Santo Domingo, República Dominicana.- “El asesinato no se trata de lujuria y no se trata de violencia. Se trata de posesión. Cuando sientes el último aliento de vida que sale de la mujer, te fijas en sus ojos. En algún punto, es ser Dios”, confesó alguna vez Ted Bundy, un joven atractivo, universitario y ligado a la política en EE.UU. que asesinó a por lo menos 36 mujeres en la década de 1970.
El presunto homicidio de Andreea Celea Voicila a manos de Gabriel Villanueva Ohnona es el retrato perfecto de estos seres inadaptados que cosifican a las mujeres; la manifestación más violenta y grave del machismo, donde el trasfondo no solo señala a personas aisladas, sino a una estructura social cómplice.
"Mi hijo no va a durar ni una hora preso, yo para eso tengo dinero y muchas conexiones (…) Porque en este país así es que se manejan las cosas”, fue la respuesta que recibió Reymi Castellanos, antiguo administrador del condominio donde residía la pareja, al enfrentar a Chantal Ohnona, la madre del imputado, como ya lo hubieran hecho la mayoría de vecinos del Anabella #29 en la avenida Anacaona.
“Normal, como si fuera a la paletera a comerse un chicle’”, describe Castellanos la actitud de Ohnona, asegurando que durante su administración se vio obligado a lidiar con más de una denuncia, tanto en contra del padre de Gabriel, Víctor Ramón Villanueva Zacagnini, como del hijo, quien desde que se mudara allí mantuvo la misma conducta errática que hasta el sol de hoy.
De la infinidad de manifestaciones de rechazo a esta familia a raíz del suceso, ninguna hace alusión a la cuota de culpa de la figura paterna en la tragedia, como si el cacareo sobre la igualdad de género fuera más por moda que por real preocupación.
Cómplice por asociación, víctima de su hijo o de su propia estupidez, la señora Ohnona hoy personifica el rostro del repudio, nos hemos atrevido a equipararla incluso con Marlyn Martínez. En cambio, Víctor Villanueva parece ser innombrable, denotando la hipocresía de una sociedad que, sin darse cuenta, avala la conducta machista, misógina y patriarcal intrínseca de nuestra etnia.
Según fuentes allegadas al economista que prefirieron mantenerse en el anonimato, Víctor Villanueva, quien aparece registrado como presidente de la corporación Bluespring Properties S.A. con jurisdicción en Pananá, es bien conocido por sus negocios, pero sus vicios, sus escándalos con prostitutas, entre otras particularidades de “una vida pecaminosa”, son también vox populi, lo que nos lleva a inferir sobre el desastroso entorno familiar de Gabriel.
A juzgar por los testimonios de quienes le conocían, el cerebro iracundo del “Punky” como le llaman cariñosamente, no es producto de la casualidad, sino de una crianza traumática, un hogar roto que bien podría denominarse como “un nido del mal”.
Muchos, que ahora desean no haberlo hecho nunca, fueron los que se sentaron en “la oficina de Chanti” (como ella misma le llama) a escuchar sobre las andanzas de su retoño. Personalidades del medio, como la hija del presidente Fernández de cuya amistad Ohnona siempre se jactaba, comunicadoras, reinas de belleza… en fin, una gran parte de su círculo íntimo se enteró alguna vez de las barbaridades de Gabriel, pues en la psiquis de Chantal ya eran una norma o, simplemente “cosas de muchachos”.
La ambivalencia de esta madre se evidencia incluso en sus publicaciones en las redes, donde al pie de las imágenes describe a Gabriel como “su delirio-tormento”, a Andreea como “su niña querida” y se lamenta sobre el asesinato de Emily Peguero, pero luego compone un extenso párrafo sobre la manipulación de los “terroristas emocionales” e incita a sus seguidores a buscar ayuda profesional.
“Humillante, hostigador, abusivo, incoherente”, son los términos que emplean algunos ex-empleados de la clínica de estética de Ohnona al referirse al trato recibido de su parte. Asimismo, interpretan la relación de Chantal con su hijo como enfermiza, obsesiva y permisiva por demás, al punto de que la madre pagaba por los vicios de Gabriel para no tener que enfrentar los golpes que este le propinaba y sus amenazas de muerte.
