Hoy, 16 de febrero de 2013, se cumplen 40 años del asesinato del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó por militares al servicio del presidente de la República Joaquín Balaguer Ricardo. Más de 5 millones y medio de dominicanos han nacido desde entonces y muy pocos de estos conocen a cabalidad el rol histórico de este personaje patriótico. Caamaño fue un ser humano sujeto a errores, a equivocaciones, y que en su vida tomó decisiones que no fueron las mejores. Ahí reside su grandeza, en que fue como todos nosotros, imitable, con sus errores y sus virtudes, que recorrió el camino liberador que recomendaba, los cuales sus críticos no se atrevieron a seguir. Muchas veces, nuestro imaginario persiste en considerar a los héroes como infalibles. Insistimos en confundir al héroe de la vida real con la imagen que cada uno ha inventado del héroe ideal.
Hijo de uno de los más prominentes generales de la tiranía de Rafael Trujillo Molina, Francis Caamaño renegó oportunamente del rol represivo para el cual había sido entrenado e indoctrinado. Por encima de esos valores perversos que le habían sido transmitidos, se impuso el sentido humanista de respeto a sus semejantes. Y se rebeló ante el poder reinante del cual formaba parte.
Su valentía personal lo colocó a la cabeza de un pueblo en pie de guerra que, sorprendido por la masiva invasión militar de Estados Unidos al territorio dominicano en 1965, carecía de liderazgo militar y político. Fue Caamaño la figura que encarnó los mejores sentimientos patrióticos de los dominicanos, lo cual lo llevó a ocupar la Presidencia de la República en armas durante esa crisis internacional.
El comandante Fidel Castro Ruz expresó en torno a Caamaño: “Su tenaz resistencia a los invasores al frente de un puñado de militares y civiles, que duró meses, constituye uno de los episodios revolucionarios más gloriosos que se ha escrito en este hemisferio.” Una frase así surgida del símbolo revolucionario por excelencia en el siglo XX coloca a Caamaño en una dimensión histórica universal.
Con su titánica actitud, Caamaño logró encarnar el sueño de los pueblos reprimidos del mundo. Ni siquiera las fuerzas armadas estadounidenses, las más poderosas de la historia, fueron capaces de hacerlo retroceder en su lucha. Sin vencer al imperio, aunque sin ser vencido, Caamaño transigió en nombre de la paz para su pueblo como forma de ponerle fin a un conflicto que se había estancado sin salida aparente.
Desde el ostracismo londinense, al cual fue forzado políticamente por las circunstancias, el poder nacional impuesto por la violencia estadounidense obstaculizó sus vínculos con el pueblo dominicano que lo tenía como su gran esperanza. Ante la ausencia de una organización política coincidente con sus planes y dispuesta a respaldarlo, su relación con el pueblo empezó a declinar indetenible. Eso llevó a convertirlo en una nostalgia, más que en un instrumento de lucha.
Más que las deserciones y las traiciones de aquellos que juraron con él fidelidad a la causa patriótica, fue el aislamiento de la patria lo que restó su capacidad para formar un frente unido de liberación e independencia. Optó entonces por prepararse militarmente para cumplir con la promesa, hecha cuando renunció a la Presidencia de la República en armas el 3 de septiembre de 1965, de volver para defender la democracia y los derechos humanos. Ningún otro lugar podía superar a Cuba revolución como fuente donde encontraría la solidaridad necesaria y suficiente para acometer sus proyectos de liberación.
Desoyendo consejos bien intencionados que lo hubieran desviado de sus compromisos patrióticos, regresó a la tierra natal en 1973 con un reducido grupo de valientes. Se convertiría entonces en ejemplo de la lucha contra la dictadura y a favor de la liberación definitiva. Los resultados no fueron los esperados y Caamaño fue asesinado un 16 de febrero, como hoy.
Vencieron al hombre, no así a su fuerza histórica que servirá por siempre de ejemplo para resistirse a la dominación imperial y combatir a los gobiernos corruptos que llaman democracia al enriquecimiento ilícito y a la mentira. A 40 años de la partida del héroe, algunos farsantes se ocupan de convertir a Caamaño en piezas de mármol o de metal, más que en promover los principios que lo llevaron a ser símbolo de la lucha contra el invasor estadounidense. Promueven el traslado de restos ajenos a un panteón de la patria que alberga al peor traidor que ha tenido la soberanía nacional. Fingen desconocer que, al realizarse ese traslado, liberan de responsabilidad penal a los asesinos del héroe de abril y sus compañeros.
Los que desertaron entonces del compromiso de luchar por la liberación nacional hasta las últimas consecuencias, utilizan como coartada que Caamaño era impositivo e irascible. Banal excusa que refleja el temor a arriesgar la supuesta tranquilidad de aquellos que prefieren no hacer nada. Esos que nunca arriesgaron lo mínimo para contribuir a la lucha contra el opresor nacional y extranjero los tildan de autoritario. Y sería bueno preguntarse: ¿cómo debía organizarse un movimiento cuyos enemigos principales eran el imperialismo de Estados Unidos y su tiranuelo de turno, Joaquín Balaguer, implacables y criminales por naturaleza? ¿Era degustando vino, oliendo rosas o leyendo libros triviales mientras el pueblo moría en las calles?
Alegan los blandengues que Caamaño estaba equivocado porque murió en su intento de rescatar la democracia. Alegan que, gracias a su inmovilismo, ellos tenían la razón de su parte porque sobrevivieron. ¿Qué ganaron al aliarse por omisión a Balaguer en su hacer nada? Permitieron que esta sociedad degenerara para que hoy, a 40 años de distancia, seamos el país con peor comportamiento en salud, lo cual ha provocado la muerte de miles de niños, mayores y ancianos que pudieron ser evitadas en un régimen social justo. Somos los últimos en el mundo en educación, colocando a los dominicanos en las peores condiciones de ignorancia para sobrevivir miserablemente. Somos el país más corrupto gracias a que los seguidores de aquellos que dieron la espalda a Caamaño, por temor y por conveniencia, se han convertido en vulgares rateros de los bienes del Estado. Somos el mejor trampolín para el tráfico de estupefacientes con el apoyo de la estructura gubernamental. ¿Para eso se negaron a luchar? ¿Para llevar al país a la putrefacción?
La férrea voluntad de Caamaño debe ser ejemplo de todo buen patriota dominicano. Murió con gallardía, asesinado por los causantes de los peores males de nuestra sociedad. Murió como soldado de la revolución que él mismo había convocado. Muere cuando los principales dirigentes políticos, de derecha y de izquierda, quienes lo habrían preferido fuera del país para siempre, niegan su presencia como combatiente decidido en territorio nacional. Esos que prefirieron la paz de los cementerios de Balaguer a arriesgarse en una lucha liberadora contra aquel gobierno fraudulento.
La grandeza de Caamaño reside en que fue un ser humano sensible que los jóvenes de ahora pueden emular en su intransigencia patriótica. Sufrió la lejanía de la patria mientras el pueblo era masacrado y, ante esto, rechazó una vida apacible disfrutando vanamente sus glorias patrióticas para dedicarse entonces, en cuerpo y alma, a la lucha por la liberación definitiva del pueblo dominicano.
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