Antes de comenzar a escribir esta serie sobre PHU y el cine, me dirigí a Miguel Collado, amigo bibliógrafo, para que me indicara, si tenía el dato, dónde podía yo encontrar referencias a este tema. Me contestó por mail lo siguiente: “Me alegra saber que recibiste bien el número telefónico y la dirección postal de doña Sonia.
“De lo otro no me había olvidado: tuve que salir urgentemente luego de concluida la conversación telefónica contigo. He aquí la segunda y última parte de la promesa: el afiche de la película documental vista por Pedro Henríquez Ureña (PHU) en un cine de la ciudad de Santo Domingo el 30 de diciembre de 1931, es decir, 15 días después de haber arribado al país. Se trata del film, de 1930, África habla! (Africa speaks!), del director y guionista estadounidense Walter Futter (1900-1958).
“Esa película es una denuncia del maltrato recibido por los animales y algunas tribus en África. El escenario es esa parte del continente negro que antes se llamaba Congo Belga, en las regiones habitadas por los Wassara y las famosas tribus Ubangi.
“Me referí a ese acontecimiento, como un modo de destacar la pasión del insigne humanista por el teatro y el cine, durante la conferencia que en torno él dicté, el 27 de junio de 2014, en la Biblioteca ‘Pedro Mir’ de la UASD. La actividad fue parte del homenaje rendido a PHU, de manera conjunta, por la universidad estatal, la Universidad Interamericana (UNICA) y el Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas (CEDIBIL).
“Como te hube dicho en la primera de las dos ocasiones en que conversamos, esta información, manuscrita, la obtuve de la agenda de PHU correspondiente al año 1931, y que me fuera enviada por su hija que le sobrevive, en abril de 2006, junto a otros objetos personales del humanista a los fines de ser preservados como piezas de museo en la Biblioteca [que] honra su memoria con su nombre.”
En otra comunicación Collado me envió el afiche de la película y lo verifiqué, con los créditos y la historia, en Internet. Quienquiera leer el argumento y quién organizó el safari a aquella región, le remito a la web y buscar Futter filmaker.
Con respecto a Doña Sonia Henríquez Ureña de Hlito, no pude establecer contacto telefónico con ella, pese a las varias llamadas que le hice con el objetivo de preguntarle por los títulos de las películas que ella había visto hasta 1946 junto a su padre. No insistí en las llamadas, pues a Doña Sonia, que frisa los 90 años debe respetársele su reposo. A ella la conocí en 2004 cuando me entregó personalmente, en mi calidad de director general de la Biblioteca Nacional “Pedro Henríquez Ureña”, la máquina que su padre utilizó para escribir la mayoría de sus artículos y libros cuando vivió en el extranjero.
Y aunque las mujeres Henríquez son guerreras, preferí conformarme con la siguiente cita que trae el libro que Doña Sonia (nacida el 10-IV-1926), escrito para un intento de biografía de su padre. Cita que responde a una observación de Alfonso Reyes en el sentido de que a PHU nada le fue nunca indiferente, ni siquiera las frivolidades, y en esto quizá siguió el camino de Mallarmé, pues nuestro humanista incluso disertaba ante señoras porteñas acerca de los “principios que inspiraban el nuevo tipo de sombreros femeninos”, pero sólo ante el cine lo vimos retroceder francamente, desencantado de las historias y no compensado por el deleite fotográfico”.
A este señalamiento de Reyes, Doña Sonia responde de la siguiente manera: “Recuerdo que, al poco tiempo de morir mi padre, ya instaladas en México, Alfonso me preguntó si al fin el cine lo había conquistado. Le contesté que en sus últimos años llegó a ir con alguna frecuencia, pero lo hacía sobre todo para acompañar a mi madre. Pero llegaron a gustarle ciertos filmes como las comedias sofisticadas con Rosalind Russell o Kay Francis, aunque en general nunca llegó a atraerle demasiado.” (“Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía”. México: Siglo XXI, 1993, 134).
Es difícil que Sonia, que contaba con 5 años en 1931, guarde memoria de esta incursión de su padre a un cine de la Capital a ver ¡Afríca habla! Lo que deseo significar es lo siguiente: La reticencia de PHU con el cine es la misma que observaron los grandes intelectuales de América Latina cuando a su respectivo país llegó el cinematógrafo de los hermanos Lumière. A México llegó en 1896 y hasta Porfirio Díaz se dejó filmar. Seis meses después llegó el de Edison. PHU llegará en 1906 y saldrá en 1910 para volver en 1911, pero antes había vivido en Nueva York y allí quizá no fue ajeno al kinetoscopio o vistascopio de Edison, pero esto habría que documentarlo porque Phu era muy reservado y en la correspondencia, mucho más.
