Los hábitos y las creencias cambian mucho menos rápidamente que nuestro modo de percibir el mundo. Esta percepción se acelera con cada nueva revolución tecnológica, sin que ésta logre tirar siempre de nuestras formas de comportamiento. Se trata de una constatación de enorme importancia para la ética, más aún cuando nos proponemos reflexionar sobre el impacto de la actual revolución cognitiva en nuestra conducta. (Norbert Bilbeny (1997). La revolución en la ética. Hábitos y creencias en la sociedad digital. Pp.35-36)
Hay que comprender que el vivir en una sociedad, no nos hace éticos, aunque sí sujetos morales. Es bueno precisar que no es lo mismo la ética y la moral, siempre y cuando no se parta de un sentido popular. En el plano intelectual, no popular,: “ La moral se refiere , con cierta vaguedad- puntualiza Norbert Bilbeny- , al tipo de conducta reglada por costumbres o por normas internas en el sujeto(…), la moral corresponde a aquel conjunto de actos y actitudes de una persona, o de un grupo de persona humanas, que éstas juzgan apropiados respecto a seres humanos” …(2012; p.21).
Ahora bien, la ética reflexiona y razona la moral, tal como lo hace la ética socrática, epicureísta , aristotélica y espinozeana entre otras. Esta como tal, tiene que ver con “dar cuenta y razón (…) de lo que se hace- entiéndase en la moral- diciendo por qué hacemos lo que hacemos y asumiendo nuestra responsabilidad sobre lo hecho” (ibíd., p28)
Partiendo de esta concepción de Bilbeny, la ética, nos va forjando el modo de ser, pero esto lo va construyendo el propio sujeto, ese carácter de quien soy, es responsabilidad de mis actuaciones o de mi modo de actuar en la sociedad. No se nace ético, ya que como sujeto voy adquiriendo unos hábitos, que se incorporan a mi vida por las constantes repeticiones del día a día. Estos hábitos que impregnan mi vida pueden ser virtuosos o viciosos.
Dentro de estos dos hábitos, el más fácil es el vicioso, y el más difícil es el virtuoso. No es lo mismo dedicarse a la parranda, a los desenfrenos del alcoholismo, todo por y para el alcohol, al pansexualismo, todo por y para el sexo, a las ciberadiciones, todo por y para el ciberespacio, (viciosos), que dedicarse a estudiar e investigar, reflexionar, compartir en sobriedad y convivir con las personas cercanas a uno (virtuosos), dialogando en espacio físico o en el ciberespacio. El primero (el vicio) no requiere mucho esfuerzo y dedicación, porque mueve más el cuerpo que la mente, contrario al segundo (virtud), el de la investigación, que requiere tranquilidad y consagración a la lectura. Los hábitos (viciosos o virtuosos) que adquirimos nos van inclinando a seguir siendo en la vida, y esa forma de ser nos va definiendo quienes somos en el tiempo.
Es precisamente en los hábitos viciosos que una franja de dominicanos se van desgastando en su vida, manifestación esta, que se observa los fines de semanas en las bancas de apuestas en los barrios y en los centros de dispendios en bebidas alcohólicas y de los cuales se aprovechan los líderes políticos cuando vienen los procesos electorales para comprar votantes, ya sean a los internos de sus respectivos partido o lo externo, en las elecciones generales. Al vivir en un círculo vicioso y no virtuoso, estos dominicanos transidos, son presas de toda esa tradición de mercado político, en dónde se compra y se venden los votos, para favorecer a un precandidato del partido y luego llevarlo a la presidencia de la República. Por eso, las campañas electorales en dominicana, se mueven entre francachelas y comilonas, entre vicio y falta de ética cívica.
El quehacer político promueve lo vicioso, excluye lo virtuoso y la ética ciudadana (virtud), el político dominicano le tiene miedo como el diablo a la cruz, necesita que se viva en lo vicioso, en la degradación moral, así todos nos igualamos y si alguien tiene una dosis de ética, lo espían para aplicarle la moralina, que es condenarlo y destruirlo por algún tipo de hecho aislado, aunque no fuese un acto que trasgredió lo social y lo judicial.
