El día que tuve mi primera colaboración en este medio, Don Fausto me pidió una foto, mi hijo tomó una en que me encontraba en el almuerzo de un bautizo, pero no era la más adecuada por lo que decidimos irnos a un estudio fotográfico.
Cuando mis hijos y sobrinos eran pequeños yo los llevaba a retratar al estudio Molina. Hoy está al frente de este negocio Nelson. Cuando me fui a retratar me preguntó para qué era la foto, le expliqué, pero le dije que no sabía si valía la pena, pues quién me iba a leer o le podría interesar lo que escribiera, que lo estaba pensando. Su respuesta fue “Yo te voy a leer, escribe para mí”. Sentí una gran emoción, pero de agradecimiento, por eso esto se lo dedico a él. Para ti Nelson, quien siempre tienes ese trato amable con todo el que busca tu servicio, como debe ser un buen pastor.
Mi madre vive conmigo, ella tiene 97 años, cada mañana pone en la televisión un programa “Archivos de fe” de un predicador católico. La mayoría de las veces me quedo escuchando. Hoy he querido compartir una prédica. Tengo miedo de no poder reproducir el mensaje, pues ya se me hace casi imposible expresar hasta los conceptos leídos en el instante, pero trataré.
Comenzó explicando sobre el origen de la palabra asalariado y partiendo de ahí habló sobre el asalariado actual. Meditó como los asalariados solo se comprometen con lo único para lo que han sido contratados, que no son capaces de tender una mano cuando se les pide.
Esto trajo a mi mente un episodio reciente. La empresa para la cual mi hijo trabaja se estaba cambiando de local, apenas recibió ayuda de unos cuantos, su jefa estaba en Europa visitando a su hijo que estudia en París, él no quería preocuparla con lo que pasaba aquí, pero hubo un día en que tuvo que decirle que el personal que estaba bajo el mando directo de ella no quería ayudar, “porque a ellos no se les pagaba para eso”, ella le reclamó a mi hijo y le dijo que él era un gerente y que debió ejercer la autoridad. Le dijo de lo valioso que había sido la ayuda del personal femenino y de todos los que estaban bajo su mando.
El predicador habló sobre la entrega en todas las manifestaciones, fue cuando habló del buen pastor, que reconoce a todas sus ovejas. Me recordé de un programa de la televisión que veo en la que participan veterinarios. Me sorprendió uno en especial en que habían cientos de ovejas y su dueño las conocía por sus nombres a cada una y éstas respondían a su llamado.
El buen pastor une, no importa que no pertenezcan a su rebaño, las atiende por igual, va delante de él para que le sigan, no detrás, es su guía. El buen pastor, tiende lazos, no divide, no excluye, no margina, crea puentes.
El buen pastor es aquel que en la empresa conoce a cada empleado. Le escucha, trata de ayudar, valora el trabajo, les trata como persona, no maltrata, medita las palabras antes de dirigirse a ellos, les quiere. Por ese trato, el asalariado deja de ser asalariado para convertirse en aliado.
Recuerdo dos monjas del colegio en que trabajé por tantos años, Sor Rosa, que cada vez que se iba a su despacho ella prestaba la atención como si se tratara de un tema de seguridad del Estado, le dedicaba el tiempo, trataba de ayudar en cuanto a esclarecer conceptos personales, de las casas, etc. Buscaba la mejor solución. Y Sor Celia, que se interesaba de la persona, conocía a cada miembro de la familia, trataba de unir, de reconciliar, de ayudar. Estaba al tanto de las necesidades de cada empleado. Trabajaba la parte espiritual de todos. Quería resolver los problemas. Es la persona más humana y espiritual que he conocido.
El predicador habló de las divisiones que existen en la iglesia, no entre las iglesias, sino dentro de nuestra misma iglesia. Habló de lo creídos de algunos feligreses que se creían por encima de los demás, porque preparaban las lecturas, la colecta, las ofrendas, que se creían los “elegidos” y los demás con esa gran fe, pasaban desapercibidos. Pero el buen pastor nunca debiera permitir, ni fomentar ese ego de los que se habían tomado las iglesias como si fueran dueños y señores.
Habló del trato personal que debemos tener con todo el mundo. De lo bien que cada cual se siente cuando lo tratan no como un número, no como un fulano, puso de ejemplo en los aviones que los que le guían para tomar su asiento, como tienen el listado ya saben de qué persona se trata y son capaces de decirle “señor X, su asiento es tal” o como cuando vamos a un restaurant, el mozo ya conocedor de nuestro nombre es capaz de llamarle por su nombre y guiarlo a la mesa en la cual debe sentarse. Ese es el trato de un buen pastor.
Nos perdemos muchas veces y creemos que estamos por encima de los demás. Que el dinero nos da el pase para maltratar al personal que nos sirve. Creemos ser merecedores de reverencias y ser atendidos por encima de los que menos tienen. Nos creemos ser dueños del mundo y olvidamos esa parte humana que engrandece, no somos conscientes de que todo lo material pasa, termina, se acaba. Que nada es eterno y que todos iremos al mismo lugar.
Pidamos a Dios que nos permita ser “Un Buen Pastor” desde cualquier lugar que ocupemos o en que desempeñemos nuestras funciones.