“Todo el que los conoce sabe de los desvaríos de este joven, e incluso de su padre, pero es como si para ellos fueran anécdotas de éxito”, dice Reimy Castellanos.
Según las múltiples denuncias de los inquilinos del vecindario, Andreea Celea no fue la única víctima del muchacho, pero sí la que no logró huir a tiempo. Cuentan que desde que Víctor Villanueva le cediera el apartamento a su hijo tras una salida forzosa, Gabriel, de veinte años para ese entonces, se dedicó a hacer “en siendo desórdenes todos”, incluyendo maltratar a cuanta mujer pisara su casa.
“Hubo una vecina que logró que su querella llegara a un fiscal”, afirma Castellanos. “Pero desapareció, la engavetaron o simplemente se traspapeló”, dice con pesar.
Como comunidad, los vecinos del Anabella #29 entienden que hicieron todo lo posible para intervenir por las víctimas, de acuerdo con el procedimiento que manda la Ley: denunciar, acudir a la policía y a la fiscalía. Pero ante la incompetencia de las autoridades se vieron maniatados y sucedió lo que se pudo haber evitado.
“Hay que crear un organismo real que no solo registre la denuncia, te entregue un papelito y la archive en una computadora”, se lamenta Castellanos.
A pesar de todo lo anterior, aparecen otros que también se lamentan y no necesariamente por las mismas razones.
Aunque reconocen sus problemas de drogadicción y su obsesión con Andreea, algunos conocidos de Gabriel siguen dudando de su culpabilidad, pues alegan que el comportamiento de la chica era aún más perturbador que el de él y no descartan la posibilidad de un suicidio del que Villanueva haya huido por su incapacidad de razonar lógicamente.
“Yo conocí al Punky en el agua, él iba diario y a veces hasta dormía allá”, recuerda uno de los asiduos a Playa Pato, donde generalmente surfeaba Gabriel. “Era un tipo extremadamente buena onda”, agrega el joven al que en lo adelante apodaremos Erick.
Sin percatarse de cómo va describiendo rasgos típicos de un perfil psicopático (encanto superficial, necesidad irrefrenable de adrenalina, inteligencia superior a la media) Erick dice que lo único que le llamaba la atención era como Gabriel podía pasarse horas y hasta días con nada más que su tabla en el agua sin dar un golpe (ni trabajar, ni estudiar), sabiendo lo costoso que resulta ese deporte.
“Él, muy abiertamente compartía eso de que su mamá lo mantenía y que se cogía la vida ‘chillin’”, dice Erick. “Pero llegó un punto en el que se empezó a poner raro, introspectivo, se perdió la magia en su mirada y ya no lo vimos más en el agua”.
Los amigos relacionan este cambio de comportamiento con la llegada de Andrea a la vida de Gabriel.
“Ella era súper extraña, lunática, alguien que ni siquiera hacía contacto visual”, cuenta Erick, quien llegó a conocer a los dos individuos por separado y asegura que Celeea no solo consumía, sino que vendía sustancias ilícitas.
“Tal vez por eso era que trabajaba con la mamá del Punky, porque le aguantaba todo”, deduce Erick. A su entender, una persona con el estilo de “vida loca y de ‘parycitos’” que llevaba Andrea no tiene la capacidad para pertenecer a un trabajo estable ni producir dinero.
“Yo solté a ese tigre en banda hace tiempo”, dice un antiguo compañero del colegio ABC, donde estudió con Gabriel y lo describe como un individuo rebelde, ávido de atención, e irrespetuoso de la autoridad.
“Manejaba muchísimo dinero, su madre le daba 300 dólares semanales para la merienda”, recuerda.
Como la anterior, una montaña de anécdotas revelan un caso en que el consentimiento excesivo de los padres convirtió al hijo en un tirano, una especie de monstruo insoportable y prepotente que sufrirá y hará sufrir a sus semejantes, porque lo único que ha aprendido desde niño es a salirse con la suya por medio del chantaje, del capricho.
En un país donde la justicia es directamente proporcional a la estirpe del imputado, como colectividad solo nos queda aprender a identificar a estos seres inadaptados y actuar a tiempo. Pero por encima de todo, criar individuos empáticos en una sociedad centrada en el yo, para que su último capricho no sea mandarle un taxi en cual escabullirse de la escena de un crimen.