Dentro de esas islas luminosas que están dentro de la media isla dominicana, se eleva Ediciones De A Poco. El concepto de celebración y de comunidad ha conducido a David Puig alanzarse al camino editorial. Mientras medio mundo discute que si el libro aquí o que si los bytes en el más allá, Puig apuesta por libros que gotean, que constituyen todauna fiesta para los ojos y el alma por su calidad visual, por sus textos.
Podríamos decir que estamosfrente a una colección de clásicos modernos: cuentos de Juan Dicent, poemas de Homero Pumarol y Frank Báez, novela de Jean–Noël Pancrazi que podremosademás apreciar pronto en la pantalla gigante.
“Grrrringo” es la más reciente producción de Ediciones De A Poco: un libro de dibujos del artista Ingo Giezendanner. Este suizo viene de Basilea (1975), ciudad de triste recordación para los dominicanos, por haberse firmado allí el Tratado de 1795 mediante el cual se nos entrega a Francia, con papeles y todo. Todavía no nos enteramos cómo vino a dar por estos paisajes de la hiper-trans-post-quién-sabe-cuál-modernidad dominicana. Pero no importa. El suizo –o el grrrringo– desde la misma portada, trata de ocultarse: su nombre no aparece. Tampoco hay señas de que se trate de este país. Existimos por intuición. A pura tinta, en trazos largos y precisos, despojada de todo su bulla consuetudinaria, consabida, obligatoria, se nos revela una isla bien íntima, cotidiana.
La portada anuncia algo con “Plata”. En la primera solapa interior hay una botella gigante de Cerveza Presidente, un asador, unas sillas de plástico, un escudo dominicano. Luego aparece Ingo pegando sellos, redactando una postal, asumiendo un mundo análogo, en proceso de difuminación, pero ahí, el del mundo hecho a mano y a puro lenguazo.
“Grrrringo” es una bitácora, un diario, un recuento de líneas que comienza en lontananza, detrás de cualquier tren y en cualquier rincón ¿de Europa? Da igual. Todo ser y cada hacer o visión está marcado por la noción de viaje, de tránsito, en este espacio insular.
No estamos frente a ningún reportaje antropológico ni un informe de alguna oficina tercermundista. Aquí se trata de la visión de un artista que se desplaza por nuestros paisajes y capta de una manera bastante “visual” –y valga la redundancia o el pleonasmo– las rayas que nos timbran, las líneas sobre las quese sustentan nuestras edificaciones, las sombras acompañantes, las líneas que nos definen. ¿Hay algo que no genere líneas en esta vida, sea insular o continental?
Estamos frente a una creciente geografía marcada por la noción de restricciones en el espacio público. Es un mapa de “lo dominicano” en sus espacios más extremos, desde la dominicanidad de los Washington Heights hasta esa que también puede pensarse desde cualquier burdel de Frankfurt, Zürich o cualquier restaurant en Cuatro Caminos. Porque también la dominicanidad nace, crece, se reproduce y se desplaza. Estamos frente a una visión rizomática de este ser nuestro que será ser de todos por la incapacidad que ya tenemos de acordar una frase o un párrafo donde sustentarlo, acotarlo, acomodarlo, estar satisfechos de la definición.
Marcas, letreros, indicaciones, el espacio se sostiene por su capacidad indicativa, imperativa. Al llegar finalmente a los puntos deseados, el más acá restringe al más allá por colocarse entre ambos rejas, alambres de púas, separadores, muros.
Ingo Giezendanner ha sabido de una manera bastante puntual trasuntar esa geografía del miedo que marca nuestros paisajes urbanos de la postmoderndiad siglo-veinteyunañera. En el centro de “Grrrringo” emerge un catálogo de verjas. Siempre se protege contra algo al tiempo que trata de sustentarse también “algo” para los adentros. Enrejar, cerrar las puertas, asumir el espacio público a partir del cuidado, la posible tragedia, la transgresión del afuera hacia el adentro, la fiesta de las balas perdidas, la versión magra del “mundo con todas las posibilidades”, como anunciaba Sammy Sosa en aquellos tiempos gloriosos de Baninter.
Junto ala cultura del enrejamiento está la de la telaraña, el alambrado eléctrico como caos – cada quien que se salve o se pegue o que resuelva -, como imposibilidad de imponer una racionalidad que no sea la “dominicana”.
“Grrrringo” es una crónica de viajes por toda la Isla. También está la frontera y Puerto Príncipe,con sus espacios, sus mercados, sus vendedores, y las huellas del terrible terremoto.Al final del libro también emergen colores, como en aquella película de Kurosawa donde Mifune no sudaba tanto, pero sudaba. Seguramente el Ingo también habrá tenido sus superbotellas de agua en esos trópicos insulares tan demoledores.
Por Ingo, por David, por Ediciones De A Poco, por tanta creatividad y con un vasito de agua: ¡Salud!