SANTO DOMINGO, República Dominicana. – En la autopista Duarte, doblando a la derecha en el banco Popular (entrada de Los Alcarrizos), siguiendo derecho, después del “pantalón”, como a tres kilómetros de ahí, por las Mercedes, pasando una entrada adornada por vacas en un pasto que intenta ser verde, cruzando todas las casas de cemento y blocks que se avejentan en tierra seca. Ahí, ahí está Nuevo Horizonte, sector de Manoguayabo en que explotó Serantra, una empresa recicladora de aceite, donde viven las señoras Liliana Montaño y Mercedes Vásquez Batista.

Las dos son vecinas de Serantra. Liliana lo recibe en la entrada, ya que queda puerta con puerta de su hogar, y Mercedes le cuenta todo lo que ve desde desde atrás.

Al llegar se respira un clima parecido al que describe Juan Bosch en el cuento La Mujer: una calle muerta que nadie resucitará. “Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se le ve vida”.

Un portón verde separa el mundo de escombros de la vida en comunidad que hay fuera. Al escuchar personas del otro lado, alguien se acerca a la puerta y abre una mirilla que sólo deja sus ojos al descubierto.

-Hola, queremos saber qué pasó con la explosión.

-Yo no trabajo aquí, estoy esperando a mi papá que es el seguridad.

-¿Cuánto tiempo tiene tu papá trabajando aquí?

-Un mes y pico.

-¿Qué es lo que hay ahí?

-Una fábrica de gasoil.

-¿Y estaba funcionando?

-Esto no estaba funcionando, lo estaban probando era disque, disque.

-¿Y los que murieron eran de la zona?

-No.

Nadie de los alrededores trabaja o trabajaba ahí, el repudio que tienen hacia la recicladora no los dejaría.

Al cruzar el portón verde se entra a un terreno árido. Todo está negro. Un camión negro, hierros negros, seis tanques negros y una camioneta que antes de la explosión debió ser azul, ahora está pintada con los restos de las llamas.

El olor a quemado y a combustible es potente.

Los heridos resultaron con quemaduras entre el 80% y 100% del cuerpo.
Los informes indican que la explosión ocurrió en la caldera.
Según el hijo de Luis, el portero, un sobrino de Veras se encontraba en el lugar también.

Los hijos de Lilliana estaban en la escuela cuando todo ocurrió. El celular de uno de los trabajadores cayó en el anexo que tiene detrás de su casa y así logró contactar a la esposa del señor que llamaban Freddy.

Junto a otros vecinos ella socorrió a los que resultaron heridos. En tres sillas plásticas los tenían, hasta ahí llegó su poder. Los tres estaban color carbón y uno de ellos derramaba sangre de la cabeza.

Patricio Veras, dueño de la recicladora, declaró en la prensa que estaban haciendo unas pruebas con las maquinarias, lo que causó la detonación, pero que la fábrica no estaba funcionando. Sin embargo, los vecinos cuentan otra versión.

“Yo lo vi a él en las noticias diciendo que él no estaba trabajando, y eso no es cierto, él estaba trabajando”, confronta Montaño.

Montaño tiene 14 años viviendo en el sector Nuevo Horizonte junto a su esposo y sus seis hijos, y dice que cuando se mudó había una empresa, pero no tanques. “Hace como cinco años que comenzaron a bregar con eso”.

Rumbo al otro lado hay personas labrando la tierra. Más adelante tienden la ropa en alambres de púa y obreros construyen casas que, si es de juzgar por las demás, se quedarán por mitad.

En el camino, una señora interrumpe.

“¿Es verdad que hay una joven que todavía está preguntando por un familiar? Quiero saberlo con seguridad”, dice con preocupación.

Ella, conmovida, entró a escondidas junto a otras cuatro mujeres para ver si encontraban algo, pero les negaron el acceso. Dicen que hay un mal olor, pero no saben si adjudicárselo a los perros que habían.

“Hay una joven que está diciendo que su tío no aparece. Entonces, si la muchacha aparece nosotros nos metemos por ahí y ellos tienen que dejarnos pasar, pero tenemos que tener la seguridad”, prosigue.

