Carmela Vicioso viuda Pichardo
Carmela Vicioso viuda Pichardo

Santo Domingo, República Dominicana.- Con ocho hijos que mantener y educar, Carmela Vicioso viuda Pichardo se integró a la Guerra de Abril tan pronto sonaron las primeras clarinadas. Antes, había llorado con todas sus lágrimas la inmolación de los héroes de junio, y en un ambiente rabiosamente antitrujillista, crio a sus hijos.

Pedro Conde Sturla cuenta su historia en el libro Uno de esos días de abril y la presenta como lo que era: una mujer valiente y elegante, dueña de una entereza y determinación excepcionales, que cada día, al despuntar el sol, ondeaba la enseña de una sonrisa invencible, y que en las ocasiones especiales se ponía un vestido de ramos y flores y en los días ordinarios se vestía con el color de las gaviotas.

El escritor la conoció de cerca mientras estudiaba en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) con su hijo Nicolás y en las actividades del Partido Socialista Popular (PSP), algunas de las cuales se realizaban en la casa de Carmela, en la calle Santomé 48, en la Zona Colonial.

Lo que lo motivó a convertirla en un personaje de novela fue la admiración que sentía por ella, “por su valor, entereza y determinación, aparte del gran cariño que llegué a profesarle”.

“La viuda Pichardo –dice en su libro- era una de las mujeres más conjonudas que he conocido. Tenía que serlo desde el momento en que se atrevió a parir ocho varones, ocho machos en fila, uno tras otro, en busca de la hembrita que no vino. Tenía que serlo desde que se atrevió a quedarse viuda, jovencita, viuda y sola al frente de la prole. La inmensa prole en cierne”.

La viuda Pichardo tenía las manos iluminadas por los arcoíris de Abril y con ellas ayudó a los muchachos del PSP a empuñar las armas contra los invasores extranjeros. Mientras ellos disparaban contra el pasado ráfagas de futuro y balas con destellos de amaneceres, y se las jugaban en las esquinas sublevadas de la ciudad de Santo Domingo, ella los acurrucaba en el seno de su viejo caserón y les acomodaba un lugar con las pequeñas migajas de ternura que le regaló la vida. Ella la madre de las pequeñas ilusiones de aquellos días.

El Comando de la viuda

El día que empezó la guerra las células universitarias del PSP se dieron cita en la casa de la viuda Pichardo y allí recibieron sus primeras instrucciones. “Tirarnos a la calle, pintura en mano, llenar la ciudad de letreros, infinitos letreros y una consigna aterradora: Armas para el pueblo”, recuerda Conde Sturla.

La residencia de la viuda daba puerta con puerta al hospital Padre Billini, el lugar donde operaba la unidad médica de los constitucionalistas. Y por esa puerta vio entrar y salir a los numerosos muertos y heridos causados por la soldadesca norteamericana.

Allí, en una ciudad que empezaba a oler a pólvora y a historia, se reunían los miembros del Comité Central del PSP, entre ellos los hermanos Juan y Féliz Doucudray, respetados hombres de pensamiento y acción que se mantuvieron fieles a sus ideales éticos hasta el último día de sus vidas y que ocuparon, respectivamente, los números veinte y veintiuno en la lista de ochenta y tres supuestos comunistas elaborada por el Gobierno de los Estados Unidos para justificar su intervención.

La casa tenía un patio español y al final, en la carbonera, bien camuflado, había un arsenal con explosivos y armas de distintos calibres, que fueron utilizados en operaciones diversas durante la Guerra de Abril. “Allí se instruye clandestinamente a unos combatientes imberbes en el uso, arme y desarme y reparación de armas de fuego”. También se planificaban acciones y se organizaban veladas de distracción.

Mientras la ciudad sublevada organizaba sus esperanzas según el orden del día, el Comando de la Viuda daba albergue a los poetas, artistas y escritores que integraban el frente cultural de la guerra.

Acento.com.do/Archivo/Pedro Conde Sturla.
Acento.com.do/Archivo/Pedro Conde Sturla.

“La solemnidad y el hermetismo de los cuadros dirigentes –escribe Conde Sturla- contrastan con un bullicio, al extremo de la sala, donde tiene lugar otra reunión, aunque de carácter abierto, numeroso y vocinglero, típico de los miembros de la Comisión de Cultura, que dirige Silvano Lora”.

Un día se produjo un incidente en la zona constitucionalista y la casa de la Santomé 48 -la casa de la viuda- sirvió de retaguardia a algunos de los participantes. Fue un tiroteo con una patrulla de los Cascos Blancos.

