SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Susan Mézquita, artista visual dominicana que vive y trabaja en Biel-Bienne, Suiza, apeló a través de una narrativa anecdótica, porque no desaparezca por completo el Instituto Postal Dominicano (Inposdom)

La escritora a pesar de que aclara "mi intención no es negar que las opciones digitales de comunicación actual sean, en comparación con el correo tradicional, mucho más eficientes y seguras (aunque no siempre) pero sobre todo rápidas. Independientemente de eso entiendo que en una ciudad urbanamente bien planificada, el servicio de correos debería llegar a todas partes".

"Así que insisto, el Instituto Postal Dominicano funciona bien. Apelo a nuestros arquitectos, ingenieros y urbanistas para que contribuyan a que siga funcionando y no a que desaparezca definitivamente".

Lea íntegro el testimonio de Susan Mézquita

Caperucita Roja en la ciudad.

Cuando mi madre falleció el año pasado, escribí unas palabras anecdóticas en las que mencionaba su capacidad para recordar y recitar de memoria los poemas de Salomé Ureña, de Alfonsina Storni o de Gabriela Mistral, y cómo gracias a ella llegué a conocer la versión de la “Caperucita Roja” del escritor Viriato Fiallo. En las redes no aparece mucho sobre Viriato Fiallo, sólo alguna información de su biografía: que fue médico, político y sus problemas con el régimen trujillista, pero sobre su obra literaria no encontré nada. Fue por eso que, cuando me preguntaron sobre ese poema, empecé a buscar la hoja escrita con la Olympia de la casa, donde aparece el poema, que mi madre me envió hace muchos años por correo y que, como casi todas sus cartas, aún conservo. No fue fácil encontrarlo pero sabía que, en algún momento y en alguna parte, traspapelado, iba a aparecer. El que vivió un apagón cuando fue chiquito, sabe que en algunas casas, una de las cosas que se hacía para matar el tiempo junto a la lámpara de gas era recitar poemas y contar cuentos… después de eso ha llovido mucho, lo sé.

En el año 2001 me fui a estudiar a Barcelona, a partir de ese momento mi madre y yo establecimos una comunicación por cartas extraordinaria. No era que no tuviéramos teléfono ni internet; ella acababa de aprender a utilizar el internet, y mi amiga Alicia le había dado cursos rápidos e intensivos y hasta le había sacado su cuenta de correo electrónico. Pero el servicio de correos funcionaba muy bien, y era muy alentador para ambas recibir esa hoja de papel escrita a mano que venía del otro lado del Atlántico. Mi padre había fallecido unas pocas semanas después de yo haber partido de la isla, así que le escribía frecuentemente para alegrarla; era quizás la mejor forma de decirle que estaba pendiente de ella. Y en vista de que sus facultades motoras se empezaban a limitar por culpa del Parkinson, yo la incentivaba aún más a escribir y practicar la caligrafía. Me alegraba enormemente poder recibir noticias escritas con su letra cada vez más pequeña.

Además de catalán, yo aprendía alemán; y en una de esas clases de alemán, la maestra nos puso la tarea de explicar una historia o un cuento corto de nuestra lengua materna en el alemán. Yo no sé por qué rayos me acordé de esa Caperucita Roja de Viriato Fiallo, lo que sí sé es que le pedí a mi madre que me mandara el poema para desarrollar el tema, explicarlo en la clase y restregarle en la cara a los europeos que nosotros teníamos nuestra versión de Caperucita Roja. Ella, que se lo sabía de memoria, aunque a veces dudaba de si el verso era así o asá, me lo mandó por fax al locutorio de la calle Muntaner y luego por correo, escrita con nuestra Olympia y con una corrección que le hizo a mano, subrayando además el nombre de Viriato para destacar que no era Fabio el autor, por si en algún momento había cometido el error de decir que era de Fabio Fiallo.

