REDACCIÓN.-La estudiante estadounidense Kiini Ibura Salaam estuvo residiendo en República Dominicana, por asuntos de estudios. El siguiente es su observación sobre el asunto del racismo en la sociedad dominicana.

¿Que no hay racismo aquí?

(Chicken Bones: a Journal)

La primera vez que regresé a casa después de estudiar en el extranjero, todo el mundo quería saber, “¿Cómo te fue en República Dominicana?”. Me resistía a responder. Ocultando la verdad detrás de los “bien” y los “bueno”, esquivé mis verdaderos sentimientos. “¿Te gustó?” es una pregunta con tanta carga que no se puede responder con un simple “sí” o “no”. Durante mucho tiempo me negué a hablar de República totalmente. No quería perder tiempo ni gastar energía para poder llegar a mi alma y dar respuestas sinceras al interrogatorio. Pero creo que ya estoy lista.

Compartiendo la isla con Haití, la República Dominicana flota en el Mar Caribe en la parte inferior derecha de Cuba y la parte superior izquierda de Puerto Rico. El sol constante libera a sus habitantes de las capas opresivas y los pesados abrigos que exige el invierno. Los extraños tamaños de los árboles y las flores son asombrosos. La familia que me acogió me presentaba con frecuencia frutas desconocidas de diferentes colores y formas.

Como sociedad orientada a la familia, República Dominicana se basa en la unidad familiar como centro. Para mí, lo más grandioso de República Dominicana es la vida nocturna. Los dominicanos son serios con las fiestas. Las bellas letras, los ritmos fuertes y los complejos pasos de baile del merengue y la salsa me atraparon desde el principio. Era fácil enamorarse de la cultura dominicana.

Al igual que los afroamericanos, los dominicanos vienen en todos los tonos y matices. Son un pueblo de muchos tonos, formadas por la mezcla familiar del “conquistador” de Europa y el “esclavo” de África, con el ingrediente adicional de los indígenas originales de la isla

Pero el clima cálido y la música embriagadora no son las cosas que me paralizaron la lengua cuando se me pidió hablar de República Dominicana. Lo que me silenció fue la espada de doble filo del racismo y el sexismo que sin piedad me zahirió durante todo el viaje.

Irónicamente, una de las frases que escuché repetir con mayor frecuencia en República Dominicana es “Aquí no hay racismo”. Los dominicanos no creen que exista el racismo en su país. Esta falta de conciencia hizo que el racismo se convirtiera en una carga inusualmente pesada. Cuando trataba de hablar de mis sentimientos y problemas, constantemente encontraba resistencia. En lugar de recibir apoyo y comprensión, me bombardearon con negativas de que la discriminación que estaba experimentando fuera real.

A favor del pueblo dominicano, debo comentar que hay dos factores que intensificaron el racismo que sufrí. En primer lugar, la ciudad de Santiago, donde yo vivía, tiene un número significativo de personas de piel blanca o más clara. Estas personas son, en virtud de racismo institucionalizado, el clasismo, y otros factores, más ricos y “mejor educados” que el promedio dominicano.

Aunque el dominicano común que encontré en la calle a menudo reaccionaba ante mí de una manera similar a los dominicanos de “clase alta”, no puedo decir definitivamente que el clima racista que impregna a Santiago sea representativo del clima racial en todas las ciudades dominicanas.

El segundo factor que influyó en mi experiencia es mi apariencia externa. Yo no me rizo el cabello y con frecuencia visto con ropas de estilos influidos por lo africano. Debido a esto, el racismo que experimento en cualquier país, incluyendo Estados Unidos, a veces es más intenso que el experimentado por otros afroamericanos.

Al igual que los afroamericanos, los dominicanos vienen en todos los tonos y matices. Son un pueblo de muchos tonos, formadas por la mezcla familiar del “conquistador” de Europa y el “esclavo” de África, con el ingrediente adicional de los indígenas originales de la isla.

La estudiante estadounidense Kiini Ibura Salaam estuvo residiendo en República Dominicana, por asuntos de estudios
La estudiante estadounidense Kiini Ibura Salaam estuvo residiendo en República Dominicana, por asuntos de estudios

A diferencia de la situación en Estados Unidos donde el color dicta la cultura, en la sociedad dominicana todos comparten la misma cultura, independientemente del color. Los dominicanos “blancos” comen arroz y frijoles, bailan merengue y besan cuando se encuentran, como hacen los “negros” dominicanos. Con excepción de las diferencias debidas a la manifestación racista de la clase (a través de la cual los ricos simplemente resultan ser blancos y los pobres resultan ser negros), no hay diferencias inherentes en los estilos de vida entre los dominicanos “blancos” y “negros”.

En una familia dominicana, un niño puede considerarse negro y otro blanco. Aunque hermanos, sus diferentes tonos de piel los hace de dos razas diferentes. Debido a esta estructura singular, me vi obligada a vivir y lidiar con los prejuicios en nuevas formas. No pude evitar los problemas de vivir con una familia “negra”. No había familias negras. Tuve que vivir dentro de una comunidad que me rechazó.

El racismo dominicano es a la vez extraño y familiar. Contiene algunos de los mismos patrones de autodesprecio que se encuentran en las comunidades negras de Estados Unidos. Imaginen mi sorpresa cuando escuché las frases familiares “pelo malo” y “mejorar la raza” transformadas por la lengua española.

Así como el idioma Inglés da connotación a la palabra “blanco” con la pureza y la bondad, el español del dominicano establece relaciones similares. Una madre anfitriona que nos acogió describió a su hijo que estudia en el extranjero con solo estas palabras vinculadas: “tan agradable, tan dulce y tan blanco”. Su conexión verbal para estas palabras expuso su relación mental con ellas. Para ella “agradable” “dulce”, y “blanco” son conceptos intercambiables. A través de estas similitudes me di cuenta de que en muchos sentidos todos los pueblos oprimidos tienen que luchar con los mismos patrones de autodesprecio y confusión, como ocurre en Estados Unidos.

