SAN CRISTOBAL, República Dominicana.- “Yo he cambiado mucho”. Es la expresión serena de Antonio Valencia Zapata, de nacionalidad mexicana, condenado a 20 años de prisión por el delito de narcotráfico.
Valencia Zapata accedió a conversar con reporteros de Acento.com.do como parte de la serie de reportajes especiales sobre el Viejo Modelo Penitenciario y el Nuevo Modelo Penitenciario, a partir de la experiencia en los pabellos de la Cárcel de Najayo, San Cristóbal.
Después de una breve conversación la pregunta fue directa: ¿Cómo ha sido pasar 5 años de su vida privado de lo más preciado para un individuo, la libertad?:
“Lo más difícil que hay es el hecho de que uno deba estar alejado de sus seres queridos. Eso me llevo a recapacitar, que tengo que cambiar mi forma de pensar y mi forma de vida; no puedo tirar todo por la borda simplemente por la ambición”, manifiesta Antonio, con un dejo de pesar reflejado en su rostro.
Ingeniero Químico y con un negocio estable en la zona turística de Punta Cana, en la provincia La Romana, rodeado de su esposa e hijo, llevaba una vida plena hasta que un día cedió ante la tentación y decidió incursionar en el negocio del tráfico de estupefacientes. El resto es historia, fue descubierto, apresado y condenado. Hoy el profesional de la ingeniería química se esfuerza por rehacer su vida y trabaja como recluso en la Escuela Penitenciaria de Najayo Hombres (CCR17).
Valencia Zapata se desempeña como subdirector de la Escuela Penitenciaria, que funciona bajo el régimen de autogestión, donde los internos imparten docencia a los de menor conocimiento en cada área.
“Me condenaron y llegué a esta institución el día 17 de julio del 2009, y a los 3 meses ya estaba haciendo cursos técnicos. Como soy ingeniero industrial, vi que podía aportarle mucho al centro correccional”.
"Eso me llevo a recapacitar, que tengo que cambiar mi forma de pensar y mi forma de vida; no puedo tirar todo por la borda simplemente por la ambición”
A su lado con una expresión calmada, Omar Jiménez manifiesta que también cumple una condena de 20 años, pero por complicidad de homicidio. Es de tez clara, cabello oscuro y estatura media. Guarda prisión desde el año 2007.
Cuenta que lleva dos años en la escuela, uno de ellos preparándose en varios cursos técnicos y el otro subiendo peldaños en el área de administración y de docencia.
“Inicié como estudiante y luego de haber cursado los técnicos que escogí, me motivé y fui subiendo escalones. Primero inicié como ayudante del sub director, pasando la lista y verificando quién faltaba, luego se me tomó en cuenta para estar al lado de la directora”, explica con entusiasmo.
Asegura que se considera otra persona porque ya no tiene los mismos pensamientos, ya que los valores que tenía escondidos han salido a flote.
Funge como secretario del plantel carcelario, el cual tomó fuerzas en el año 2004 cuando arrancó el Nuevo Modelo Penitenciario. Un incentivo importante es el beneficio de la libertad condicional, el cual es concedido si el interno cumple con los requisitos exigidos para reinsertarse a la sociedad, entre ellos una preparación académica.
“Cuando caes en un sitio como este se te hace cuesta arriba, pero ya cuando tú te das cuenta que es la realidad, educarte es la mejor manera de enfrentarla”, expresa Omar.
De la misma forma piensa Marcos Rodríguez, recluido por narcotráfico, y quien desea obtener un título universitario ya sea por una licenciatura en Derecho o de Ingeniería Civil.
“Antes no era digno de hablar con usted, porque no tenía moral y ahora soy diferente gracias al trato que me están dando”, expresa.
Se refiere a la nueva forma de vida que lleva tras la incursión del Nuevo Modelo Penitenciario, al Centro Correccional Najayo Hombres desde el 9 de abril del año 2013. Y el cual posee 6 pabellones en funcionamiento pleno, 2 intervenidos o desmantelados y 2 en proceso de intervención.
“A mí me envenenaron y Dios me chanceó, el veneno llegó hasta aquí a la misma cárcel. Era una gente de fuera que mandó la comida, pero quien la trajo fue una persona inocente. Antes aquí la justicia no era normal, era sálvese quien pueda, había una ley de -aquí ni se ve ni se oye ni se sabe-”.
Y aunque Marcos se refiera al Viejo Modelo Penitenciario como su pasado, Rafael García Sosa lo califica como el presente.
Vive en una de las llamadas goletas, construidas con madera fuerte, una encima de la otra. La suya es un poco más espaciosa que la de los que habitan en el pabellón denominado “Infierno de los Sancristobalenses”.
García, calificado como un veterano, es un ex primer teniente pensionado y está condenado a 20 años de prisión por homicidio. Reside en el pabellón de “Los Veteranos” donde son llevados los oficiales y familiares de éstos que cometen algún delito que los obligue a estar en prisión.
“Aquí vino un misionero y me enseñó a hacer este tipo de trabajos, entonces los hago para regalar a los reclusos”, dice mostrando unos collares en forma de crucifijo, los cuales hace en sus momentos libres.
Algunos días lo visita su nieta, a la cual le ha prometido que harán viajes y excursiones juntos, cuando salga en libertad. Asegura que el hecho por el cual se encuentra en prisión fue un accidente del cual se arrepiente.
“Tomé una ruta de guagua publica que se desvió y cuando quise exigirle al chófer que para donde me llevaba se quedó callado y lo que hizo el cobrador fue que me dio un golpe y me partió; entonces, se armó un forcejeo y en eso se me escapo un tiro el cual dio arriba, y cuando bajó se le pegó a una mujer la que lamentablemente murió”, relata.
Apunta que sus días los emplea en asistir a la iglesia Pentecostal a la cual ahora pertenece. “Es un proceso de adaptación el estar aquí”.
En su mismo pabellón Nelson Ramírez Pérez, sargento mayor del Ejército Nacional, describe la vida como “algo inolvidable para un ser humano”. Tras 6 años de cárcel, aún no se adapta a la vida de encierro.
“Aquí comemos la comida que nos traen, pero el desayuno y la cena lo tenemos que costear nosotros mismo”, indica.
Los Veteranos reciben el almuerzo, mientras los demás reclusos que no pertenecen al Nuevo Modelo no han podido ser matriculados para recibir este beneficio.
Eligio Lora forma parte de los internos trasladados al azar al Nuevo Modelo Penitenciario, que dormían en las galeras del Viejo Modelo las cuales fueron destruidas aleatoriamente.
Con 59 años de edad y 7 de prisión, resalta que le gusta estudiar. Ya he hecho 10 cursos técnicos y espera que lo trasladen al Centro Correccional de Haras Nacionales para poder hacer trabajos en la tierra.
Lora está preso por violación sexual. “Me hicieron un trompo, pero no lo hice. Una mujer que tenía por hacerme un daño porque teníamos unos cuantos días que vivíamos y sosteníamos relaciones, en verdad yo estaba enamorado de ella pero ella no me quería más”.
“Ahora estoy haciendo un curso de refrigeración. Hice uno de recursos humanos, de panadería, albañilería y laboratorio químico”.
Como ellos hay mil más en el Centro Correccional Najayo Hombres, aunque solo 400 se encuentran en los pabellones concluidos del nuevo sistema carcelario. No todos reciben capacitación, unos porque dicen no necesitarla o porque no les interesa; otros porque no han tenido la oportunidad de ingresar.