SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Por segunda vez y con solo un año de distancia entre uno y otro, el Premio Anual de Teatro Cristóbal de Llerena ha sido declarado desierto. Tragedia para la dramaturgia dominicana, drama para nuestra clase teatral y burda sátira de la política cultural nacional.

Para muchos de los dramaturgos y dramaturgas dominicanos este galardón se espera cada año con ansias ya que es el único, o al menos el más importante certamen nacional y oficial que existe en esta nación, que premia a la dramaturgia dominicana.

Sin embargo, ahora en el 2020 muestra por segunda vez en sus más de 40 años de existencia un vacío, un vacío que preocupa y mucho. Lo más alarmante es que sucede casi consecutivamente y a nadie, o prácticamente a nadie, parece importarle.

En el 2018 se declara desierto el renglón teatro de los Premios Anuales de Literatura que otorga cada año el Ministerio de Cultura, ya que el “Premio Nacional de Teatro Cristóbal de Llerena no recibió ninguna obra…”[i]. Al parecer a nadie le preocupó no sólo que fuera declarado desierto, sino desierto porque ni tan siquiera una obra publicada fue presentada.

Al año siguiente el certamen convoca a “obras inéditas” y afortunadamente se presentan varias, resultando ganador el joven dramaturgo y director Richarson Días con el “El motín de las palomas[ii].

En el 2020, a pesar del fracaso del 2018, las bases del concurso establecen nuevamente que sólo podrán presentarse “obras publicadas”[iii]. La historia se repite quedando por segunda vez el renglón teatro desierto porque “no contó con participación de obras publicadas”[iv].

Los organizadores no se dieron la tarea ni el trabajo de analizar por qué el fracaso del 2018 y siguieron de largo hasta tropezar con la misma piedra. Piedra que nos cae a los teatreros como peñón marca Acme.

Lo primero a denotar de este lamentable suceso, por partida doble, es que este es un premio que busca originalmente galardonar la escritura, es decir, al escritor o escritora por una obra nueva y no la edición o publicación de esta.

Es una forma de incentivar la escritura, de motivar a los escritores a eso, escribir. Lo segundo pero no menos importante, es que el cambio que realizó el Ministerio en el 2017 de establecer que "Estos premios se concederán a partir de la presente convocatoria, un año a obras inéditas y, al año siguiente, a obras publicadas”[v], constituye un desacierto enorme.

Ahí radica gran parte del problema de este provocado desierto.

Es impensable pretender realizar una premiación a obras teatrales publicadas en un país donde las publicaciones impresas teatrales escasean, quizás y como mucho dos (con suerte tres) libros de teatro por año se publican en promedio.

Y de estas publicaciones muy probablemente una o dos son libros de obras premiadas del mismo Premio Nacional o del concurso de Casa de Teatro, lo que las excluye automáticamente de participación, quedando una sola obra o ninguna con posibilidades de presentarse al certamen.

En definitiva, crónica de una muerte anunciada, y ni hablar de la poca difusión de las convocatorias, que a veces ni llega uno a enterarse.

Unido esto, se disminuye el monto en metálico a entregar cada año de 250 mil a 200 mil pesos.

Los pagos y publicaciones atrasados, la mezquina y corrupta intención de rebajar ilegalmente 50 mil pesos a los ganadores del pasado año[vi], desestimado esto a último minuto por denuncias de los mismos premiados ante la prensa[vii], encima de todo está la también reducción de impresión de las obras como parte del premio a apenas 50 ejemplares. Vergonzoso e indignante el manejo.

La realidad de la dramaturgia en nuestro país es crítica, delicada. Por un lado no contamos con programas de publicaciones dramatúrgicas ni mucho menos de temática teatral.

Tampoco existen programas de formación ni de incentivo a la creación de dramaturgias. La formación de los dramaturgos es empírica y en la mayoría de los casos poseen estudios informales.

Se auto publican con dinero ganado en alguno que otro premio o con soporte de programas nacionales o internacionales recibidos, sino, con el apoyo de la reconocida casa editorial “Subolsillo Edition” (nótese el sarcasmo).

Los concursos de teatro aquí son pocos, dos: está el mismo Premio Nacional con todos sus problemas, y el concurso de Casa de Teatro, con tres premios y tres menciones, que en los últimos años ha tenido que reducir, también por falta de apoyo económico, su edición de teatro a bianual y abierto a convocatoria internacional, lo que minimiza las posibilidades de que un dominicano o dominicana gane, pues la competencia es mayor y en desventaja para nosotros.

En cuanto a la compra o contratación a nivel comercial de obras dramatúrgicas dominicanas nuevas o no, el mercado es pequeño y sobre todo acorde a la demanda, es decir poquísima, esta labor de riesgo la ha asumido con mucho compromiso el teatro independiente[viii], pues el oficial y empresarial, nada.

