Observando las distintas manifestaciones de violencia, incluyendo el terrorismo, uno puede asumir que hay individuos aparentemente incapacitados para conversar. De hecho, quien ha decidido estrellarse contra un establecimiento provocando la muerte de cientos o miles de personas, ha decidido renunciar al diálogo.
En la década de los 70, el filósofo Hans Gadamer (1900-2002) escribió un artículo titulado “La incapacidad para el diálogo”. En este escrito, el padre de la denominada “nueva hermenéutica” vislumbró la emergencia de una cutura caracterizada por “la incapacidad para el diálogo” o por la “crisis de la conversación”.
Con el término, Gadamer se refiere a las dificultades para abrirse a los demás, esa actitud de escucha que implica una disposición a situarse empáticamente con respecto al otro y que en vez de permitirnos aprender contenidos de un extraño, nos hace partícipes de una experiencia novedosa del mundo.
Como sabemos a través de la sucesión discipular en la historia de la filosofía occidental,la auténtica conversación tiene un vínculo indisoluble con la amistad. Gadamer señala que en la conversación y en la risa común se encuentra la amistad y se fundamenta el género de comunidad donde nos reafirmamos y hallamos en el otro.
A Gadamer le preocupó el desarrolo de una cultura donde la sofisticación tecnológica genera situaciones de abismos conversacionales. Pensemos hoy en las “conversaciones” de una familia sentada en torno a una mesa donde cada integrante ineteractúa con la pantalla de su móvil en vez de conversar con la persona que tiene a su lado.
Pero hay situaciones más alarmantes de incapacidad para el diálogo. El mismo Gadamer se refiere a la situación donde los llamados a conversar atribuyen la ausencia de una conversación auténtica a la incapacidad del otro para dialogar, mientras el acusado se siente incomprendido. Se trata de una crisis de la escucha, de oir lo que otro nos dice, con sus emociones e intereses, porque estamos demasiado centrados en nuestros propios intereses y emociones.
Cuando en una cultura se fomentan estas formas de interacción deshumanizantes, será más frecuente la generación de nichos con problemas de comunicación dentro de una misma sociedad y la situación cada vez más frecuente de encontrarnos en situaciones problemáticas donde el mecanismo de solución inmediata sea el conflicto.
Gadamer escribió que no escuchar, así como escuchar mal se debe a una razón que reside en uno mismo. No es un ejercicio banal preguntarnos lo que en nosotros está obstaculizando la escucha en las frustradas conversaciones que caracterizan nuestro mundo.