MIAMI, Florida (EEUU).-Si me dijeran que pida un deseo, según Silvio Rodríguez, nunca pediría un rabo de nubes, quisiera que el deseo y el querube se transformaran en cero a la impunidad, para que nuestro país, República Dominicana, fuera diferente, y entonces tener un manantial de deseos que eliminara tanta tristeza, tanto fastidio oficial ante las investigaciones criminológicas.
En un mes de marzo, apenas era primavera en el trópico, Jean Louis Jorge, un brillante cineasta, caía abatido por fuerzas oscuras del poder económico y el desvarío de las pasiones extraviadas.
Al final nunca se supo si fue él o ella, el que haló cuchillo y muerte para un caballero de Santiago.
El padre de Jean Louis, en su dolor, afirmaba que descubrió quiénes fueron. Decía que era lo único que le faltaba, para morir tranquilo.
Esta información no está confirmada totalmente: logró indagar, porque contrató agentes extranjeros, para descubrir una verdad que la policía, como es habitual, quizás había descubierto, pero que encubrió y encubre hasta hoy. El padre de Jean Luis apenas pudo hablar con un grupo de amigos de su hijo para decirles el secreto que no quería llevarse a la tumba.
Curiosamente, los gobiernos de turno, según los asesinatos que les tocan en su gestión, no se dan cuenta que estos fiascos criminológicos les hacen daño a su imagen.
Lo de Jean Louis Jorge fue en el año 2000. Se intentó una vez más ejecutar la doble muerte; una vez muerto el cineasta se le quiso dar la muerte moral. Es decir, te matan de repente, se descubre que eres homosexual y la policía, de modo burlón y machista, filtra información que te provoca una muerte moral, todo por una condición erótica que tienes derecho a elegir.
El crimen de Claudio Nasco deja un sabor amargo ante de la imposibilidad que esta sociedad tiene para asumir la realidad clandestina que, tras bambalinas, se mueve con fuerza y determinación
Al final lo de Jean Louis Jorge pasó sin pena ni gloria, la policía intentó criminalizar con el escarnio público a un fiel amigo cercano de Jean Louis, que nada tenía que ver con relaciones íntimas con Jean Louis. Se trataba de Isidro Bobadilla, percusionista de Juan Luis Guerra, quien fue humillado públicamente, adjudicándole una condición sexual que no le pertenecía y que, en caso de que fuera de su predilección, tampoco era justo ni legal hacer lo que se hizo: convertir una relación amistosa franca y solidaria, en otra cosa, según el morbo de ocasión de la Policía Nacional, que en estos temas siempre queda mal vista y en estado de sospecha muy negativa.
En el caso actual de Claudio Nasco, asesinado el viernes 13 de diciembre en una habitación del motel Chévere, volvemos a la misma rutina, homosexual que se manejaba en la clase alta. Figura caucásica de la TV nacional, modelo de la belleza blanca occidental, apetecido por gayismo rico de nuestra sociedad, cuyos patrones operativos están protegidos por pertenencia social de quienes tienen la capa encubierta, como telón escondido, del closet social que les protege contra todo; porque operan también en el miedo de una condición que no asumen ante la sociedad toda.
El gayismo social de alta alcurnia, está protegido en todas sus maniobras, hasta en el crimen, si fuera necesario.
Como esta es una sociedad estratificada sin piedad, el gayismo popular, al cual pertenecen esos a los que despectivamente llaman locas de atar, no tiene protección, pero sí el estima de su origen social. Sin embargo, esos gays pobres tienen el valor personal de exhibir de modo público la condición de vida que, haciendo uso de su libertad, han elegido, en una sociedad que no les reconoce esa libertad y que los estigmatiza hasta hacerles la vida imposible. Ese desprecio proviene incluso de los mismos gays de las altas clases sociales.
En otras palabras, la sociedad dominicana se hace de la vista gorda con respecto al gay rico, mientras castiga por su "vulgaridad", a las locas de gillette en manos, en las oscuridades de los callejones de los barrios, espacios de operación y conquista.
Volvamos al caso Claudio Nasco. Los fenómenos sociales se analizan como tales sin favor ni temor, si alguien se prostituye por gusto propio, de mí no tendrá condena, porque no soy fiscal ni falso agente policial ni mucho menos persecutor moral.
Pero lo que no considero justo es que autoridades que tengan que investigar un crimen divulguen información que legalmente debían mantener en secreto en la fase de investigación. Siempre lo hacen para quitarse el bulto del crimen, porque nunca están dispuestos a investigar de modo profesional, como debe ser.
Imputar a los pobres no a los ricos
Es una tradición imputar a los pobres, a los más marginales, esos crímenes. Una práctica también clasista es que el asesino de un homosexual con influencia en la sociedad siempre debe ser un pobre o marginal, según el viejo guión de la policía, en esta división social que esa institución tiene el tino particular de hacer. Porque cree en eso nuestra policía, siempre tiene el acierto, no se equivoca al imputar, los pobres y marginales siempre son su blanco predilecto, fiel a un olfato social que no les crea problemas con el poder.
Lo de Claudio Nasco, desde el punto de vista de la investigación policial seria, cumple con los requisitos tradicionales: Traición personal, señuelo de atracción, persona conocida, confianza hacia quien lo ha convocado. Este protocolo preliminar ante cualquier investigación seria demostraría la verdad del crimen, pero la investigación se contamina cuando las instituciones que deben investigar se prejuician socialmente y tienen esquemas sociales para dar respuestas satisfactorias a gentes vinculadas al poder de siempre.
Cada vez más sucede lo siguiente, conocemos el guión discriminatorio de la Policía Nacional en el cual los pobres de los barrios pagan los platos de los crímenes de este tipo.
¿Por qué son siempre los pobretones de los barrios que tienen que hacer de asesinos burragones de los ricos?
Porque eso nos remite a otra realidad, que en la pobreza marginal ser bugarrón en la sociedad dominicana de hoy es una forma de sobrevivir en un país que no ofrece espacios de superación la gente de los barrios, a pesar de toda la demagogia social del PLD y su modelo, tipo ex primera dama y las funditas de su esposo.
Por otro lado, cuando la criminología falla y la policía también ¿no hay un estímulo directo al crimen de todos los días, a la impunidad de siempre, al crimen de paga, al oficio de sicario?
El crimen de Claudio Nasco deja un sabor amargo ante de la imposibilidad que esta sociedad tiene para asumir la realidad clandestina que, tras bambalinas, se mueve con fuerza y determinación.
Una sociedad no funciona bien tratando estos temas con pinzas, como si no existieran. Pero al mismo tiempo dispuesta a que los ricos sobornen para que sus crímenes queden el olvido. Lo novedoso de esto es que los autores piensan que nadie lo sabe, pero de repente es vox populi. La gente, siempre con miedo de las fortunas manchadas de sangre, señala con el dedo acusador (leyendo las revistas sociales) a los criminales con saco y corbata, nítidos, con una mueca como sonrisa, porque el crimen siempre descubre, aunque nuestra policía nunca se entere, nunca (qué lástima).
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