Se ha detenido sin llegar a nuestro país la ola de avances progresistas, "alternativos al modelo neoliberal", que inició en los últimos años de los 1990 en América Latina, cuya figura más emblemática fue el Comandante Hugo Chávez.
Si surgieron, y todavía surgen, innumeras propuestas que se consideran alternativas, que hacen esfuerzos por encontrar un lugar importante en la vida política, pero no alcanzan todavía una valoración que se distancie del 1% en las preferencias electorales del pueblo, y se mantienen con vida por las pírricas concesiones que el propio régimen hizo en algún momento.
Hay muchas tendencias dispersas, y esta puede ser una de las causas que mantienen la propuesta alternativa rozando el raquitismo. Pero no es tanto la dispersión, aunque es parte del problema. Diría que es la falta del buen juicio político, del que hablaba Isaiah Berlín, que no era comunista ni nada que se parezca, sino un liberal, que resumió las condiciones de un político juicioso en aquel que es consciente de sus propósitos, los trabaja teniendo en cuenta las experiencias y valora de manera apropiada el momento.
La falta de estos atributos es la causa primigenia por la que lo alternativo todavía no despega, aunque tiene sobradas bases e interlocutores suficientes para lograrlo.
Pasa el tiempo y siento que la palabra “alternativo” se vuelve manida, que es un lugar común por el tanto uso sin hechos fuertes que la sustenten. Como ha pasado con las palabras “unidad” y “frente” que tanto se las menciona en la izquierda y el progresismo sin que los hechos las fijen en la conciencia colectiva, que son unas de tantas que ya no dicen nada. Las gastamos de tanto decirlas sin hacerlas sostenida.
Lo alternativo va en esa pendiente.
Nos guste o no, en general el pueblo asimila a los partidos o movimientos alternativos como los pequeños, o los que no son grandes. Pero resulta que entre esos "pequeños" los hay más conservadores que los considerados "grandes", y hasta hay uno, el que más marca en las encuestas actuales, que se presenta como alternativo sólo por ser descendiente directo del dictador Trujillo.
Todavía lo alternativo no ha implantado en parte del imaginario del pueblo una propuesta contrapuesta, que supere sustancialmente el modelo social, económico y político impuesto por las clases, o sectores de clases, dominantes. Su contraria no ha sido convertida en referencia.
Temas centrales en una propuesta alternativa, como lo público; la cuestión de si el mercado o el Estado, o la relación entre estos, para ordenar la sociedad; el laicismo; los temas nuevos relacionados con la equidad de género y los derechos de la comunidad LGTB; la concentración de la propiedad económica; las relaciones con Haití y las migraciones entre este país y el nuestro, entre otros, son temas evadidos, y ni siquiera tangencial, o esporádicamente tratados por los alternativos, excepción hecha de Max Puig. Tratan una que otra vez esos temas si se los pregunta en alguna entrevista; o de manera reactiva si un hecho de la realidad les obligan.
Son alternativos sin plantear la ruptura, o la superación en un proceso continuo, a lo que deben ser alternativos.
Esto quiere decir, que lo alternativo tiene como referente no una política, sino al don de gente de los líderes; y hasta apellidos de los de izquierda y de la derecha se han querido convertir en fundamento. Estamos ante un caso digno de estudio: con excepción de la izquierda extraplanetaria, todas las demás tendencias, incluida las del progresismo, tienen en esencia la misma plataforma, pero no se unen; no se dividen por asuntos estratégicos, pero si por los tácticos, o por candidaturas.
Preservar el perfil del don de gente, no contagiarlo apareciendo junto con políticos que se asume no tienen ese don de gente, se convierte en la política. Como el punto de partida no es la política, no pueden concertar la política, encontrarle un lugar a la política en medio de las circunstancias impuestas.
Los políticos no hacen las circunstancias a su antojo, sino que se insertan con sus políticas en las circunstancias heredadas, procurando encontrarle en estas un lugar cada vez más importante, en perspectivas del poder. Eso, más o menos dice el capítulo IV del Manifiesto Comunista, y lo confirma Marx en el 18 Brumario de Luís Bonaparte, obras una y otra, que en circunstancias como las actuales del país, debiéramos tener siempre a manos para estudiarlas.
En cada circunstancia hay que aprovechar la oportunidad posible para abrir perspectivas a la propuesta en que se milita.
Cuando en la mitad de los años de 1970 nació la Unión Patriótica (UPA), había un espacio amplio para ese proyecto de ideas democráticas avanzadas. Ese era el momento para recuperar en el espacio de la política la gloria de Manolo y el 14 de Junio. Si lo hubiéramos entendido, y consecuentemente asumido, incluso los que la rechazamos, la UPA desarrolla y el PLD no hubiera encontrado el terreno donde afincarse, y, a lo mejor, la historia fuera otra.
Si en los años de 1990, asumimos la bandera de la constituyente por voto popular, como lo hizo el PCT, partiendo de que en ese momento había una voluntad de cambio político en el pueblo que se expresó votando por el profesor Bosch, y la lucha de masas era en permanente ascenso; a lo mejor el régimen político del país fuera más favorable al pueblo y a los grupos alternativos. Pero se la rechazó con inusual enfado por ser supuestamente una política reformista y contrarrevolucionaria; para en contrapartida sus detractores de entonces asumir con encomiable voluntad la lucha por zonas francas, el arreglo de calles y construcción de alcantarillados para las ciudades; mientras que otros, indiferentes a esa propuesta, diría Marx, que “construían falansterios” en las lomas de Bonao.
En aquel momento, la constituyente podía elevar a la izquierda y lo popular a lo sublime. Hoy, si se diera, sería un espacio dominado en absoluto por la derecha; y caeríamos en el ridículo.
En este momento, las ideas alternativas pueden salir a flote, y comenzar a afirmarse en el imaginario popular, si se las plantea y discute como parte de un acuerdo político que contribuya al cambio de gobierno, y como han dicho otros alternativos, abrir con ese hecho puertas a los cambios democráticos. Sería tener buen juicio político.
En una muestra de buen juicio político, en 1996, el PCT apoyó la candidatura presidencial del Dr. Peña Gómez solo a cambio de que este asumiera en sus discursos la bandera de la constituyente por voto popular. Desde entonces, esa propuesta pasó de la simple opinión esporádica, a convertirse en tema central del debate político nacional.