El lenguaje no es únicamente un medio para comunicarnos. Es el equipaje de nuestra identidad, cuya universalidad explora "El Salvaje", la más reciente novela del escritor y cineasta Guillermo Arriaga Jordán. No solo el lenguaje humano, que ha florecido en múltiples lenguas, idiomas o dialectos, sino además, el de otros seres vivos y especies. En ese conjunto de signos escritos, verbales y no verbales, se encuentra todo lo que sabemos. También lo que solemos ignorar.
Vivir en el extranjero, aún en un país donde se habla tu lengua materna, te hace rozar con esa noción profunda que porta cada palabra. Así por ejemplo, en la conversación con un mexicano, el sustantivo que me apela suele desaparecer. No importa la circunstancia, mi nombre con frecuencia, pasa a diminutivo en la segunda o tercera línea de cualquier conversación casual o formal. Omi, Chava, Pame, Fer, Dani, Abi o Lalo, no son mascotas; son el apelativo con que se llama a colegas laborales, compañeros de estudios y hasta casuales transeúntes en la calle. Correos de respuestas en mi lugar de trabajo o vasos de desechables de Starbucks, vuelven dirigidos a una persona que ellos llaman "Angie", apodo que nunca nadie me dijo en mi país.
La proximidad lingüística del mexicano denota un rasgo importante. Es huella posrevolucionaria. Los rangos desaparecieron del coloquio. Nadie es doctora, señor director, ingeniero o doña, como en mi país de origen, donde la revolución cultural es asignatura sicológica y socialmente pendiente. Tenemos en la isla caribeña, un marcado afán de segmentarnos desde la conversación.
Acepté la buena costumbre mexicana y la sigo. Sin embargo, el día que me aprestaba a saludar a Guillermo Arriaga, con mi ejemplar de "El Salvaje" en mano, me detuve. Por más casual que lucía el escritor y cineasta con su chamarra de cazador y su actitud cálida, adopté postura formal al saludarle. La dictadura estamental que sobrevive en el lenguaje que pronuncio y denota de donde provengo, jamás iba a permitir un: –hola, Memo o –hola Guille. Por más chilanga ternura que el Guillermo en cuestión mostraba a todos, haciéndose fotografías selfies y dando abrazos de oso desde su elevada estatura, de un -Hola Guillermo, soy Angélica de República Dominicana, no pasé al presentarme.
Sin yo saberlo, Arriaga es el escritor que venía leyendo hace tiempo. Era la letra de los movimientos escénicos expresando desesperada pasión, de los personajes de "Amores Perros". Era el autor de las palabras líquidas de mudo llanto de la actriz Rinko Kikuchi en "Babel". Ya consciente de su autoría, recorrí sus líneas, en fascinada lectura comprensiva, a través de la micro-actuación de cada músculo facial de Charlize Theron en "The Burning Plain". Se lee claramente el texto: -estoy asustada. Por último, le disfruté a plenitud, al oírle pronunciado por Tommy Lee Jones en "Los Tres Entierros de Melquíades Estrada". Al decir con los labios: You try to run away again, and I’ll kill you. I guess you know that by now, pero con la actitud, algo muy distinto.
"El Animal" nos reconcilia, sin apego a pudor religioso o necia prudencia racionalista con nuestra parte instintiva. Somos tan mamíferos como las chinchillas, Colmillo o King de su historia. La vida, a más añeja, se encarga de recordarlo. La vulnerabilidad ante la metamorfosis de la entrada y salida de la función de reproducción; las incisiones accidentales o inducidas medicamente, y muchas otras experiencias orgánicas, nos lo dice, con intervalos cada vez más frecuentes. Nos obligan estas experiencias, a brindarle más respeto al resto de la vida animal.
Pero especialmente, la pérdida y la mortalidad, son las mejores encargadas de recordarnos que no somos mucho más que una colección agradable de huesos, glándulas y fluidos, de fácil interrupción. Un accidente, la voluntad ajena o en definitiva, la propia condición de la especie, pueden y van a terminar con tanta armonía sistémica de la materia. "El Salvaje" te enfrenta con esa segura probabilidad. Y aunque no tengas nada en común con Juan Guillermo, su protagonista, o menos con su alter ego cuadrúpedo, Colmillo, ese destino común sí lo tienes, y bien lo sabes.
