Una agenda nacional de desarrollo es necesaria. Esta frase que de tanto repetirla se ha convertido en cliché, es realmente una verdad de a puño. Durante medio siglo a los políticos nos cuesta mucho ponernos de acuerdo en lo estratégico, aunque somos más proclives a hacerlo en lo circunstancial. Asombrosamente, empujar definitivamente la nación hacia el bienestar con dignidad siempre es cuesta arriba para nosotros, sobretodo porque en líneas generales las diferencias de visiones acerca de cómo manejar la cosa pública las más de las veces se limitan únicamente a matices de forma.
Lo pequeño nos distrae con facilidad. Los altos organismos partidarios dedican largas horas a debatir quién o quiénes irán a tal o cual cargo, y muy pocos minutos a debatir lo importante: convertir a República Dominicana en una potencia regional.
Por qué los políticos no lideramos un gran pacto que convierta al gran Santo Domingo en la capital tecnológica de América Latina? ¿Por qué no comprometerse con hacer del Cibao el gran productor agrícola del Caribe? ¿Por qué no trabajar para que el Sur sea el primer polo ecoturístico de América? ¿Por qué no convocar a una jornada nacional para liberarnos definitivamente del analfabetismo? ¿Por qué no impulsar una ley de asociación entre el sector privado y las universidades para garantizar capitales frescos a proyectos empresariales surgidos de los nuevos profesionales?
Eso y más es posible con voluntad política. A mi generación le tocará el importante reto de hacer realidad el país por el que lucharon Juan Pablo Duarte y los Trinitarios.
La hora de ponernos los pantalones largos se acerca.