JIMANÍ, República Dominicana.- Doña Lourdes tiene recogido sus ajuares, mientras espera conseguir un “acarreo” y efectuar su mudanza al nuevo barrio. Su casita ahora está muerta, con los cacharros como entrañas, revueltos por el desorden.
Afuera, unos vecinos acomodan sus trastos como pueden sobre el lomo de un camión pintado de azul.
Doña Lourdes inicia uno de los recorridos finales por su hogar, el cual comparte con su esposo Moises Nova, desde hace más de dos décadas. Inquieta, muestra las habitaciones, refunfuñando porque en su nuevo hogar, su mobiliario no podrá ser acomodado por completo.
“Aquí le hice un baño grande… Mira las camas que yo tengo”, indica saltando de un lado a otro, esquivando sillas y sillones repletos de cachivaches y así completar el recorrido. “No van a caber los trastes míos”.
Pasa de su patio al de su vecina e ingresa por lo que hasta hace algunos días fue la cocina. Donde estuvo el fregadero, ahora hay un espacio, con líneas marcadas como heridas abiertas, como recordatorio de la inminente partida.
“Hay gente que dice que no se va hasta que no le den una vivienda decente, como la de ellos”, detalla don Moises, quien afirma que sólo se ha mostrado ante la prensa, las peores viviendas en Boca de Cachón.
El pasado 23 de abril, el presidente Danilo Medina inauguró el proyecto Boca de Cachón, complejo habitacional que busca hallar una solución al problema causado por la crecida del lago Enriquillo.
Las familias beneficiadas con una propiedad, deben hacer entrega de la vivienda anterior para que esta sea eliminada, a fines de evitar que pueda ser habitada nuevamente.
Sin embargo, el proyecto construido a un costo de 1,032 millones de pesos, ha encontrado resistencia entre algunos de sus moradores, debido, fundamentalmente a la calidad de las 560 viviendas, dado que comprenden que las casas no compensan las pérdidas que sufrirían al dejar sus hogares atrás.
“Hay alrededor de 21 familias que tienen viviendas de hormigón y demandan que se le construyeran viviendas del tipo A, de mayor calidad que las otras. Entonces, el ministro Peralta les dijo que no, porque el gobierno está construyendo un proyecto con equidad social, por lo que el Estado no puede implementar un proyecto discriminatorio”, explica Leoner Florian, coordinador del área legal del Servicio de Jesuitas con Migrantes.
Coloca las manos lentamente sobre el regazo, mientras expone con voz pausada, que se ha malinterpretado el concepto de traslado, comprendiendo que el gobierno está resarciendo los daños y perjuicios causados por el lago Enriquillo, especialmente aquellos quienes han visto sus propiedades quedar bajo las aguas implacables del lago.
Iker Medina, miembro del Comité de Organización para la reubicación del poblado, coincide con Florian. Las casas multicolores se levantan a su espalda, y los techos blanquecinos se confunden por momentos con el horizonte grisáceo, provocado por las nubes. “
Las casas fueron hechas con un criterio único, de una construcción igual para todos”, señala, lamentando que personas que han realizado grandes inversiones no sean retribuidas.
“No voy a recoger para irme”.
La situación del espacio afecta también a los negocios. En el viejo Boca de Cachón, Rosa Florian, se mantiene de pie en su colmadito. Ya le han asignado una vivienda dentro del proyecto, pero se mantiene renuente a iniciar la mudanza, porque, según dice, no le han dicho cuál será el futuro de su negocio.
Detrás de un modesto mostrador, cubierto de pan, galletas y otros comestibles, asegura que fue censada y se tomó nota de la existencia de su único sustento, sin embargo, el espacio disponible en la vivienda no le permite la reubicación de su pulpería.
“No estoy recogiendo para irme porque no tengo dónde poner mi colmado”, indica, ante la mirada ingenua de su pequeña hija, quien le ayuda de vez en cuando en las ventas.
Nirda Cuevas tuvo el mismo inconveniente, pero decidió mudar su negocio, cargando consigo las bolsas de café y detergente, toallas sanitarias, chocolate y enlatados que distribuye en su colmado.
