“Históricamente, la democracia se ha

manifestado siempre como una promesa

y un problema a la vez”

Pierre Rosanvallon

Cualquier aficionado a la teoría de los juegos puede haber descubierto que en materia de pactos políticos las combinaciones posibles se agotaron. Ya no hay posibilidad de conformar nuevos pactos que soporten un sistema político que en el peor de los casos va a sobrevivir hasta el 2020.

La afirmación anterior es sobre todo una invitación. Un convite a observar “lo que hay” en materia de democracia y a ponerlo en perspectiva para releer los últimos 54 años de un proceso democratizador que parece que no sido tal, o por lo menos no ha sido tanto.

No hace falta ser ‘analista’ para caer en cuenta que los déficits democráticos son altos incluso si para nuestro análisis partimos de los mínimos mínimos de una democracia: elecciones libres y competitivas, sufragio universal, separación de los poderes del Estado, sujeción de las Fuerzas Armadas al poder civil. La simple revisión de esos aspectos básicos nos dice que estamos efectivamente frente a una crisis estructural.  El futuro, que “viene lento pero viene”,  empieza a dejar en evidencia que los principios que sustentan el sistema ya están siendo cuestionados, justamente porque lo que sostienen culturalmente no encaja con el mundo del siglo XXI.  La “tradición autoritaria” (W. Lozano) que tanto ha servido en sus infinitos usos a los políticos que han administrado sucesivamente el Estado heredado de Trujillo comienza, sólo comienza, a ser discutida, a pesar de que los políticos, habitantes permanentes de la coyuntura, insisten en invisibilizar con sus prácticas el agotamiento estructural.

Ciertamente muchas cosas han cambiado y sobre todo algunas prácticas políticas han sido renovadas, pero las formas de ejercicio del poder, que no por ser distintas son democráticas, permanecen intactas.  Hoy cuando se dispone de recursos sin medida para la propaganda ya no hace falta una Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre. A los opositores no los matan en la calle y el “paño con pastas” en las prácticas se reconoce sin pudor: “Preferí pagar a matar”. La frase, como saben, no es mía.

La existencia de un Estado patrimonialista y corrupto no es el resultado de algunos políticos mala gente (aunque los haya) ni de que la ciudadanía no se tome las calles para denunciarlos. Ambos son la continuidad del Estado modelado por la dictadura, cuya ‘fortaleza’ le viene del espíritu no democrático del sistema por lo que su superación es una cuestión estructural y no de coyuntura. A ello  se debe que tanta gente buena esté lejos de la política y que tanto periodismo de investigación no haya visto los éxitos que merecen sus esfuerzos.

Trato en esta columna de hacer un ejercicio permanente de política comparada, pero esta vez mi invitación es a comparar nuestra realidad no con democracias mucho más institucionalizadas sino con la “Era”. Los remito a esa obra monumental que le costó la vida a Jesús de Galíndez: “La era de Trujillo”. En las páginas referidas a lo que él llama “la facultad tributaria” describe el proceso de aprobación del Presupuesto Nacional de 1945-46. Se van a sorprender cuando vean que las deplorables “técnicas legislativas” (“los procedimientos, formulaciones, reglas y estilos, ordenados y sistematizados que tratan sobre la ley durante todo su proceso”) de ese tiempo son exactamente las mismas que se utilizan hoy, cada vez que llega al Poder Legislativo la Ley de Presupuesto.  Digo Ley, pues en realidad de proyecto no tiene nada.

Pero, y hay que decirlo, el tranque al avance democrático no viene sólo de quienes ejercen el poder. Quienes están fuera de él contribuyen a la sobrevivencia del orden autoritario cuando evitan, por ejemplo, tratar los asuntos estructurales que son parte de la crisis y prefieren salir a ofrecer acueductos.

¿Entonces? Supongo que habrá que darle una mirada al sistema político, al sistema electoral y al sistema de partidos y desde allí los que estén fuera piensen sobre su futuro y sobre todo sobre el futuro del país.

En otras palabras de lo que estamos hablando es de la democracia, si, de la DEMOCRACIA y con esos ojos se deben revisar los ofertones que comienzan a ser parte del drama.

Todo debido a una superficialidad que puede ser peligrosa si tomamos en cuenta lo que está en juego. Ejemplifico: “Ningún senador o diputado de mi partido cobrará el barrilito ni el cofrecito”. Plantear eso es no entender nada: ambos pagos deben ser eliminados pero nunca serán eliminados por nuevos legisladores, que ya no son “suizos”, vienen del paraíso y llegarán al parlamento gracias a sus alas de ángeles investidos no por Dios, sino por los nuevos falsos profetas. Pero hay más:  ¿han visto algo más esotérico que hablar de Asamblea Constituyente sin entrar a la lucha electoral por cargos parlamentarios que logren impedir también los “nuevos blindajes”?.

Lo que en realidad está ocurriendo, lo que el golpe de mano ha puesto en primer plano es un modelo político avalado por los llamados poderes fácticos, que significa mantener a la democracia dominicana en los estrechos límites permitidos por la vieja herencia trujillista. Si esto es así lo que hacen falta no son ángeles ni demonios, hacen falta políticos democráticos capaces de correr la línea divisoria sin la calculadora en la mano, pues no se debe olvidar que el Partido Dominicano nunca perdió una elección.