Es el retrato de un hombre anónimo. Su nombre importa menos que el oficio a que se dedica. La imagen del cuadro parece como un gesto para la identificación nuestra. Es como si se tratara de una reliquia prohibida que poseemos y de la que todos conocemos su valor si bien su misterio nos impide acercarnos. Es la pintura de Yoryi Morel titulada El Cibaeño.
Con prudencia debemos suponer que es hoy propiedad del Estado Dominicano. Y como tal, está debidamente protegida.
La composición fue premiada en una feria internacional en el Oeste de Estados Unidos en el siglo pasado, ganando medalla de oro.
Quienes participaron como jurados para otorgar los premios en aquella Feria internacional de California decidieron premiar la pintura obviando la trivialidad que supone la “moda” o lo que en cada época supuestamente representa la actualidad.
¿Qué pudo ver el jurado en esa pintura cuyo autor es nativo de un país antillano y desconocido?
Discípulos del taller de Morel fueron Negro Disla, Mario Grullón y Guillo Pérez.
Grullón fue un pintor de Santiago y también profesor de la escuela de pintura.
Lo que antes fue el taller de Morel que en los años cincuenta el gobierno oficializó para convertirla en la Academia de Artes Plásticas de Bellas Artes de Santiago.
Estudié y fui profesor de aquella escuela, y conversando en una ocasión con Grullón sobre la pintura de Morel, éste me dejó saber del interés del Maestro por las imágenes pobremente impresas que reproducían las pinturas de Joaquín Sorolla en algunas revistas que ocasionalmente llegaban a Santiago.
Sorolla es el pintor español que pudo ser quizás, sin ser francés, el impresionista más valioso por el tratamiento estridentemente diáfano que le confiere a la luz en el tratamiento del color.
Ese mismo tratamiento de la luz puede apreciarse en la pintura El Cibaeño, de Morel. Lo podemos decir en lo que se refiere a la luz y a la limpieza del color que tanto atrajo de los impresionistas.
Hay otro aspecto de la pintura que puede apreciarse si eludimos el pasmo que a veces produce nuestra propia rusticidad. Se trata del tema y también del grafismo en el dibujo que parece remarcar los contornos de la figura.
En cuanto al tema, es la representación del campesino anónimo que nos recuerda Las Espigadoras, de Millet. O el grafismo de los obreros urbanos de Courbet.
Artistas que renunciaron en la mitad del siglo XIX a las numerosas teorías sobre el arte que culminaron con el Romanticismo. Aquellos solamente aspiraban a la copia de la realidad, pura y simple. Sin teorías.
En cuanto al Cibaeño, podemos cuestionarnos lo siguiente:
¿Cómo es que en una de las ciudades más importantes de los Estados Unidos se le concede un premio con medalla de oro a una pintura figurativa, impresionista en el color y con el tema del Realismo que un siglo antes habían utilizado los artistas franceses?
¿Qué pudo ver el jurado en esa obra de un autor que es nativo de un país antillano y desconocido entonces?
De Morel se ha dicho que retrató la sociedad dominicana de su época.
Lo que más se parece al campesino europeo de la mitad del siglo
XIX es el campesino dominicano de la mitad del siglo XX.
Por los escritos de uno de nuestros investigadores es que pudimos conocer aspectos de la sociología dominicana que de otra manera habríamos ignorado.
Un aporte valioso a la cultura consiste muchas veces en la voluntad de algunos para sacar de la vida académica así como de las bibliotecas los asuntos que les sirven a la población para identificarse.