He de sentarme a pensarte.  Y mis pensamientos, huérfanos serán de ti.   
Pensarte.   
Tanto pensarte, hasta que te desvanezcas en la ruta. 
Imaginarte. 
Tanto imaginarte, hasta que te desfigures en el recuerdo.  
Eso haré con las ideas que, a falta de ti, han quedado sin dueño.

He de tragarme los besos no dados. 
Como chocolate caliente, transitarán el estrecho espacio en mi garganta. 
Y, tropezando unos con otros, harán las pases con el susto de sentir tu gusto en mi estómago. 
He de masticar esos besos nonatos, hasta hacer un bolo de suplicio, que alimente las larvas en mi panza.  
Futuras mariposas, destinadas a morir por falta de una historia en las que ser protagonista.

He de congelar los abrazos, pendientes de entregar.  Entumecidos, mis brazos quedarán amorfos y sin sentido.  En la artritis prematura, sucedida de tu ausencia, he de medicarme con indiferencia vana. 
Como vano es este intento de no desear tu abrazo.  
Como ausente es el roce de mis poros en los tuyos, cadenciosa molestia, esta, ¡maldita!… de no tenerte.  
He de macerar con mis dedos tus abrazos.

Han de quedarse ciegos, ¡mis ojos!… Cansados de no mirarte.  
Desesperada, por buscarte entre las cosas, mirarte entre las voces.   
Mis pestañas, revolucionan y se apagan.  
A media asta, fallecen cabizbajas.   
Renuncian a erguirse, tratando de guarecer, tras ellas, lo que fue, sin parecerlo, la última imagen convertida en tesoro y recuerdo.   
Ha de gritar con llanto mi mirada, ciega, enardecida y sorda…

¡Como sordos mis oídos!  ¡He de taparlos!  Como hacen los locos… aturdidos por tanta voz adentro…todas gritando, ¡todas! vociferando promesas de asfalto.  Duras y rugosas… pero ninguna de ellas, ¡ninguna! tu voz…
He de quedarme sorda… ¡para siempre!  Maldito todos los sonidos que no son tu grito ni tu llanto…
Mueran todos ellos, las voces vacías de tus palabras y hartas de tu silencio.  
He de quedarme sorda, y así no escucharé mi propio lamento.

Y mi boca estallará en gotas gordas de dolor.   
Mi garganta, atorada con tus besos, los primeros, los del medio, más los últimos… ¡todos!, 
ahogándome con desencanto; gritando, ávara, tu nombre, hasta gastarlo, hasta escuchar un sordo pitillo de arrullo… que, diluido en el viento, se vierta como lluvia en este amor que me sobró…
este amor del que no pude hacer entrega.   
Este amor sin domicilio ni remitente.  
Amor de los caídos, de los ausentes.   
Los prisioneros y los cautivos.

 

Gnosis Rivera

Donde no puedas amar, no te tardes….

F.K.