Años después, me fui a vivir a Suiza y las correspondencias siguieron. Siempre nos enviábamos paquetes en estas fechas de Adviento y a mediados de año. Yo le mandaba fotos de sus nietos, dulces, chocolates, frutos secos y hasta zapatos especiales, ya que empezaban sus problemas para caminar. Ella, por su parte, para mantenerme actualizada de lo que sucedía en el país, me enviaba diferentes textos, artículos culturales del periódico, libros de Arte y Arquitectura, galleticas Hatuey y Guarina o DVD’s infantiles de parte de mi amiga Natalia, para que los muchachos vieran películas en español… Nunca, ni una sola vez en los muchos años que nos escribimos y enviamos correspondencia o paquetes, se perdió algo. Hubo gente que me decía: “¿Y tú vas a mandar eso por correo para acá? ¡Ay no, muchacha!” En las oficinas de correos de Suiza se extrañaban de que yo no pagara la “entrega especial” por una caja grande cuyo destino era el Caribe. Ella recibió todos y cada uno de mis envíos que llegaban en relativamente corto tiempo. En alguna ocasión dudé de si se habían robado el paquete, como por ejemplo la última vez que mandé algo a principios de diciembre, y a mediados de enero aún no había llegado. Me dije: “Bueno, esta vez se perdió”,

y luego ¡zas! llegó a nuestra casa en Ciudad Nueva con la Vieja Belén y sin rasguños.

Yo, sin embargo, llegué a recibir muchos de mis paquetes abiertos de Santo Domingo: venían con una cinta adhesiva color rojo a lo largo y ancho del sobre o de la caja, que decía: “Abierto por la policía, Aeropuerto Internacional de Zúrich”. ¡Un pique que me daba esa vaina, que abrieran mi correspondencia!…Después, con el tiempo me fui enterando de las diferentes actividades que ejercen algunos compatriotas por estas tierras, y tuve que dejar de molestarme cuando mis cartas y paquetes llegaban cucuteados por la policía federal suiza.

Es muy probable que una carta hacia Ciudad Nueva llegue a su destino. Estamos hablando de una de las pocas zonas donde las calles poseen aceras, las casas tienen números pares de un lado e impares del otro lado de la calle, que además se corresponden, es decir: hay una planificación urbana. Pareciera que elementos imprescindibles en cualquier vecindario como lo son parques o áreas verdes, zonas de juego, instituciones para la enseñanza u oficinas de correos, se hubiesen quedado en el Casco Histórico y en los barrios viejos de la ciudad. Esto sin mencionar las aceras que, cuando las hay, a veces sirven más para parqueo que para uso del peatón.

La modernidad se ha convertido en sinónimo de Deconstrucción. Si es que existe un planeamiento urbano, el mismo ha deconstruido la ciudad, que ya no se puede recorrer a menos que sea en automóvil. Imagínense un cartero entregando una carta en la Avenida Anacaona donde del número 83 se salta a una edificación con el número 57, un kilómetro más adelante aparecerá el número 24 y al lado el 99. Esto sin mencionar los lugares de nuestra ciudad en los que los números son invisibles. Caperucita Roja no tendría que atravesar ningún bosque, ya que nos estamos ocupando de destruir los pocos que quedan en el país. Pero si por el contrario tuviera que atravesar la selva de cemento que es la ciudad, a pie no llegaría nunca a casa de la abuela.

¿Y una carta? ¿Se atrevería Caperucita Roja a enviarle una carta a la abuelita en Santo Domingo?

Como artista visual que soy, podría decir que el acto de escribir, enviar y recibir una carta es muy parecido a trabajar con las técnicas manuales del grabado o a tomar fotos con una cámara fotográfica análoga: hasta el día de la impresión definitiva no se tiene una idea exacta del grabado final, y en el caso de la fotografía, la imagen seguirá siendo una sorpresa hasta que se revele el rollo. Con las cartas sucede algo muy parecido a ese efecto sorpresa: se escriben y la emoción va ascendiendo desde el momento en el que se le estampan los sellos y se envían por correo, confiando en que llegarán a su destino cualquier día en cualquier momento. Recibir una carta, tenerla en las manos, leerla y releerla es como formar parte de una historia escrita, ser personaje o protagonista de algo importante.

Mi intención no es negar que las opciones digitales de comunicación actual sean, en comparación con el correo tradicional, mucho más eficientes y seguras (aunque no siempre) pero sobre todo rápidas y eso, en definitiva, es lo más importante hoy en día: ahorrar y ganar tiempo. Independientemente de eso entiendo que en una ciudad urbanamente bien planificada, el servicio de correos debería llegar a todas partes. Es más probable que el coronel sí tenga quien le escriba. Y la abuelita de Caperucita Roja quizás también recibiría una carta de vez en cuando.

Así que insisto, el Instituto Postal Dominicano funciona bien. Apelo a nuestros arquitectos, ingenieros y urbanistas para que contribuyan a que siga funcionando y no a que desaparezca definitivamente.

La autora de este texto es Susan Mézquita, artista visual dominicana que vive y trabaja en Biel-Bienne, Suiza.