La singularidad del racismo dominicano se encuentra en sus sutilezas; no es una criatura ruidosa y evidente. No tiene un presuntuoso rostro blanco, de autocomplacencia. La negación ferviente de su existencia hace que sea difícil para mí reconocer sus trampas que me resultan familiares. A pesar de estar consciente de que estaba siendo ignorada durante todo el viaje, yo no entendía siempre el porqué. Parecía que los estudiantes dominicanos seleccionados para guiarnos por la universidad estaban magnetizados por los estudiantes blancos, pero tenían poco de tiempo y paciencia para con nosotros, los estudiantes negros.

Con frecuencia me sentí confundida, enojada y deprimida. Pasé un mes y medio viendo a hombres constantemente invitar a mis dos amigas blancas a bailar, y de mala gana pedirle a mis dos amigas negras (con el pelo rizado) bailar, antes de darme cuenta de que nadie me estaba invitando a mí.. Pasé muchas noches en un rincón oscuro en una discoteca rodeada de hombres que encontraron mi cuerpo lo suficientemente atractivo como para comentar en las calles, pero mi pelo lo suficientemente terrible para ignorarme en las discotecas. Empecé a ver una tendencia en su comportamiento y reconocí esta tendencia como sexismo racial.

Sexismo racial es la marca peculiar de la discriminación que se genera en las mujeres negras (y otras mujeres “de color”), mientras que de alguna manera está ausente por completo en los hombres negros y las mujeres blancas.

Tomar conciencia de su existencia explica por qué todas las madres anfitrionas me decían constantemente lo hermosa que podría verme si me arreglara (léase: “alisara”) el cabello. El sexismo racial explica por qué mi amigo Vicente, también poseedor de cabello natural, nunca tuvo que defender su decisión de llevar el pelo “de esa manera”. Explica por qué pensé que el que me tocaran constantemente partes de mi cuerpo en la calle era una experiencia común, hasta que lo hablé con algunas de las estudiantes blancas. Se sorprendieron. Sólo le habían tocado su pelo rubio, pero nunca sus cuerpos.

Esta mezcla de racismo y sexismo era lo más difícil de manejar. Yo estaba dotada para lidiar con el racismo, pero no con una mezcla de ambas cosas. Después de algún tiempo, los estudiantes negros nos acostumbramos a las miradas horrorizadas y los gritos ahogados que recibimos cuando nos referimos a nosotros mismos como “negros”. Una anfitriona, en particular, nos pidió que no lo dijéramos más: “No, no, no, no se digan ‘negro’, ustedes son indios”.

Los dominicanos han creado una gran variedad de sustantivos -“moreno”, “indio”, “blanco oscuro”, “trigueño”, etc.- para evitar referirse a sí mismos como “negro”. Nada nos preparó para un viaje de campo de fin de semana al país donde nuestros anfitriones se presentaron para recoger a los estudiantes que querían albergar. Las primeras elegidas fueron las rubias. Allí, de pie, desolados y solos, al final quedaron los negros.

Si bien tuve una relación cordial, cómoda, con mi familia anfitriona, en muchas ocasiones me sentí que ellos podrían haberse relacionado conmigo mejor si yo fuera blanca. Cuando yo les mostraba entusiasmada fotografías de mis amigos de viajes de fin de semana, sus ojos pasaban sobre los rostros sonrientes de mis amigos negros e iban directamente a las rubias en el fondo. “¿Quién es ella?", preguntaban: “¿Ella es parte de tu grupo?”.

Verse en una situación en la cual que me sentí estar en una negación diaria de mi ser me afectó profundamente. Soy de acero; no lloro, y no lloré ni una sola vez mientras estuve allí. Ahora que he regresado, me brotan las lágrimas a la menor señal. En la seguridad de mi hogar, finalmente, estoy dejando que mis heridas fluyan. Los amigos dicen que ahora estoy más tranquila y un poco más seria. La experiencia, sin duda, me ha serenado, no hasta el punto de la parálisis, pero camino por las calles con un poco más de cautela.

Todavía me descubro reaccionando ante las manos atrevidas que encontré en las calles dominicanas. Tengo que esforzarme para cruzarme con los hombres sin pestañear. Mis ojos están pegados a sus manos oscilantes, y al más mínimo movimiento en mi dirección: estoy listo para reaccionar.

No quiero volver a contar cada experiencia tremebunda que viví en República Dominicana. No quiero hablar sobre la vez que me negaron la entrada en un club o las veces en que nuestras madres anfitrionas tuvieron reacciones negativas hacia nuestros amigos negros dominicanos y haitianos; pero no puedo abrir la boca, ni mis pensamientos, ni mi alma en relación con la República Dominicana sin que estas cosas salgan a la luz.

Debo recalcar que mi experiencia fue única. Muchas hermanas que viajaron a la República Dominicana disfrutaron el viaje y están dispuestas a volver. La mayoría de ellas no tuvieron esas experiencias extremas, como yo, y aun con esos extremos, no guardo rencores.

Junto con mi dolor y mis lágrimas, traje alegría y risas. Nunca dejo de sorprenderme al escucharme hablando español; mis ojos nunca dejarán de brillar intensamente cuando recuerde la exuberante belleza de todo el país, ni dejará de saltar mi corazón ante el recuerdo de pasar una noche en un club nocturno dominicano bailando en perfecta sincronía con mi amigo Vicente, disfrutando las sonrisas de mis amigos girando a mi alrededor.

Fuente: http://www.nathanielturner.com/kiiniiburasalaam2.htm