Además, la posibilidad de agremiarse o sindicalizarse, tan necesario para el fortalecimiento como para protección del oficio, está secuestrada por antiguos miembros fundadores de la Sociedad de Autores y Compositores Dramáticos, de los cuales varios (casi todos)  ya han fallecido y los restantes no se encuentran en condiciones físicas ni mentales de presidir ni dinamizar un gremio. Pero no lavan ni prestan la batea, ni siquiera te la enseñan.

En fin, que la dramaturgia dominicana existe[ix], no por interés de los dirigentes de la cosa pública cultural, sino por persistencia y sobre todo por resistencia de sus creadores y creadoras.

Estos hechos muestran nuevamente el desconocimiento y la desconexión total del asunto teatral de quienes han liderado el Ministerio de Cultura en las últimas décadas.

Este vacío ocurrido por segunda vez en el Premio Nacional de Teatro es reflejo directo de la situación precaria del teatro en la República Dominicana en la que nos ha sumido directamente el Ministerio y sus dependencias a falta de políticas culturales.

Esa carencia política organizativa se observa a gran escala. Con una la ley del teatro que no termina de ser aprobada y cuya comisión sigue sin dar pie con bola en diez años, mientras nos mareamos con una aprobada, pero insignificante, paupérrima y mal concebida Ley de Mecenazgo Cultural que tampoco termina de arrancar a pesar de su promulgación hace ya diez meses[x].

Los festivales de teatro han sido modificados, reducidos, violentados, maltrados e incluso cancelados[xi], perdón se dice: “pospuesto”, bajo sospecha (mía) de que fue para desviar sus fondos para otras “actividades”, pero según ellos fue por la “crisis económica mundial” [xii], mejor no pensemos los porqués pues eran años electorales (dígase 2004, 2008, 2012 y 2015).

La Dirección de Drama desmantelada y luego reaparecida como una “Coordinación” que se esfumó cual fuego fatuo.

Las agrupaciones oficiales de teatro; el Teatro Rodante Dominicano y La Compañía Nacional de Teatro, con cambios de dirección a cada rato[xiii], quedando acéfalas en varias oportunidades[xiv] y con reducción significativa de sus presupuestos asignados, varias huelgas de los actores y las actrices por dignificación laboral y reajuste salarial[xv].

En contraparte la cenicienta vejada y ultrajada, la Escuela Nacional de Arte Dramático, sigue sufriendo en todos los sentidos la embestida[xvi] del Ministerio y sus secuaces, al punto de cambiar[xvii] e imponer directores[xviii] cual calieses culturales[xix].

Huelgas varias por mejoría salarial de profesores de las escuelas de arte[xx] a nivel nacional, interrupción indefinida[xxi] de la docencia y estudiantes sin poder concluir su programa de estudio ni graduación.

La sala de teatro Manuel Rueda cerrada[xxii] y abandonada por casi 9 años, y luego reabierta[xxiii] con bombos y platillos, pero sin ninguna mejoría real más que un maquillaje para terminar complaciendo a los dioses del Got Talent.

Y ni hablar del Teatro Nacional y su make up Caffariano millonario[xxiv], institución que continúa secuestrada por una administración de corte balaguerista con un patronado seudoburgués y aristocrático dominantemente elitista y clasista.

Para rematar, el pasado mes de enero declara el Ministerio de Cultura, muy desatinadamente, a Juan Pablo Duarte como Padre del Teatro Dominicano[xxv].

Salvando la distancia de su labor, ya más que reconocida y de la importancia del teatro en las luchas independentistas, constituye un error histórico garrafal para la historiografía teatral dominicana, ignorando completamente el trabajo de Félix María del Monte[xxvi]  considerado ya por los propios teatristas como padre del teatro dominicano[xxvii], así como de más errores básicos en la propia declaración.

Y puedo seguir cansándoles con la enorme lista de metidas de pata del estado con nuestro teatro, pero en fin, el teatro es un arte de resistencia.

Aparte de que no hemos pegado una con los Ministros de Cultura, ¿qué evidencia todo esto y más? Evidencia la necesidad de un cambio y un relevo urgente en el liderazgo cultural, específicamente en la administración pública.

Se requiere sobre todo en la gestión y liderazgo teatral, de diferentes y mejorados planteamientos y programas para desarrollar, sistematizar e institucionalizar el quehacer teatral dominicano.

Es más que evidente la imperiosa necesidad de liderar y gestionar desde una consciencia de clase que entienda el contexto local, regional y global en que vivimos.

Que proyecten estos nuevos o nuevas incumbentes un verdadero plan de gobierno con un manejo revitalizador de las políticas culturales y sobre todo  que sean más plurales, integradores y multidisciplinarios acordes a esta época.

Este vacío dramatúrgico convertido en desierto demuestra la incapacidad del estado dominicano de los últimos 16 años o más, de manejar con inteligencia y eficacia la cosa cultural, y peor aún, los asuntos teatrales.

