Era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie…  Eugenio Maria de Hostos sobre su misión en República Dominicana

El término “discriminación positiva” es usualmente utilizado para significar lo mismo que “acción afirmativa”, que no es más que la aplicación de políticas sociales compensatorias focalizadas a ciertos segmentos de la población históricamente marginados o discriminados. Por ejemplo, cuando se establece una cuota de escaños para legisladoras en el Congreso, eso es “discriminación positiva” o “acción afirmativa” a favor de las mujeres que fueron tradicionalmente excluidas de la participación en la política. “Affirmative action” es la expresión preferida por los estadounidenses y ha sido adoptada en su traducción literal en varios países hispanoamericanos donde se aplican políticas públicas de esa naturaleza.

Sin lugar a dudas estas políticas compensatorias son características de sociedades con un alto desarrollo institucional, y aun así su carácter progresista las hace frecuentemente muy controversiales.  ¿Qué ocurriría en nuestro país si alguien sugiriese dar preferencialmente  becas estatales a los dominicanos de ascendencia haitiana que han perdido oportunidades de educarse por el empecinamiento de nuestras autoridades en negarles documentos de identidad, condenándolos al círculo vicioso de la pobreza? En todo caso, se supone que las acciones afirmativas  sean transitorias, pues la evidencia de su éxito es precisamente devenir superfluas por haber eliminado la causa raíz de la injusticia histórica que procura compensar.

Con la venia del lector, reservaremos el término acción afirmativa para las políticas compensatorias arriba esbozadas que abordaremos en más detalle en otra ocasión, y redefiniremos la discriminación positiva en otro sentido, que esperamos sea menos conflictivo para la sociedad dominicana, pues de su aplicación depende en gran medida nuestra viabilidad y progreso como nación.

Proponemos discriminar positivamente en toda la sociedad dominicana por mérito, no por abolengo, militancia político-partidista, origen, género, color de la piel, características del pelo, u otra condición cualquiera que sea hereditaria y/o arbitraria, y no producto de méritos propios del esfuerzo, la dedicación y el empeño del individuo. Sugerimos hacerlo por etapas, porque reconocemos que es una propuesta dura para la clase gobernante tradicional (y sobre todo de difícil implementación en lo inmediato) desarraigar a nuestra descendencia de los privilegios que otorgan un apellido sonoro, la tez clara (relativamente), el pelo liso y preferiblemente claro (aunque sea a base de tratamiento experto), pertenecer al partido político gobernante, y hasta la alcurnia de poseer un pasaporte de la Unión Europea.

En lo inmediato exhortamos a todos los dominicanos a ponernos de acuerdo para discriminar positivamente en la selección de nuestros candidatos al magisterio, porque éste es el elemento que más impacto pudiese  tener sobre el curso de la revolución educativa que anhelamos. Y decimos esto, porque llevamos varias generaciones permitiendo la entrada a la profesión  docente a cualquier persona dispuesta a someterse a esa tortura*, sin procurar atraer a prospectos idóneos.

Muchas personas con buenas intenciones creen que lo importante es la formación profesional para ejercer idóneamente como maestros, confiando en que mejorando los programas de formación y/o capacitación magisterial lograremos buenos educadores. La buena formación pedagógica es esencial para ser buen docente, pero no es el elemento crucial, aunque suene contradictorio. El mejor y más exigente programa de formación y capacitación resulta insuficiente si los protagonistas no son idóneos. Entonces debe quedar claro que lo primero y prioritario es la selección de los prospectos a ingresar a los institutos y facultades de formación profesional de docentes, así como la calidad de los formadores de formadores. La excelencia del programa de formación es necesaria, pero no suficiente, pues sin los alumnos idóneos de nada sirve un excelente plan de estudios.

