra quienes no tan solo interrumpían el tránsito a las 7:40 de la noche, sino que lo hacían en vía contraria

Quienes protestaban volvieron sobre sus pasos y marcharon hacia el sur para ocupar el emblemático Washington Square Park.

Allí dos jóvenes arengaron a los presentes. El “no puedo respirar”, últimas palabras de Floyd dominaría el ánimo de los manifestantes.

Reclamaron justicia para George Flord, fin del racismo y la brutalidad policial. Condenaron duramente al sistema que hace más rico al 1% de la población mientras empobrece al 99% y reclamaron más información y clases en centros educativos sobre los aportes de los negros al desarrollo de los Estados Unidos.

Al terminar el rally de nuevo se inicio la marcha.

Volvíamos hacia el norte de Manhattan.

Saliendo del Parque por University Place la tensión se apoderó del ambiente.

Allí estaba parte de la oficialidad policial de la ciudad, encabezada por Terence Monahan, jefe del departamento que supervisa los comandantes y responsable de operación.

En su contra fueron lanzadas algunas botellas de agua, lo que fue rechazado por quienes aparentaban liderar la marcha.

Procedieron a crear una barrera humana entre las masas y los oficiales de la policía, quienes juiciosamente retrocedían lentamente por orden de Monahan.

De pronto uno de los líderes de los manifestantes caminó de manera amigable hacia los agentes.

Les saluda con el toque de su puño derecho e inicia un dialogo con el comandante Monahan. Entre el ruido de la multitud le pide que hable y que condene la muerte de Floyd, lo cual ocurre. Subrayando que ningún oficial de la policía de New York apoya lo ocurrido en Minneapolis.

Todo ocurría ante una multitud y unos agentes policiales dominados por la sorpresa.

Pocos creían o creíamos lo que estábamos escuchando.

No era algo producto de la magia, sino del espíritu que crean los movimientos de masas y los posibles momentos de rupturas.

Con el contagio que genera una combinación de pasión y razón el comandante Monahan no tan solo dio un discurso propio de un activista, sino que asedió a colocar su rodilla izquierda en el suelo y agarrarse de las manos con los líderes de la manifestación. Brazos en alto.

Pero todavía faltaba más.

Rompiendo todo el protocolo de distanciamiento social y sin guantillas y mascarillas, Monahan recibiría un cálido abrazo por uno de los más aguerridos de los manifestantes. Era una escena que se pudiera semejar al abrazo entre un hijo que regresa del frente de guerra y su padre.

Fue una ocasión llena de emoción que por el momento disipo la tensión creada y la posibilidad de que la violencia de la noche anterior explotara de nuevo.

No sé si inédito, pero nunca había visto en las tantas y tantas manifestaciones que he participado en New York un caso semejante.

Un caso que gracias al avance de la tecnología quedará grabado para la posterioridad y sellado, como estampa postal, con las lágrimas en la camisa blanca del comandante policial Monahan de un extraño manifestante que se proyectó como líder.

Mientras avanzábamos hacia el norte por la sexta avenida las paradas con rodillas al suelo y el puño en alto se sucedieron con frecuencia, viejo simbolismo de lucha y resistencia que cual tradición irrenunciable se ha heredado del famoso Poder Negro de los años sesentas.

En un caminar aparentemente sin rumbo que dislocaba a una policía colocada a la defensiva, la multitud dobló hacia el oeste para pasar por el famosísimo Rockefeller Center, que cerrado al público por la crisis del Covid-19, sólo era protegido, y tal vez fue lo mejor, por unos pocos trabajadores de limpiezas, entre los estos varios con pinta indiscutible de dominicanos.

Extrañamente el tramo de la calle 50 entre la Quinta y Sexta Avenida fue abrazada por silencio de los manifestantes, lo que me permitió fijarme en un letrero hecho a manos que portaba un joven, que como la inmensa mayoría, no pasaba de 25 años: El Silencio del Blanco es igual a Violencia (WHITE SILENCE= VIOLENCE).

Al llegar a la calle 50 y Sexta Avenida, en la esquina exacta del fabuloso Radio City Music Hall, los canticos volvieron a tronar con una armonía tal y como si estuvieran acompañados de una de las tantas famosas orquesta que han pasados por el legendario centro musical.

El no “dispare, tenemos las manos levantadas” caía como un maldición a las decenas de policías apostados en esta esquina que nada podían hacer contra quienes no tan solo interrumpían el tránsito a las 7:40 de la noche, sino que lo hacían en vía contraria.

Y como si eso fuera poco los propios choferes de carros privados, taxis y buses públicos con el tocar de las bocinas alentaban a los manifestantes.

Rumbo al sur, y escasos minutos de las 8:00 de la noche, la marcha continuaba con la fuerza que había iniciado un poco mas de 4 horas antes.

Había llegado el momento de retirarme. Lo hice en la calle 42 y sexta avenida.

Les desee suerte a los jóvenes camaradas con quienes había compartido la alegría de perseguir junto la utopía de la igualdad, la justicia y la solidaridad.

Al caminar por la famosa calle me di cuenta que no tan solo por el coronavirus sino también por el miedo las voces rebeldes de unos jóvenes que salieron tal vez de los barrios más pobres de la ciudad, La 42 estaba completamente desierta. No más de 6 carros se veían en esta transitada vía. Por cierto, sus ocupantes no eran taxistas sino policías.

Llegando a la estación del tren recibí una llamada de una inteligente mujer periodista de República Dominicana. Cometamos lo que estaba ocurriendo en New York. Me preguntó sobre el toque de queda. Le dije que de acuerdo a la decisión del gobernador sería de 11 de la noche a 5:00 de la mañana, pero que yo no estaba seguro si iría a ser respetado.

Dije eso porque volvió de nuevo a mí memoria uno de los letreros de la Quinta Avenida: FK CURFEW.