Ya en casa de Mercedes Vásquez el cuento de la sobrina que busca a su tío cobra más vida. “La mujer del hijo de la rubia, la que trabaja en la banca, la que trabaja en la banquita frente a donde la rubia, ella fue que vio a la joven. Se sentía mal, estaba llorando y buscando a su tío que tenía mucho tiempo trabajando ahí”.

Vásquez lleva 12 años viviendo atrás de Serantra. Al cruzar un anexo de blocks a medio construir, sube a un bulto de tierra que marca la orilla de su casa. Ahí hay un pequeño arrollo y del otro lado están los muros de la fábrica. Encaramada, enseña dónde cayeron los cuerpos y aprovecha para contar su anécdota.

“Salí corriendo para allá adelante. Después de que salí corriendo, me metí abajo del clóset. Cuando me meto abajo del clóset viene la hija mía corriendo porque pensó que mi casa había desaparecido”.

Con lágrimas en los ojos, continúa. “El hijo mío trabaja ahí al lado, por donde están los camiones, porque uno los manda para que no estén en la calle. Hacía un momentico él estaba brillándole la llanta al furgón que partió la caldera en dos pedazos”.

A Mercedes todavía le duele el pecho del susto.

 ¿La empresa funcionaba o no?

Lilliana Montaño vendía comida en su casa para subsistir. Como queda justo en la entrada de Serantra, por mucho tiempo alimentó a los trabajadores de la empresa, que dice ronda entre 10 y 12 personas.

La vecina cuenta que antes era una empresa de transporte. Al parecer, Patricio Veras le alquiló parte del terreno a "los Lama" y luego ellos le entregaron la tierra con las instalaciones, entonces Veras comenzó a trabajar por su cuenta hace seis meses día y noche.

“Veras es una persona sencilla, por lo menos comparte con la gente”, dice Montaño.

A una semana de ocurrido el desastre, ese rinconcito de Nuevo Horizonte es tierra de nadie. Nadie recoge los escombros en el anexo de la señora Montaño, nadie reconstruye lo poco que tenía, a nadie le ha preocupado que duerme en un colchón quemado.

“Queremos que Veras dé la cara, que se levanten los escombros que están ahí y que le den la cara a la comunidad que necesita respuesta”, implora con serenidad Montaño.

La recicladora de aceite es su patio

La explosión de Serantra ocurrió hace una semana, pero la comunidad ha sido afectada por su mala práctica durante años. La empresa existía, pero en un principio no tenían tanques ni trabajaban con aceite.

“Antes de que estuvieran los tanques ahí nosotros nos amotinábamos porque ellos mandaban un líquido por ahí que el que estaba comiendo tenía que soltar el plato”, cuenta Vásquez.

Con los años, los efectos calaron a otros estándares como deserción e implicaciones de salud. “Después de eso nadie quiere comprar por aquí. La gente se va y tiene que vender más barato porque nadie quiere comprar… ¿y quién quiere aguantar un mal olor?… yo estoy aquí porque es obligado. Si tuviera a dónde ir no estuviera ahí”, lamenta Montaño.

Según versiones, de Serantra tiran como una grasa. A veces sale como del color de una leche y a veces sale negro.

Mercedes Vásquez indica que la "grasa" sale por unos tubos que desembocan en el arrollo que separa su casa de Serantra. De acuerdo a Vásquez, les cortaron la parte que sobresalía para que evitar su visibilidad porque los vecinos se estaban quejando.
“Ellos tienen eso acumulado como en algún sitio y cuando se nubla empiezan a mandar eso, para que cuando empiece a llover, eso empiece a bajar… y la casa la tenemos que dejar, porque es que uno no aguanta el mal olor”, dice Vásquez.

Desde que instalaron los tanques de aceite en la comunidad surgieron alergias, hongos, problemas en la piel y de respiración.

Uno de los hijos de Vásquez en particular tuvo un hongo en la cabeza siendo pequeño a causa del “full oil”, lo que le paralizó el crecimiento del cabello de manera definitiva.

“Tú tienes la pista de San Isidro en la cabeza”, le decían al niño. Esos que lo insultaban no sabían que el patio de su casa es la parte trasera de una recicladora de aceites que durante su infancia procesaba “full oil”.

Además de eso, en la casa de al lado hay una señora que padece cáncer óseo.