Las más prestigiosas universidades de Estados Unidos lo son en gran medida porque tienen hasta 20 solicitantes por cada estudiante que ingresa, todos con calificaciones para triunfar en sus estudios universitarios. Aun así, las academias despliegan grandes esfuerzos para atraer a los mejores alumnos: visitan planteles escolares para estimular  a los sobresalientes a solicitar, utilizan a sus miles de egresados para entrevistar a los prospectos  en lugares adonde sus reclutadores profesionales no llegan, e invierten cuantiosos recursos en procura de reclutar  los mejores estudiantes. Saben que de nada sirve tener modernos laboratorios, extensas bibliotecas y recursos tecnológicos, así como  distinguidos académicos en sus aulas, si no atraen a los mejores estudiantes para aprovechar las extraordinarias facilidades. Gran parte de su éxito depende de  la capacidad del alumnado, y por eso reclutan proactivamente en lugar de esperar que los mejores estudiantes lleguen espontáneamente atraídos por el reluciente prestigio de la institución. Algunas instituciones han llegado al extremo de establecer políticas de admisión que llaman “need-blind/full-need”, que significa que evalúan y admiten al solicitante  sin previamente tomar en cuenta su situación económica, y se comprometen a financiar los estudios y gastos de manutención de los agraciados de acuerdo a sus necesidades económicas.

Afortunadamente los dominicanos tenemos un excelente precedente de este principio de la discriminación positiva en la historia de nuestra  educación, aunque es una lección olvidada por muchos. Nos referimos a la reforma educativa impulsada en nuestro país por el gran maestro antillano Eugenio Maria de Hostos en el siglo XIX. Pues Hostos lo primero que hizo en 1880 para iniciar la Escuela Normal fue escoger la crema y nata del talento dominicano para someter a un grupito muy selecto de jóvenes a su exigente  programa de estudios, privilegiando calidad sobre cantidad. Y esa misma rigurosidad en la selección de los candidatos se mantuvo durante varias generaciones, pues Salome Ureña de Henríquez estableció el mismo criterio en el Instituto de Señoritas. Para formar un ejército de educadores Hostos prefirió iniciar solo con los que tenían óptimas condiciones para ser maestros, pues lo contrario pudo haber frustrado su propósito. No se puede formar buenos maestros partiendo de estudiantes que no dan para ser abogados, ingenieros ni médicos. Para formar buenos maestros es preciso reclutar a jóvenes  que sobresalen tanto por su intelecto como por su espíritu.

En los deportes de alta competencia existe todo un andamiaje para identificar temprano a los mejores prospectos. Tienen escuchas profesionales que peinan planteles escolares, clubes y universidades en busca de las futuras estrellas de los primeros circuitos del béisbol, el baloncesto, y el fútbol, entre otros deportes altamente competitivos, para luego acompañarlos desde muy jóvenes en su formación como atletas de alto rendimiento. Hay todo un proceso de selección rigurosa en diferentes etapas que procura identificar temprano el mejor talento y desarrollarlo oportunamente, incluso a escala global, pues la busca de talentos no tiene fronteras.

¿Es menos importante identificar a los mejores prospectos para el magisterio y propiciar que ingresen a los institutos pedagógicos y facultades de educación que el reclutar temprano a los futuros deportistas de alto rendimiento?

Si hoy queremos impulsar la revolución educativa, tenemos por obligación que emprender la urgente tarea de reclutar lo mejor de nuestro talento joven para formar ese ejército de maestros que ha de sostener la transformación de nuestras escuelas, que es lo mismo que decir revolucionar nuestra sociedad. Porque queremos y estamos comprometidos con la calidad de la educación  tenemos que abocarnos a identificar a los Félix  Evaristo Mejía y las Ercilia Pepín del siglo XXI; y alentarlos, estimularlos y acompañarlos desde temprano en el proceso de formarse como maestros de las nuevas generaciones. Discriminemos positivamente a favor del mérito en la selección de los jóvenes que serán los maestros en nuestras escuelas, seleccionando a los alumnos sobresalientes por sus méritos académicos, su buena conducta y su actitud positiva desde que ingresan a nuestros liceos y colegios secundarios, estimulando su vocación al magisterio y brindándoles todas las oportunidades de descollar en sus estudios. Así haremos duradera la revolución educativa.

*Tortura del maestro: trabajar pocas horas con dos grupos de hasta 60 alumnos cada uno (muchos con hambre), en instalaciones sin agua ni luz, poca ventilación, escaso mobiliario, sin buenos libros ni laboratorios, cero apoyo de las familias por múltiples razones, y ningún reconocimiento de parte de la sociedad, sin poder hacer nada al respecto. Ese sería otro artículo sobre lo que ha sido la tortura del maestro en las últimas décadas y que paulatinamente empieza a cambiar, para que no volvamos a caer en esa misma trampa.