La última semana estaba hablando de la participación de algunos documentos de inteligencia que demostraban cómo algunos ajedrecistas estaban yendo a los límites en alguna manera. Todo el mundo recuerda el problema que tuvo Kasparov cuando tuvo que enfrentar al inmarcesible Karpov en ese encuentro de la copa de Europa jugado en Sevilla, para no decir el campeonato mundial. Estaba allí para decir que el mundo estaba capturado –al igual que pasó con el juego de Carlsen y Morozevich en 2004 en la Olimpiada de Berlín, pero más que esto podemos estar seguro que en el mundo de algunos ajedrecistas, como en el mundo de los artistas de opera (he visto a Luciano Pavarotti discutir por el reflejo del agua en su Martini), pero más que esto podemos decir que en el mundo del ajedrez geometrías como las de los pedidos de un largo prontuario de Kennedy, quien era un excelente jugador de Blitz. Pero más que esto no podemos negar que en el aire flotaba algo que otros dijeron era una expresión de que Karpov ganaría el encuentro 25 cuando se supo que no podía más con Palas Atenea, la misión que había llevado a cabo un grupo de parapsicólogos rusos que intentaban desmeritar el ánimo de Karpov hasta el universo iniciático de las exclamaciones durante las partidas, las más dura de todas. Pero fíjense en esto: en 1918, Capablanca pensó que en un sistema numérico habría las mejores de todas las funciones, porque a decir del ajedrecista cubano, algo que demostró otro tanto buen jugador como caballero Emanuel Lasker, los demostrados fundamentos de la siciliana no eran sino expresión de ese inmanente mundo denodado donde la expresión de la fuerza terminaría en contradicciones formales. Lo otro es decir lo siguiente: el arte del ajedrez no tiene nada que decir a los japoneses que pensaron que jugar ajedrez era algo aburrido, todo lo contrario. En páginas como Playchess.com se pueden ganar partidas de manera límpida como si se tratara de la sonrisa de una muñeca Barbie, pero siempre tengan en cuenta que no es de pago. Otro asunto es el bridge, un deporte y juego cada vez más en boga en Estados Unidos, así como el Polo –que algunos jugamos con mucho cuidado–, nos permite comprender de donde se parten esos animosos universos de elocuencia donde todo está expresado, como en el Jai Jai de Londres o de Miami, en esa vieja máquina de excerptos que nos dice nada de esto pero que propone eso que Nikky Lauda pensó del automovilismo: es un riesgo que un playboy adagio como embrague con tanta intensidad, algo que le paso a Rubirosa cuando dije que no era cierto que Fangio era mejor conductor que el, como me pasa a mí con Nikka Haniken, a quien todo el mundo le dice que tiene el seguro cerrado. En otras palabras, en el esquema de esta posibilidad tenemos que el deporte de la ciencia es mejor que otro juego, pero más que eso, podemos estar seguro que en la página Chessgames.com existen los libros que todo ser es capaz de digerir en cualquier mañana, más que todo en la mañana donde puede tomar un tiempo con su hijo para jugar una siciliana o una defensa Petrov, esta última dominada a la perfección por Khalifman el nobel de economía que no fue nobel de economía sino campeón de ajedrez en Las Vegas en 1998. Solo una cosa más: en mi conciencia atómica estos acontecimientos tienen que ver con eso que dijo Bogoljuvov de Ruben Fine, no podemos decir que el es el mejor compositor de finales, pero podemos estar seguros que es un gran jugador que puede –como Tal pensaría sin nuestro pensamiento–, decirnos unas cuantas verdades. Leontxo García es un jugador que juega en ICC pero déjame decirte que es un gran analista de aperturas, sobre todo de la siciliana variante Paulsen. Lo demás es resto de una gran crónica que emprenderemos en medio de aquella seguridad que no tenemos en Topalov, en Anand o en Ivanchuck, los líderes actuales de un juego que, en opinión de algunos, tendera a ser más casuístico y no internacionalista. Otro asunto: no quiero decir que se jugar bien, lo que si se es que en esa composición de Akiba Rubinstein hay una forma de peones que es variante Kennedy y no Tarrasch, y que en medio de aquel asegurado mundo de las expropiaciones formales, cualquier puede ser un imitador de Paul Morphy, el mejor ajedrecista de todos los tiempos. Para mí, jugador de Polo, esto es grandioso.
