Llamamos injusticia  a la falta de justicia o a una acción contraria a la justicia.  Para estos fines definimos la justicia, utilizando la primera acepción del diccionario, como “el principio que lleva a dar a cada uno lo que corresponde o merece”. Nótese que no es cuestión de tratar a todos por igual, que es lo que hacen injustamente muchas leyes, reglamentos y normas sociales. La ley justa es eminentemente compasiva y toma en cuenta las circunstancias del sujeto, no trata con imparcialidad a todos por igual, porque no todos estamos en las mismas circunstancias ni recibimos la misma herencia. La justicia ha de ser misericordiosa como en el Nuevo Testamento, no ciega y vengativa a la usanza antigua. Una ley justa toma en cuenta el principio distintivo de la humanidad de “dar a cada uno lo que corresponde o merece”.

Lamentablemente lo justo y lo legal no siempre son coincidentes, como demostrara con sabia ironía el novelista francés, Anatole France (premio Nobel de Literatura 1921), al sentenciar:

"La Ley, en su magnífica ecuanimidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, dormir bajo los puentes, mendigar por las calles y robar pan".

Hay muchas injusticias normalizadas y leyes injustas. Hacer justicia es en ocasiones ilegal y gravemente penalizado. Durante siglos (más bien milenios) la esclavitud era perfectamente legal, llegando en algunos casos  a redactarse extensos estatutos para normar ese “derecho a la propiedad”. Ayudar a un esclavo a obtener su libertad era un grave delito. Luego, abolida la esclavitud por injusta, la segregación y el apartheid fueron establecidos por ley en naciones como Estados Unidos de América y Sudáfrica respectivamente, hasta que se generalizara- mediante largas luchas sociales- la conciencia de la injusticia inherente en esos bárbaros sistemas legales. Tanto Martin Luther King* como Nelson Mandela fueron legalmente encarcelados por su lucha contra los sistemas aberrantes que combatieron heroicamente violando leyes injustas. En pleno siglo XXI subsisten sectores luchando contra las leyes de discriminación positiva que procuran revertir las injusticias heredadas de la esclavitud, la segregación y la discriminación racial, abriendo oportunidades compensatorias a grupos históricamente excluidos. Basan sus retorcidos argumentos en contra de las oportunidades especiales en la misma “magnífica ecuanimidad”- descrita por Anatole France hace casi un siglo- de igual tratamiento para todos.

La naturaleza carece de la capacidad para actuar con justicia. Los huracanes azotan a todos en su camino por igual, sin distinguir entre los que tienen la fortaleza para resistir y los que son muy débiles para sobrevivir sus embates. Por igual la inmensa mayoría de sus criaturas obra por instinto y no posee la facultad para reflexionar: precisamente por eso no podemos decir que una serpiente actúa injustamente. Entre los seres vivos, solamente los  que tienen un alto grado de conciencia pueden ser justos o injustos. Ser justo requiere de un profundo acto reflexivo, que ha de ser intensivamente cultivado, pues no surge espontáneamente en la naturaleza.

Excepcionalmente, Homo sapiens sí posee la facultad de obrar con justicia, pero no siempre desarrollamos ese don divino adecuadamente. Además, el concepto de justicia ha evolucionado con el tiempo. Las madres y los padres  amamos a todos los hijos por igual, pero compensamos cuando uno requiere de atención especial por sus características individuales. Hoy eso es ser justo con esa prole que requiere más de nosotros, sin ser injusto con los demás. No siempre fue así (no hace mucho el primogénito era privilegiado sobre los demás y hoy persiste en muchos casos la balanza inclinada hacia los varones); y todavía no es este un principio universal en todas las familias ni se traduce en leyes. Sin embargo, ese mismo principio de justicia compensatoria también debe llegar a prevalecer en lo colectivo.

La falta de oportunidades para desarrollar el potencial humano de cada individuo es la mayor injusticia. Es incluso injusto para la colectividad, pues priva a la sociedad del talento que se desperdicia por no desarrollar todo el potencial de cada uno de los individuos que la integran. El derecho a la libre circulación es teóricamente igual para todos, pero en la práctica hay ciudadanos que enfrentan barreras para disfrutar de ese derecho elemental. Ser ciego o parapléjico no es una injusticia de la naturaleza que no discierne; la injusticia es perpetrada por la sociedad al pretender que todos tenemos iguales oportunidades sin atender a las necesidades especiales de muchos de sus integrantes. Es de justicia proveer oportunidades a todas las personas para fomentar el pleno desarrollo de sus vidas, y eso conlleva atender sus necesidades especiales.

El camino que falta por recorrer para eliminar la injusticia de la faz de la tierra es largo, pues la humanidad recién inicia esa tarea. Pero no hay misión más noble ni inversión socialmente más rentable que la de combatir la injusticia en cualquiera de sus mutantes manifestaciones. Aunque algunas personas piensan que ser justo es una quijotada, “ese es el primer deber del hombre”. Observemos el principal mandamiento de nuestro primer quijote (en el sentido de visionario, no de iluso), al ordenar:

Sed justos lo primero, si queréis ser felices.

*Como expusiera el gran luchador contra la injusta- pero entonces legal- discriminación racial en los EE.UU. a mediados del siglo XX, el reverendo Martin Luther King:

“No hemos de olvidar jamás que todo cuanto hizo Adolf Hitler en Alemania era “legal” y lo que hicieron los húngaros que luchaban por  la libertad se reputaba “ilegal” en Hungría. “Ilegal” era ayudar y consolar a un judío en la Alemania de Hitler. Aun así, estoy seguro de que, si hubiera vivido entonces en Alemania, hubiese ayudado y consolado a mis hermanos judíos. Si actualmente viviese en un país comunista donde han sido suprimidos ciertos principios inherentes a la fe cristiana, abogaría abiertamente por  la desobediencia de las leyes antirreligiosas del país.”