Cualquier lector de inmediato diría No como respuesta a la pregunta que encabeza el título de este artículo. Sin embargo, yo les pediría no asumir ese juicio de valor hasta concluida una serie de tres artículos que iré publicando en este periódico en mi columna de los lunes.
También aclaro que, las reflexiones que haré inicialmente sobre la bachata y el merengue no necesariamente predisponen la respuesta que pretendo ofrecer en el último artículo de esta serie. Así que no desespere y disfrute el viaje.
La República Dominicana es uno de los países que posee ritmos musicales autóctonos que han logrado trascender a escala mundial y se han convertido en sello de la dominicanidad como la bachata, el merengue, o expresiones religiosas y culturales como la cofradía del Espíritu Santo o los Guloyas de San Pedro de Macorís que han tenido bases muy rítmicas.
Todos tienen en común una cosa: han surgen de las entrañas del pueblo mismo como expresión de las clases más bajas, en sus orígenes han sido repudiados y enfrentados por los sectores sociales de poder en su época, que los han tildado de vulgares y de baja ralea, pero han terminado imponiéndose como ritmos y expresiones nacionales y caminan por el mundo, mostrando con orgullo el sello distintivo de la nacionalidad dominicana al punto de ser declarados patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco.
Para ilustra la reflexión que quiero hacer comenzaré por el merengue apoyado en las investigaciones de nuestro amigo Euri Cabral. Durante su desarrollo el merengue ha estado signado por tres elementos que han creado disputas permanentes y que lo llevaron a ser repudiado por diversos sectores sociales, en especial por las clases dominantes y los sectores más aristocráticos de la sociedad. Estos elementos son: su forma de baile, sus letras picarescas y/o de doble sentido y su vinculación con los problemas sociales cotidianos.
Fruto de esas tres características el merengue fue enfrentado muy fuerte por diversos sectores de la llamada alta sociedad que no le perdonaban que de ser un ritmo surgido de las propias entrañas de las clases más bajas se hubiera convertido en un sinónimo de la identidad nacional dentro y fuera del país.
Manuel de Jesús Galván fue uno de los intelectuales que encarnó una despiadada campaña contra el merengue. Para ello utilizó un periódico llamado el Oasis y en 1854 publicó un artículo donde se refería al merengue como indecente, maldito, abominable, impúdico, detestable, de poco gusto, hijo del diablo, pasión impía, sandunga infame y bárvaro”.
Junto a Galván, otros connotados intelectuales como Eugenio Perdomo, Manuel de Jesús Heredia y Pedro de Castro y Castro no fueron nada indulgentes con el merengue pues no concebían que el merengue estuviera desplazando a la tumba, un ritmo proveniente de Europa, porque eso representaba una falta a las buenas costumbres de la sociedad. Como jóvenes intelectuales con influencia en la sociedad de entonces, entendieron necesario enfrentar la gran influencia que tenía el merengue en la mayor parte de la juventud urbana y de la élite de esos tiempos.
No podían aceptar que un ritmo de sectores populares, marginado y sin clase estuviera llenando de furor a todos los jóvenes los cuales eran zarandeados de aquí para allá con ese nuevo baila procaz y obsceno.
Lo que estos intelectuales reflejaban con sus críticas al merengue era la actitud tradicional de todas las élites dominantes cuando creen que sus costumbres y dominios están siendo afectados. Y más aún cuando ese proceso se daba con un ritmo considerado lascivo, vulgar, sexual y prosaico que desplazaba del gusto social a otro ritmo que representaba sus aires de finura, de alta sociedad y de costumbres europeizantes. No entendían que las sociedades se van adecuando a cambios que, muchas veces, los sectores dominantes tratan de impedir que se cristalicen.
De esto seguiremos hablando en nuestro próximo artículo porque, una vez aceptado el merengue en la sociedad, los cañones se enfilarían hacia otro género musical que, de igual manera, surgía de las clases sociales más bajas: La bachata.