“El primer disparo –relata Pedro Conde Sturla- alcanzó en la frente al conductor. Al oficial lo hirieron en el pecho y trató desesperadamente de escapar, no tuvo tiempo, quedó enganchado en la puerta, con la espalda reducida a un colador. Luego la perrera (la guagua celular de la Policía) aminoró su errática marcha y se detuvo por inercia, exactamente en el cruce de las calles Espaillat con Padre Billini. La tropa, en la parte trasera, seguía disparando sin cesar, pero esta vez le devolvían el fuego. Era un fuego cruzado, desde lo alto de cuatro esquinas, y era un fuego maldito”.

“El grupo de refugiados que nos encontrábamos en la casa de la viuda, apenas a una cuadra del lugar de los hechos, pensábamos que se estaba llevando a cabo una masacre de civiles, pero era una masacre de casos blancos.”

Pedro Conde Sturla recuerda el momento en que él y sus compañeros del PSP, luego que la patrulla fuera reducida, en un gesto humanitario con el enemigo, recogieron a un casco blanco herido y lo llevaron al hospital Padre Billini para ser curado por los médicos constitucionalistas. “Nunca más lo volví a ver”.

Otro día, mientras Nicolás, el hijo de la viuda tocaba al piano, rodeado de amigas y admiradores (lo que a veces era una cortina para disimular las operaciones del comando) cayó un mortero y puso fin a la fiesta.

“De repente, un obús de mortero revienta en el techo de una casa vecina y se escucha un pesado tableteo de metralla proveniente de las líneas del ejército imperial, luego la débil respuesta de nuestras armas en la periferia de la zona de combate. Inmediatamente se produce una movilización general. Nicolás cierra el piano y agarra el fusil, las admiradoras desaparecen y los demás combatientes toman sus equipos bélicos, en minutos regresan a sus puestos de los comandos de la resistencia. Un corre y corre.”

En el Comando de la Viuda el PSP, según la narración de Conde Sturla, se preparaba la propaganda que era repartida en la ciudad insurrecta, incluida la zona bajo control de las tropas de ocupación.

“La mesa del comedor reúne a una docena de compañeros y, sobre todo de compañeras, que trabajan en la compaginación del último número de El popular, órgano del Partido Socialista Popular.

Y prosigue: “A mano doblan los ejemplares, los empaquetan en paquetes pequeños y los distribuyen entre los responsables de venta de la zona de guerra, donde no hay riesgo alguno, salvo los riesgos propios de la guerra. En cambio, las compañeras se juegan el pellejo en la tarea. Ellas ocultan los paquetes entre las ropas intimas y los pliegues y repliegues de sus anatomías y se marchan a cumplir la difícil misión de burlar el cerco militar, el infame cacheo, y poner a circular los periódicos en territorio enemigo, que era el país entero, con excepción de la Ciudad Colonial y Ciudad Nueva y unas pocas cuadras al norte de la avenida Mella”.

Un madrileño dominico gallego

Norberto Roca (cachucha) Manuel González y González (Manolo) El Gallego y el Cachorro Erickson.
Norberto Roca (cachucha) Manuel González y González (Manolo) El Gallego y el Cachorro Erickson.

En su libro Uno de esos días de abril Conde Sturla rescató del silencio de los años al Gallego, un veterano combatiente de la Guerra Civil Española que vino al país en calidad de exiliado tras la derrota del bando republicano. Su nombre real era Manuel González y González (Manolo).

“Lo conocí en la casa de la viuda Pichardo y volví a verlo en la azotea de la panadería Quico, en la efímera sede del segundo comando constitucionalista fundado por militares del Partido Socialista Popular”, rememora Conde Sturla.

El Gallego estuvo en la primera línea de fuego en la Guerra de Abril. Ocupaba el puesto número treinta y siete en la lista de supuestos comunistas de los americanos, y en sus campañas de descrédito contra el bando constitucionalista los invasores norteamericanos lo mencionaron tanto que terminaron convirtiéndolo en una leyenda.

“Entre las fechorías que le atribuían al Gallego -expresa Conde Sturla-ninguna era tan hermosa como la de veterano de la guerra civil española. Manolo había nacido el 14 de noviembre de 1923. Convertirse en veterano de la guerra civil española (1936-1939) a tan temprana edad (entre los dos y quince años) era una hazaña portentosa”.

El Gallego sirvió de instructor militar a los contingentes de jóvenes del PSP que se enrolaron en la guerra, y algunas de esas clases fueron impartidas, precisamente, en el Comando de la Viuda.

Cuando el Comité Central del PSP se reunía en la casa de la viuda para pasar revista a la situación y tomar nuevas decisiones, lo hacía bajo las bombas enemigas. Sus integrantes, que ya eran luchadores experimentados, quedaban impasibles y seguían sus conversaciones sin inmutarse.

