El gran dilema ideológico del siglo XXI no es si creemos o no creemos en Dios, sino, si creemos o no creemos en la familia nuclear.

Al principio de la revolución soviética los jóvenes exigieron un “comunismo” sexual, es decir, promiscuidad, pero muy pronto los líderes de la revolución descubrieron un hecho sorprendente: los casados, en igualdad de condiciones, eran más productivos que los solteros, y a partir de allí los movimientos revolucionarios de todo el mundo promovieron la familia nuclear, lo cual incluyó no solo combatir la sexualidad precoz, sino las desviaciones sexuales.

Bajo un marco ideológico diferente las grandes naciones protestantes se comprometieron con la familia nuclear, hasta el punto de que Max Weber la define como un requisito del desarrollo, lo que se confirma en las naciones desarrolladas de hoy. Este punto se corrobora por estudios que muestran las ventajas de este arreglo familiar para hijos, cónyuges, y toda la sociedad.

El cambio vino con los hippies al enfrentar el evangelicalismo norteamericano, cargado de racismo, machismo, anticomunismo a ultranza, y un legalismo atosigador, pero se fueron justo al extremo para reclamar amor libre, mariguana, romper las reglas, y búsqueda de nuevas formas de religiosidad. Los hippies desaparecieron, pero su impronta fue recogida por intelectuales que pusieron sus consignas en un lenguaje atractivo para los jóvenes, y ese es el origen de la ideología postmodernista. Desde los hippies vino un nuevo feminismo, no solo reclamando equidad de género, sino prioridad de las cuestiones de género sobre las cuestiones de familia. Es por eso que Naciones Unidas pone entre los 8 objetivos del milenio, “promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer… mejorar la salud materna, y combatir el VIH/SIDA”, pero no dice una sola palabra sobre la familia. Es por eso que nuestro gobierno tiene un Ministerio de la Mujer, para promover la nueva agenda feminista, pero no tiene un ministerio de la familia.

El cambio grave se ha producido en los movimientos socialistas, pues se ha sustituido el marxismo por el postmodernismo, y por eso los partidos de izquierda ya no hablan de los obreros ni del imperialismo, sino de cuestiones de género, de cuotas para la mujer al congreso, derecho a decidir, y matrimonio igualitario. El cambio se produjo sin que ningún congreso internacional lo aprobara, sino por ósmosis, por simple contagio de la ideología del siglo XXI, y el resultado es que ya los partidos comunistas no son marxistas sino postmodernistas.

El nuevo ensayo tiene como epicentro los Estados Unidos, país modelo en la aplicación de la ideología de género, pero que, en virtud de este cambio, ve hoy reducir sus indicadores de bienestar, incluyendo esperanzas de vida, y en esto los liberales de Washington hacen causa común con los partidos comunistas de todo el mundo en la lucha contra la familia nuclear.

De modo que el dilema de hoy ya no es la existencia de Dios, sino la vigencia o no del arreglo familiar diseñado por él.