SANTO DOMINGO, República Dominicana.- La última vez que sus padres lo vieron, fue al partir de la casa materna ubicada en el sector Maquiteria, en dirección a su hogar en Los Frailes, Santo Domingo Este. El joven de 27 años se desplazaba en compañía de dos de sus cuatro hijos y un amigo de infancia que reside en su mismo sector, a bordo de una motocicleta, cuando fue interceptado por un operativo policial que ordenó detenerse en una zona oscura de la autopista Las Américas, por lo que continuó la marcha.
Aproximadamente a las 10:30 de la noche, del 13 de diciembre, Randy, dos de sus hijos de seis y siete años, así como su amigo y vecino, Ariel Ogando, vivieron uno de los momentos más sombríos de sus vidas (si no el más), cuando, ante la negativa de detenerse en un lugar poco iluminado, fueron perseguidos por agentes de la Policía Nacional, quienes supuestamente abrieron fuego, provocando la caída de la motocicleta en la que transitaban.
Accidentados e imposibilitados de continuar, fueron alcanzados por los oficiales, quienes golpearon brutalmente a Randy y a Ariel, frente a los menores, para luego ser llevados al destacamento de Los Frailes.
“Los llevaron al departamento del kilometro 11 de la Autopista Las Américas, Barrio Nuevo, a él y a los niños. Como a la una le dijeron a Randy: ven a llevarte con los niños. Él le dijo que no, que mandaría a Ariel. Fueron y los llevaron a los niños y cuando (Ariel) vino de allá para acá, ya Randy no estaba”, narra abrumada por la angustia Ana Mercedes González, madre del desaparecido.
Con la voz quebrada por el desasosiego, relata los eventos que sucedieron luego del desvanecimiento de su vástago, quien supuestamente, esposado y herido, escapó del cuartel policial, saltando una pared, sin dejar rastro de su paradero.
De igual forma, Julio Vizcaíno, padre de Randy, duda la versión suministrada por los agentes policiales apostados en Los Frailes sobre el escape del joven, debido a las condiciones en las que se encontraba detenido.
“Fui al destacamento y me dijeron que se había volado por una pared. Un hombre esposado, grande… con 200 y pico de libras. Si voló por una pared, ¿dónde está? Habría llegado hasta aquí”, asegura.
Lo “vendieron”.
“Cuando Guzmán llegó al departamento, ni le dio entrada al libro ni a la celda. Sabía a quién se lo iba a entregar”, afirma don Julio, voz matizada por dejos de la edad. Mira de reojo de un lado a otro, de cuando en cuando mientras habla. Continúa: “hicieron un 'allante' por arriba de la casa, haciendo creer que lo estaban buscando, pero no hubo testigos”.
Sin perder la calma, narra que luego del ingreso de su hijo a la cárcel de Los Frailes, fue entregado a dos oficiales que iban en un motor, contrario a las informaciones dadas por los oficiales, quienes afirmaron que se había fugado.
“Guzmán es quien sabe a quién se lo entregó”, asegura don Julio, fijando la mirada hacia la puerta, las manos entretejidas sobre las piernas.
Doña Ana lo secunda. Los ojos y los labios salpicados por la rabia e indignación, explica que hicieron un “bulto”, refiriéndose a la búsqueda de Randy la noche de la supuesta fuga y relata que hay un jefe, oculto entre sombras de impunidad, que está acostumbrado a “vender” a los presos por dinero.
“Los policías que agarraron a Randy se lo entregaron al coronel Guzmán y parece que él se lo vendió a otro que tiene más rango que él”.
El nombre aparece otra vez: coronel Guzmán. Doña Ana reitera que es el responsable de la desaparición, como lo había hecho antes a la prensa.
Randy, quien a la fecha estaba desempleado, tuvo mala suerte. Don Julio expone que de acuerdo a las declaración que dieron Guzmán y dos sargentos de la policía interrogados en el Palacio de la Policía, sumado a las investigaciones y los datos suministrados por el director ejecutivo del Consejo Nacional de los Derechos Humanos (CONADEHU), supieron que una “banda” conocida como Los Pitbulls se llevó a su hijo esa noche.
Según los informes que manejan, el capitán Freddy Luciano y policías bajo el mando del coronel Báez Hubieras, jefe de la supuesta pandilla policial, raptaron Randy, una vez detenido en Los Frailes.
“He pensado tanto que puede estar vivo. Pero he escuchado que esa gente cuando agarran a una persona no es para guardarlo”, traga en seco, haciendo una leve pausa. “Creo que es para matarlo”.
¡Que aparezca vivo!
“Yo no duermo. Siempre me abrazaba y retozaba conmigo. Me halaba los pies. Me decía: mami, ¿qué usted me guardo de desayuno? ¿Qué usted va a hacer de comida?”, narra doña Ana.
Las lágrimas brotan de sus ojos mientras ve las fotografías de su hijo desaparecido. Toca la cama y gira las manos una y otra vez, dibujando un círculo. Aprieta el colchón y los dientes. “No tengo quien me anime. Él era quien más me animaba. Si está vivo, que vuelva. Estamos desesperados por él”.
“Espero que se haga justicia. Que esa gente me lo busque, porque el coronel Guzmán dijo que lo iba a buscar y que está vivo. Si dice que está vivo, ¿por qué no lo busca? Si sabe dónde está. ¿Dónde está? ¿Por qué no lo ha buscado?”, dice, a la vez que comenta que Randy nunca tuvo problemas con la justicia, por lo que no tiene motivos para estar escondido.
En la galería de la vetusta vivienda materna, Don Julio mantiene fija la mirada hacia la angosta calle, como quien busca algo entre la gente. Afuera, niños juegan y gritan alrededor de un charco de agua turbia, formado por las lluvias de la tarde.
“Quisiera que aparezca vivo. Sería la sorpresa más grande que voy a ver. Espero… si Dios me ayuda, pues tal vez esté vivo. Ellos lo que hacen es que matan seguido, pero como Dios es grande, puede que esté vivo”.
Doña Ana le acompaña en una mecedora. Respira profundo: “yo no quisiera que me lo entreguen muerto, no. Que me lo entreguen como se lo llevaron: vivo, como él se lo llevó”.