“Era el pan de cada día –acota Conde Sturla-, lo mismo daba quedarse que reunirse en cualquier otro lugar bajo fuego de mortero, y el comando de la viuda daba ciertas garantías en aquella antesalita con puertas y ventanas cerradas”.

Así de importante fue el Comando de la Viuda; así de decisivo en aquellos días de abril y en el recuerdo de quienes la conocieron.

El mundo que no pudo ser 

Ya han pasado cincuenta y cinco años de aquella gesta y la viuda Carmela Vicioso Pichardo se ha desvanecido en el tiempo. La viuda, como su guerra, ya está olvidada. Ella solo le concierne a quienes actuaron en la jurisdicción de su ternura y al amparo de aquella bandera sublevada que era su sonrisa; solo le concierne a Pedro Conde Sturla, que escribió un libro para traerla y la ha contado con todas las de la ley, y a sus viejos camaradas; a sus familiares y a todos aquellos que una vez la vieron luchar y soñar con un mundo distinto al que nos legó la intervención norteamericana, y que no pudo ser.

Ella, como muchas de las mujeres de Abril, perdió la guerra y perdió la paz. Un día, saliendo del Palacio de Bellas Artes fue atropellada por un carro y cuentan que desde entonces se empezó a morir lentamente.

Nada, nada se le quedó a Pedro Conde Sturla

Uno de esos días de abril, la novela de Pedro Conde Sturla, es una crónica esencial sobre la guerra de 1965 y la resistencia patriótica de los dominicanos, un libro hecho para alimentar la memoria de aquellos días y para entender la participación de los ciudadanos comunes.

En sus 112 páginas se hace un recorrido por los grandes y pequeños episodios de aquella gesta, desde el llamado a la lucha de José Francisco Peña Gómez hasta la decisiva batalla del puente Duarte, que, según Conde Sturla, pertenece más a la epopeya que a la historia; desde el asalto al Palacio Nacional, donde cayeron en combate el coronel Rafael Fernández Domínguez y el capitán Illio Capozzi, hasta la llegada de las tropas de intervención y el patético papel jugado por sus amigos dominicanos de las élites políticas, económicas y militares; desde el asalto a la fortaleza Ozama hasta la Operación Limpieza; y desde los francotiradores apostados en Molinos Dominicanos hasta el día en que el Presidente Caamaño mandó a la mierda al embajador de los Estados Unidos y se fue al puente “a morir con honor”.

Nada, nada se le quedó en su remembranza de la guerra a Pedro Conde Sturla.

Al centro el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó junto a varios combatientes constitucionalistas. A su izquierda, Héctor Aristy.
Al centro el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó junto a varios combatientes constitucionalistas. A su izquierda, Héctor Aristy.

La victoria de Abril fue resistir al imperio

La Guerra de Abril terminó con una derrota política y militar para el sector constitucionalista; fortaleció las élites y, según Conde Sturla, terminó convertida en un aborto histórico provocado por el poderío norteamericano. Significó una imposición del neotrujillismo y el fin de las libertades, que sucumbieron todas en los Doce Años de gobiernos de Joaquín Balaguer.

La ciudad de Santo Domingo no fue vencida, pero nunca se entregó. Y según Pedro Conde, la gran victoria de Abril fue resistir. “La resistencia contra un enemigo invencible fue una gran victoria moral”, concluye.

Una galería de héroes y villanos

Joaquín Balaguer.
Joaquín Balaguer.

La Guerra de Abril parió una galería de personajes, unos tratados por la posteridad como héroes, otros como villanos. Y Pedro Conde no tiene miramientos con ninguno.

El general Elías Wessin y Wessin es “simplemente un insignificante, un sanguinario, un cobarde”; Antonio Imbert Barrera, “aunque nadie le quita la gloria de haber contribuido al descabezamiento de la tiranía de Trujillo, pero vendió la patria en 1965 y llevó a la quiebra una mina de oro, por no decir otra cosa”; Joaquín Balaguer, “el más destacado miembro de nuestro pabellón de la infamia, el padre de la corrupción y la figura quizás más repulsiva de la historia dominicana”; Donald Reid Cabral, “el número uno en la lista de los vende-patria al servicio permanente del imperio”; Héctor García Godoy, “un personaje mediocre que jugó un papel mediocre, más o menos ajustado al guion que le habían asignado”; y Juan Bosch, “un excelente escritor y un político pusilánime, que al menos siempre fue un hombre decente, de gran rectitud, honradez y moral incuestionable, un hostosiano, alguien fuera de serie, que ocupa un lugar señero junto a Ulises Espaillat y otros pocos en la historia dominicana”.

Sus mejores palabras quedan en el aire como un homenaje a aquellos jóvenes que, en condiciones desiguales, se enfrentaron al imperio más poderoso de la tierra:

“Ante ellos se inclinan todas las banderas”.

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