Por eso, accedes a entrar en ese espantoso viacrucis vengativo con el muchacho. Esperas paciente la epifanía que le transformará. Las diversas tragedias anunciadas desde el primer capítulo de la obra, informan sobre un trayecto de pesada carga y precipitosas caídas. ¿Por qué leer este libro entonces? No han ocurrido esos temidos eventos, y ya el autor te enluta para descubrir a través de sus peligrosas páginas, como Juan Guillermo llega hasta esa trágica circunstancia. ¿Qué hay de grato conocerla? No es morbo, ni del autor ni del lector. Es el reconocimiento de que en nuestras propias vidas, esa tensión dramática esta exactamente al acecho también. Una confianza legítima en Guillermo acompaña al lector. Vale la pena conocer cómo el autor entreteje una salida al atormentado Juan Guillermo. También para Colmillo.
"El Salvaje" inundará tu respiración. Como lo hace el cirujano general previo al consumo de productos tóxicos al organismo, la advertencia viene escrita en sus primeras líneas. Porque es Guillermo, quien las prescribe, aceptas el factor de riesgo. Esto es, no comprender para qué entrar en las fauces de mamíferos placentarios, en estanques llenos de agua, en una función psicodélica de "Jason y los Argonautas" o en alma atormentada de dos muchachos confundidos, tanto el protagonista, como su antagonista, este último un insufrible fanático religioso.
Quien escribe que no favorece la violencia, como expresión artística aplaude el hecho de que para nada la obra acude a ese recurso barato. Su realismo se entronca desde otra perspectiva. "El Salvaje" deslumbra con el mecanismo narrativo que entalla una vertebrada historia escrita por Guillermo. Al término, no leíste la historia de Juan Guillermo o Colmillo. Te acercaste a la historia de las especies, a través del lenguaje universal.
"El Animal" es un bosque oscuro, donde encontrarás trocitos de pan por el sendero de sus páginas. Guillermo cuidadosamente, estudió la distancia y porción de cada uno. En cada capítulo el autor hace una exploración etimológica del tema que titula cada capítulo (Sangre, Humedad, Venganza, Huida, Acordes, Luna, entre otros). Esos pasajes sobre el origen lingüístico de cada subtema, forman parte de la obra. Son la espina dorsal que la yergue. No se trata de simples notas al pie del autor. El sentido etimológico de cada una, atraviesa como sistema glandular vivo, a los personajes y sus circunstancias. Juan Guillermo, Humberto, Avilés, Chelo y los demás, están dentro de la placenta filológica fecundada por Guillermo. De ese modo, una historia que en momentos se torna ajena, incómoda, loba; al llegar a estos inérvalos, apacigua al lector y domestica sus temores. Cada una de sus palabras claves es el tegumento que te une a ella.
Aquel día en el que platicamos brevemente, el autor y yo, apenas había empezado a leer la novela. Comentarla no era el propósito del acercamiento. Más bien saludarle y compartirle algo sobre mí. Me pareció interesante platicarle acerca de mi interés por revolución cultural protagonizada por el Ateneo de la Juventud, 100 años atrás en Ciudad de México, su ciudad (y la de Juan Guillermo en la novela) y lugar donde nos encontrábamos. Todo esto tenía que agotarlo en 5 minutos. La velocidad con que hablamos los dominicanos ayudó. Cuando empezaba con la frase que iniciaba: -entre ellos había un… Guillermo la completó adivinando lo que quería decirle: -un dominicano, Henríquez Ureña. Esto ocurrió cuando comenzaba a leer "El Salvaje". Terminada la lectura, comprendí mi epifanía.
"El Salvaje" es una vertebrada narración, entallada a través de los signos del lenguaje universal. Guillermo es causahabiente cultural de la revolución educativa protagonizada por mi ilustre compatriota, a quien bien el primero conoce, junto a los mexicanos también ilustres Antonio Caso, José Vasconcelos y Alfonso Reyes. Si de algo se trató el Movimiento el Ateneo de la Juventud, fue de explorar el poder del lenguaje literario y universal, académico o profesionalmente aplicado, en el desarrollo de los pueblos. La sensibilidad y acabada investigación filológica de Arriaga, y el modo en que ese conocimiento le permite vertebrar esta fantástica novela, me conectaron totalmente con las viseras de sus personajes, los motivos del autor, y me acercó un poco más, al movimiento Ateneísta, al que tanto quiero aproximarme a través del estudio.
"El Salvaje" no es solo la historia terrible de Juan Guillermo o Colmillo. Las leyendas del griego, sánscrito, las lenguas nórdicas, el náhuatl, y otras tradiciones, en torno a las cuales se gesta, es también la historia del mismo mamífero erguido sobreviviendo que somos todos. Es una mirada profundamente sensible y hermosa a las leyes darwinianas que gobiernan nuestra vida material.