“Doña, ¿y ya van lejos?”, pregunta una mujer que lanza la vista intentando ver la cabeza de la marcha que se extiende por la avenida Juan Pablo Duarte, a pocos metros del liceo que lleva el nombre del prócer, con personas como hormiguitas que agitan las patas al aire.

“¡Oh sí! Ya Danilo pasó. Y Margarita también… hacen rato. Ya van”, dijo una mujer con una blusa sin mangas y holgada, mientras agarra una bandera morada embollada ‘como se pudo’, señalando con la otra el camino que sigue la multitud de gorras moradas, carteles de espalda blanca y frente proselitista y las jeepetas (muchas a medio llenar, con y sin placas, forradas y con su color original. Bien cuidadas, eso sí, que llevan en el espacio del sunroof, en las ventanas o en el capó los glúteos de los seguidores).

La mujer arruga la cara y pone los brazos sobre las caderas. Lo que la señora se perdió por estar metida en el tapón, que se extendía desde antes de la intersección de la Ortega y Gasset con Nicolás de Ovando, donde se originó la marcha, desparramando obstrucciones y provocando vueltas en U por todas las calles de Cristo Rey, cuando pasó José La Luz, a pie, saludando y apurado, para no perder el ritmo. Siempre sonriente. Tampoco vio a Alejandrina Germán exhibir su sombrero morado, acompañado de una blusa rosada, embutida en unos blu-yin, tan tranquila como muñeca de torta de bodas.

El recorrido estuvo pautado para las cuatro de la tarde, iniciando en las avenidas Nicolás de Ovando con Ortega y Gasset, transitando en dirección oeste-este, cruzado la Máximo Gómez hasta llegar a la Juan Pablo Duarte. Desde ahí, la caravana se dirigió por la referida avenida hasta el parque Eugenio María de Hostos en la avenida George Washington, pasando primero por la Zona Colonial y Ciudad Nueva.

No vio cuando pasó Roberto Salcedo y justo detrás de él, Roberto Ángel, quienes se desvivieron lanzando abrazos, besos y sonrisas, continuando el desfile de vehículos, cuyo tránsito es forrado con afiches y banderas sin dueño, tiñendo la calle de morado y amarillo.

Justo antes de que Cristina Lizardo recorriera el mismo trayecto que sus compañeros de partido, una niña con el cabello dividido en tres colas, breves y negras, con hebras que se escapan de las amarras forjadas con bolitas de colores, se tira una mano a la cintura y arquea la espalda, mirando hacia atrás, bailando a ritmo de “Te de campana”.

A unas calles, los muchachones se reparten un reembolso que sueltan algunos miembros del partido, para que se queden tranquilos, recogiendo sus pantalones a medio caer para que el caminar no se convierta en una odisea.

“¿Qué están tirando?”, pregunta la señora a un hombre con barba, recostado de una camioneta de prensa. “Paletas”, responde breve, casi a gritos, desafiando las bocinas que se van acercando y que a su vez, pelean entre ellas para colocarse como la más ruidosa.

Lo que se vio

Entre gritos y aplausos, manos estiradas, saludos, besos lanzados a mansalva, paletas y palitos con ajo, papeletas proselitistas, cartelones y gritos, llegó Danilo acompañado de Cándida.

Dos perros sobre un taller con las paredes pintadas con más grasa y humo que pintura, salen a ver la conmoción, tirándose uno de ellos sin interés alguno pasado unos segundos. El otro agita la cola viendo atento a la calle, mientras que Danilo se estira sobre la jeepeta para saludar a unos niños que se lanzan sobre el vehículo, como lanzas de huesos.

El cantante urbano Mozart la Para también participó en el cierre de campaña del PLD. Foto: Carmen Suárez.

Del otro lado del coche, un vendedor de catibias de yuca, piel morena y grande manos, mira el desfile sin dejar de mover el caldero burbujeante, con el rostro inmutable y amarillentos ojos.

“Lo bueno no se cambia. Danilo sigue”, grita un hombre encaramado sobre las bocinas. Otro, en el calor del asfalto lo secunda, arengando para que el pueblo le permita gobernar al candidato de la reelección por cuatro años más. Le sigue una injuria lanzada a gritos.

El vehículo se detiene un rato antes de llegar a la calle Osvaldo Bazil, frente a una banca de apuestas. En la entrada, una joven mujer se refresca la garganta por cuarta vez con una botella de cerveza.

Detrás de Danilo pasa Margarita, con una gorra morada y una M amarilla en el frente, atravesando el quemacocos para acomodarse.

A pocos minutos, anuncian la llegada de Leonel, presidente del PLD, quien produce la misma algarabía que Danilo al pasar, sin embargo no sonríe tanto como los demás (sí saluda, claro que sí). Extiende las manos y toca a la gente que igual forma se estira para alcanzarlo.

“Y ruge y ruge el león”, gritan los manifestantes al verlo, mientras que sigue la ruta, detenido en momentos por el gentío que se agolpa alrededor suyo.

La mujer grita y se agita, llevándose la mano hacia la boca para desprenderse besos hacia el expresidente de la República, seguidos de palabras de amor. Se une al trayecto y desaparece en el río de gorras.

Poco a poco, paso a paso, la multitud va disminuyendo, alcanzadas faltando solo un cuarto de hora para las siete de la noche, empero sigue morada y amarilla. Aún faltan los de Miguel.

“Si Peña estuviera vivo para ver esto…”

Otro dembow introduce la llegada del PRD, el aliado estrella del oficialismo. Los que encabezan la marcha reparten volantes a los presentes quienes bailan sin prestar mucha atención. El hombre recostado de la camioneta de la prensa mira una de las jeepetas, con jóvenes que disfrutan del recorrido.

“¿¡Ay Dios mío! ¿Si Peña estuviera vivo para ver esto…?” le grita a los muchachos, quienes van perdiendo la sonrisa, dándole paso a un rostro pálido y desganado. Uno de ellos cierra los labios y hace un gesto como diciendo “¡Ya usted ve, esto es lo que hay!”. “Se habría muerto de la vergüenza”, termina el señor antes de que el vehículo salga del rango de sus alaridos y del rango de visión de los jóvenes, quienes no dejan de mirar.

Detrás de ellos, Miguel aparece, con camisa y gorra blanca, con un jacho en la frente. Levanta una mano sonriente y también dice bye, bye desde lejos. Su caravana se detiene ante una tarima para que sus seguidores y aliados puedan observarlo, mientras que 10 metros al frente, los miembros de su seguridad bloquean el escaso tránsito para darle paso y continuar su camino.

Tan pronto pasa, los organizadores empiezan a desmontar las tarimas, arrancando los cruzacalles, para desahogar la vía.

“Tienen que votar por mí”

Llega el momento del discurso y Danilo toma la palabra para rogarle a sus seguidores votar en tranquilidad y no dormirse en los laureles del triunfo, el cual asegura, llegará sin dudarlo.

“Para que yo sea su presidente tienen que votar por mí, además no fraccionen el voto”, dice, mientras ruega votar a su vez por los demás candidatos del PLD.

Algunas de las personas se agolpan para escuchar el discurso, mientras que otros, al ver la noche llegar, prefieren dar por concluída la tarea y se escurren de regreso, usando las vías menos congestionadas para caminar.  

Ahora falta esperar. Se llevan sus banderas con la esperanza de poder agitarlas el domingo 15, como señal de triunfo.