El estadio de futbol de los Orioles no es el estadio de futbol de los Orioles, y pensar que el mundo termino por decirnos que teníamos razón es como pensar que en esa ciudad de la infancia –La Vega, en la República Dominicana– dimos el primer mate en un torneo profesional, después vendrían otros factores. Al cabo de un siglo de experimentaciones, pasando por Fischer, Euwe, y Kasparian, luego en el juego entretenido de Smislov y en la interdependencia de algunos factores de economía de medios como en Radjavov, no es menester sino indicar que como dijera la bella Susan Polgar, una excelente expositora de los logros vitales más excelsos de la historia, lo esencial seria darle mate en trescientos movimientos. Lo otro se parece a ese terreno que Botvinnik y los rusos no vieron sino como demostración de aquello que otros supusieron un avance determinante en el arte del viejo ciencia juego (que es un arte y una historia). El uso del peón de dama no era sino eso que las Nuevas Ideas de Reti no era siempre un poeta, podrían decirnos la importancia del movimiento hipermoderno toda vez que en la construcción de un estilo –como en los mejores juegos de Kazhinzanov y Larsen–, Ponomariov me dijo que no era cierto que esos peones se movieran hacia atrás como le había propuesto que se movieran o que esa torre no era cierta que podía atrapar en sus fauces caballos trastabilleantes. Otro día me dije que Napalm era un instrumento del azar, es deidificado que estaba esa misión de la guerra de Vietnam que le dijo a todo el mundo lo que Marshall no era capaz de hacer: decirle a la gente que en todo el mundo al aaa, le dirían bbb, no una calificación de Moody’s. Pero ciertamente que, en el borde de todos los bordes, alla donde los jugadores de Polo vemos un origen de otro destino, no es menos cierto que el más duro de los encuentros termina pro deidificado, lo que es equivalente a uasap cuando no te envían los mensajes de vuelta. Le dije un hombre no siempre está disponible para todos, pero más que esto no puede contestar todas las preguntas. Otro jugador que entendí era mágico era simplemente Petrosian, que me enseño el arte de la prudencia y lo que era una jugada en movimiento defensivo, como ocurre en las movidas geniales de George Moore cuando dice que nadie está en capacidad de diseccionar un gato a mano pelada. Lo que no supieron los demás es que en ese territorio, el mismo Lasker había visto un día que en su copa habían dibujado ese anillo de humo que suele estar presente en los medios más inverosímiles. Entonces, se dio cuenta que todos serían sus amigos, aunque les ganara unas cuantas partidas en la noche o el día. Pero Lasker no era solo simple, sino que era profundo como también era ese jugador que todos recuerdan: el Corzo, rival de Capablanca en Cuba, 1908. Le dije a otro que en mi vida de ajedrecista capturaría la esencia de ese juego, pero más que todo en el juego de la noche que me conduciría, entre copas, a otros lugares de la vida, como la discoteca, el vaivén interminable de la escafandra oceánica, o por que no negarlo, a la nene visión de no tener sino eso que proclamaba Karpov cuando demostraba el estrangulamiento del rival en un tablero. Pologaiesky, me dijo que eso no era cierto, pero más que todo la palabra estaba allí, sin necesidad de decirle a nadie que Kotov no tenía razón al decir eso, como nunca pensó que en el mundo de un ajedrecista, como demostró Capablanca un día, era necesario tomar el orden como un caos y el caos como un orden, infinito, imperecedero, inmortal. En otros balances consuetudinarios, exclamamos otro circuito más allá de la gambeta de Pele, al aire de un Michel Platini y al escaramuzado universo del encierro en unas variantes tablistas más parecidas a la expresión de esa Olimpiada donde Shirov, el español que mejor juega el ajedrez desde cientos de años, propuso un diferido argumental en la forma de unos peones sin controles consuetudinarios. Shirov no era el mejor jugador del mundo cuando Nigel entro en escena, diciéndole a todo el mundo que el entraría en la fama con la elocuencia de un Martini especial, y la independencia de criterio para ver mover las piezas como en un baile de máscaras. Otro jugador llamado Morozevich nos diría que el mundo del ajedrez era un lugar en desbandada, y que no era cierto que nadie estaría en capacidad de determinar calibres mayores que los de Capablanca. José Raúl decía cuando era niño, que era mejor cuando bailaba que cuando oraba, y que en medio de aquella aseveración de su madre de que sería el mejor ajedrecista de su época estaba eso que otros piensan una afortunada manera de decir la verdad sobre una vida de ejemplo. Prefiero este old england decía Charles Dickens cuando mojaba una margarita en él te, no lo que dicen que hizo Marcel Proust o Dotowiesky, y decía que su mejor movimiento era con torre. Expulsaba peones de sus lados, habitaba en el recodo de esas piezas, mientras Tamerland era un mago y después de tanto tiempo otros considerarían otras voces. Las nuevas tendencias del ajedrez mundial no eran expresadas en ningún libro de la FIDE, pero ciertamente que la magia de la institución conspiro contra la inoperancia de algunos exejecutivos de ese momento. No puedo hacer la crónica entera ahora de esos asuntos, pero créanme que el día en que se narren las minucias de ese error de Carlsen en el juego número 8 de la olimpiada de Berlín, se dirá que ocurrió con un juego que no pide Deep Blue sino burla, escapatoria y caza. Nigel Short me dará la razón y es un tipo chulo como yo. Después, diseccionaremos que sucedió con otro deporte más interesante aun que el ajedrez: la apuesta de caballos. Por si no lo sabe el lector, en la apuesta de caballos siempre se gana, aunque se pierda, pero solo lo saben quiénes van al estadio, esto es al hipódromo, algo que conocieron con inteligencia los ingleses que, al dominar un país, lo primero que hacían era instalar un hipódromo y una iglesia, como método de control de la población. Amamos los jugadores de ajedrez ingleses, y las cámaras Canon de veinticinco centímetros. Gran juego. Las agujas se caen. El tiempo permanece inmóvil.