“De esto es que me mantengo. Voy al médico con eso”, apunta, uniendo sus palmas y contando con los dedos sus obligaciones para con su familia. “Esto es mi todo”.
Tuvo que “subir” con su negocio debido a que sus clientes se mudaron, sin embargo, sus ajuares continúan en su antigua morada, en donde actualmente reside con su hija.
“Algunos tendrán que tener su negocio en las casas, como lo tenían anteriormente. Algunos serán beneficiados con locales comerciales (los que tenían locales en Boca de Cachón viejo)”, dice Iker Medina sobre los comercios en el anterior poblado.
Resalta que hasta el momento se desconoce el criterio de selección de quienes serían beneficiados con un local comercial. Asimismo, subraya que no todos los comerciantes podrían trasladar su negocio, por lo que el comité continúa buscando una salida para que no dejen atrás lo que para muchos es su única forma de ingresos.
“No tengo para dónde coger”.
“Soy una inquilina y no me han dado nada”, asegura Zeneida Nin, sin levantar la mirada mientras corta con un cuchillo, una de las batatas acomodadas en una cubeta.
Explica que aunque es de Boca de Cachón, se ha mantenido viajando hacia Santo Domingo, buscando las oportunidades de empleo que no tiene en su pueblo. Recuerda que según el presidente Medina, todos los habitantes del poblado serían reubicados, sin embargo, los inquilinos han sufrido “agonías” para obtener una vivienda.
“No pongo los dedos para sacar nada de ahí, y si ellos me lo sacan de ahí para calle, ahí me quedo viviendo: en la calle, porque no tengo para dónde coger”.
Según Leoner Florian, coordinador del área legal del Servicio de Jesuitas con Migrantes, existe un grupo de personas “advenedizas” (personas que no viven en Boca de Cachón, que son oriundos o no del pueblo) y que demandan que les sea otorgada una casa dentro del complejo habitacional, pese a que no califican para ser beneficiarios.
“Esas personas han llegado a crear algún tipo de problema e inconvenientes, reclamando viviendas, que aunque las necesitan, no están dentro del proyecto porque no califican de acuerdo a los criterios establecidos”, puntualiza.
Más bonita, pero insegura.
Llueven las quejas de problemas de construcción de las viviendas, las cuales han tenido que ser reparadas incluso antes de que sean habitadas, debido a la aparición de grietas y goteras.
“Estoy muy incómoda”, relata Marisol Cuevas, una de las habitantes que ha completado su mudanza al proyecto habitacional. “La casa se moja desde que llueve y las persianas no tienen masilla”, señala mientras hace un breve recorrido por la casita.
En el baño, se detiene y muestra la pequeña ducha, cuyo suelo ha empezado a levantarse, dando un aspecto de deterioro en la morada.
Abajo, doña Lourdes enumera las imperfecciones de su nueva casita, la cual prevé estrenar pronto, si Dios la ayuda a conseguir un camión. Con melancolía, observa nuevamente el patio, anegado por las lluvias de los últimos días.
“Es una casa más bonita, pero no encuentro que tenemos seguridad en ella”, dice doña Lourdes, llevando las manos a la cintura y mirando hacia la entrada de la vivienda. “La que tengo que es mía, le tuvieron que romper una pared porque estaba cuarteada”.
Cercado de niños que corretean en la calle, Iker Medina afirma que las viviendas han presentado dificultades en cuanto a la estructura, por lo que el encargado del proyecto, general Rafael De Luna Pichirilo, organizó una comisión que pudiera corregir los problemas que se presenten en las moradas.
“Casi el total de las viviendas están afectadas por las zabaletas”, afirma Medina, quien explica que el principal inconveniente se debe al clima cálido, el cual causa grietas en el material empleado, lo que a su vez provoca las filtraciones durante las lluvias.
Doña Lourdes continúa su excursión entre sus trastos. Sale a la estrecha galería y observa las otras casas, ahora hechas añico por los trabajadores. Detiene un momento los ojos llenos de nostalgia sobre el camión que ahora luce repleto. Don Moises se para a su lado, en silencio. Suspira y camina hacia la calle, en la que se pierde entre la gente.
“Bueno, ya no hay na’ que hacer”, dice doña Lourdes, despegando la mirada del camión. “Hay que mudarse”.