En la sociedad dominicana transida, navegamos por los confines del ciberespacio, sin darnos cuenta que nos manifestamos en unos espejos virtuales que expresan la antinomia social, en que vivimos. Donde el político, ya no miente, sino que tiene sus propios hechos alternativos, rellenos de posverdades y donde muchos supuestos investigadores científicos investigan, sin marco de referencia o antecedentes, son investigadores sin ética profesional en la investigación, lo que no les quita que tengan moral. En estos supuestos investigadores, no hay conciencia de una ética deontología en el ámbito de las profesiones, no reconocen al otro que ha investigado, viven en la desvalorización de la experiencia o en la posexperiencia , no reconocen los antecedentes de otras investigaciones. Ellos actúan como investigadores light (Enrique Rojas, 2012), ligero, suave, débil y aéreo.
No entienden que existe una ética deontológica que tiene que ver con un código ético del deber y lo debido en un sujeto, grupo o profesiones en la sociedad y que como tal hay que regirse por este tipo de ética o del código que les son propios a su profesión y a una ética profesional, la cual se construye sobre las reflexiones, la conciencia en valores y las autoevaluaciones que se van dando en el sujeto profesional. Como bien señala Esperanza Guisan, cuando dice que en:
“las éticas deontológicas o de principios (…) lo que importa es obrar conforme a deberes (deo=deber en griego) exigidos por la existencia de principios y dictados por la razón pura, como la ética kantiana, y derechos (naturales y/ o fundamentales) o principios producidos mediante consenso o contracto por los humanos (…). Las éticas deontológicas ponen énfasis en la fundamentación adecuada de los principios más que en la educabilidad de sus contenidos, sus consecuencias benéficas o maléficas para la especie humana” (1995, p.38-39).
Con relación a la ética deontológica, en nuestra sociedad, los profesionales las tienen en parte plasmadas en un documento contenido en valores, normas y principios, llamado código ético o deontología profesional y por eso como grupo colegiado existen códigos deontológicos: en ética docente, ética médica, ética de los ingenieros, ética jurídica, periodística, del psicólogo o de los negocios, entre otras; ahora, lo importante es que en el plano profesional, cada colegio profesional, tiene que actuar para cumplir con ese código, organizado en deberes, que son preceptos que prescriben como obligación determinadas acciones. En el plano de las investigaciones y las publicaciones los profesionales deben cumplir con ese código ético que lo rige, como parte de una ética de sujeto profesional.
Con esto, no estoy negando, que haya importantes investigaciones de criterio ético, que cumplen con todos los requisitos fundamentales en materia publicación y de originalidad, porque eso sería negarme a mí mismo y a muchos colegas investigadores en las diversas áreas del saber. Lo terrible es, cuando vemos que la Junta Directiva del Colegio Médico Dominicano (CMD) y la dirección de Residencia Medica del Ministerio de Salud, encontró que unos 360 artículos publicados por doctores, eran plagios y falsificaciones y que las presentaciones médicas respiraron aire de chapucería y las “revistas científicas” no eran tales, se movían en el marco de la posverdad.
Tales revistas no funcionaban dentro de los parámetros del código de ética del Colegio Médico Dominicano y de las normas de publicaciones de rigurosidad científica, ya que su objetivo era cobrar por las publicaciones y más aún, muchos de esos ensayos científicos nunca existieron o se colocan en la mera información y no en la complejidad del conocimiento. Hay que ponerle coto a ese caso y otros más, que vienen dándose en esa área de la medicina y que pretenden degradar el prestigio de los buenos médicos dominicanos. Los Médicos dominicanos, no pueden verse contaminados con estos tipos de prácticas que riñen con el espíritu de una ética profesional y la ética deontológica particular del Colegio Médico y de los valores morales de la sociedad.