Los mal nombrados “líderes y gestores culturales” que han ocupado los puestos gubernamentales de poder, de alguna manera u otra, le han fallado “todos y todas” al teatro dominicano. No mencionamos nombres en esta ocasión, pero cada cual sabe la marca y talla de su sombrero.

Sin embargo, hay esperanzas antes de que caiga el telón. Un pequeño foco arroja algo de luz hacia la platea del teatro. Pues la resistencia de nuestra dramaturgia nacional sigue rindiendo frutos.

Las mujeres lideraron entre 2018 y 2019 las publicaciones con tres títulos: “Miches, ponle esperanzas” de Julissa Rivera[xxviii], “La ley del silencio: Bullying” de Lorena Oliva[xxix] y una antología de piezas para títeres de Karina Ubiñas bajo el título “Amapola es un cuento (teatro)[xxx].

Ingrid Luciano[xxxi] y Licelotte Nin[xxxii] presentaron con éxito en dos temporadas de Micro Teatro con piezas todas de su autoría (4 cada una)[1].

César Sánchez Beras sigue escalando en las publicaciones y ventas de sus obras de teatro infantil con la Editorial Santillana bajo el sello Alfaguara Infantil.

La mayoría, poco más de un 70% de las obras presentadas en los dos últimos festivales de teatro Nacional e Internacional de Santo Domingo son de dramaturgia dominicana y joven[xxxiii], se impartieron además talleres de dramaturgia[xxxiv].

Se ha conformado una “Comunidad Dramatúrgica Dominicana”, por el momento informal, pero seria y dinámica, integrada principalmente por jóvenes y algunos veteranos.

Cinco de los seis ganadores del Concurso Internacional de Teatro de Casa de Teatro 2019[xxxv] fueron dominicanos.

Ni la cuarentena detiene la dramaturgia, en plena pandemia aparece “Otra Muestra de Dramaturgos del Sur[xxxvi], segunda antología editada por Edgar Valenzuela, lanzada de manera virtual[xxxvii] y disponible a la venta (comuníquese con él que se lo manda en un taxi sin problemas para mantener el distanciamiento). La resistencia dramatúrgica persiste.

Pero duele, entristece ver este vacío provocado por el “desierto” de dos premios nacionales de teatro. Duele no saber qué pasará con ese dinero (más de 450 mil pesos), que pudiera ser reinvertido en la misma dramaturgia nacional. Es triste saber que quedará ese vacío permanentemente en la historia de la dramaturgia dominicana. Pero las cicatrices son recordatorios de heridas que forjan la experiencia.

Nosotros, las y los involucrados y hacedores teatrales somos también parte del asunto en cuestión, por lo que tenemos nuestra cuota de responsabilidad.

Pero sobre todo podemos y debemos ser parte de las soluciones, y la única forma de iniciar un cambio y una transformación significativa en búsqueda de soluciones acertadas, eficaces e inteligentes es involucrándonos directamente y con permanencia.

Exigir, debatir, proponer, denunciar, colaborar, participar activamente. Y esto tenemos que hacerlo todos y todas antes de que termine la función. Porque cuando se levante otra vez el telón, si no hemos asumimos el reto del cambio, sobre el escenario quedará nuevamente en la próxima función el vacío de un desierto teatral.

[i] (Ministerio de Cultura, 2018).

[ii] (Diario Libre, 2019).

[iii] (Cultura, 2019).

[iv] (Acento, 2020).

[v] (Escritores.org, 2017).

[vi] (De Jesús Ruiz, 2019).

[vii] (UniRD, 2019) y (Sosa J. R., 2019).

[viii] (Soriano, 2017).

[ix] (Rivera C. , 2016).

[x] (Listín Diario, 2019).

[xi] (FindGlocal, s.f.).

[xii] (Quiñones, 2008).

[xiii] (EFE, 2018).

[xiv] (Sosa J. R., 2018).

[xv] (Periódico El Caribe, 2018).

[xvi] (Espejo, 2019).

[xvii] (Terrero, 2018).

[xviii] (Periódico Hoy, 2014).

[xix] (El Grillo, 2015).

[xx] (Rivera S. , 2019)

[xxi] (Méndez, s.f.).

[xxii] (Reyes, 2014).

[xxiii] (Mercedes, 2019).

[xxiv] (Sosa J. R., 2018)

[xxv] (Acento, b, 2020).

[xxvi] (Periódico Hoy, 2005).

[xxvii] (Castillo, 2016).

[xxviii] (Rivera J. , 2018).

[xxix] (Oliva, 2019).

[xxx] (Ubiñas, 2019).

[xxxi] (Diario Digital RD, 2019).

[xxxii] (El Día, 2019).

[xxxiii] (Agencia EFE, 2018)

[xxxiv] (Pérez, 2019).

[xxxv] (Diario Libre, c., 2020).

[xxxvi] (Valenzuela, 2019).

[xxxvii] (Diario Libre, b., 2020).