Según el Padre Sáez, el cinematógrafo de los Lumière llegó a Puerto Plata una noche de agosto de 1900 y se exhibieron once películas: “El programa, que luego recorrería las ciudades de Santiago y La Vega, para llegar al teatro ‘La Republicana’, de Santo Domingo, la noche del sábado 3 de noviembre del mismo año, era parte del enorme catálogo de cientos de películas con que contaba ya la empresa de los hermanos Auguste y Louis Lumière, que habían iniciado su producción en el verano de 1895 con el ‘primer documental’ de la historia del cine: Llegada de los congresistas a Nauville-sur-Saone.” (Libro ya citado, 1983, p. 25).
Aquel sábado 3 de noviembre de 1900, PHU se encontraba en la Capital, y lo más granado de la ciudad colmó el teatro ‘La Republicana’ para observar el nuevo invento. ¿Estarían PHU, Fran y Max entre los asistentes? PHU asistía con frecuencia en 1895 junto a Max a las veladas del teatro La Republicana (Memorias, 34-35), con disgustos de los padres. PHU lo dice en sus “Memorias” (México: FCE, 2000, p. 56).
¿Estuvo PHU en “La Republicana” el 3 de agosto de 1900? Este asunto queda como tarea para los investigadores.
Cuando se instala el gobierno de Juan Isidro Jimenes el 15 de noviembre de 1900, PHU ya está en Santo Domingo procedente de Cabo Haitiano y salió para Nueva York el 16 de enero de 1901. Allí permanecerá hasta marzo de 1904, cuando embarca para La Habana (Memorias, 64) y de ahí se embarca para Veracruz, México, el 4 de enero de 1906 (“Memorias”, 98-99).
Aurelio de los Reyes, historiador del cine mexicano desde 1896 hasta hoy, apunta lo siguiente, con respecto al cinematógrafo y a la reticencia de los intelectuales mexicanos y latinoamericanos,: “Durante los primeros seis meses, después de su llegada a la ciudad de México, el cine fue aceptado por todos los círculos sociales, pero pronto literatos, científicos y algunos voceros de la sociedad lo menospreciaron por haberse convertido en un espectáculo ciento por ciento popular.” (“Los orígenes del cine mexicano”. 1896-1900. México: FCE, 2013, p. 91).
Más adelante De los Reyes da en el clavo con respecto al rechazo de las élites al cine: “al cine no se le trató de dar categoría de arte al momento de su aparición, pero no por ello los cronistas dejaron de emitir su juicio estético sobre él; sus opiniones, como veremos, están estrechamente ligadas a la escuela realista e inconscientemente asociadas a la tendencia nacionalista de pintura, propuesta por Ignacio M. Altamirano y otros pintores de tendencia política liberal.” (pp. 91-92).
Y De los Reyes concluye con los pros y los contras que originaron ese rechazo inicial al cine y posiblemente hasta que no fue sonoro y tuvo argumento, sobre todo literario o cultural, los intelectuales como PHU mantuvieron sus reservas: “Las primeras películas carecían de argumento, eran unas simples escenas fugaces que semejaban pinturas o grabados a una tinta, al ser proyectadas en la pantalla. Los camarógrafos necesaria y forzosamente se inspiraban en la Naturaleza para la elaboración de sus cintas, le daban una ojeada a la realidad exterior; por eso a las películas las llamaban vistas. Por exigencias químicas de la misma película, casi todas tenían que ser filmadas en los exteriores, a la luz del día. El cinematógrafo, inconscientemente heredaba la preocupación de artistas y literatos por captar el mundo exterior; en la forma más inocente cumplía las aspiraciones que durante siglos habían tenido los pintores por ver la Naturaleza a través de un cubo. Los problemas de la perspectiva estaban resueltos.” (p. 95).
PHU fue a ver ¡África habla! para estudiar quizá qué partido pedagógico podía sacarle para beneficio del estudiantado dominicano, el único costado del cine que recuperaron los intelectuales adversarios del nuevo invento. (Continuará)
(*) Publicado en el suplemento Areíto del periódico Hoy el sábado 16 de mayo de 2015 y reproducido con permiso del autor en Acento.com de la misma fecha.