El reciente crimen realizado por un conductor a un joven que limpiaba vidrios en una zona de la ciudad de Santo Domingo es un hecho de violencia que consterna y a la vez indigna.

En este hecho se conjugan dos situaciones que reflejan problemas no-resueltos en nuestra realidad social, la pobreza extrema que vive una gran parte de la población que empuja a niños, jóvenes y personas adultas a la calle a buscársela en lo que sea” porque no existen en el país oportunidades de fuentes de ingresos estable para esta población. De ahí que encontremos cada vez más en las calles, vendedores/as ambulantes, limpiadores de vidrios, indigentes, entre otros…

Otro problema que devela el hecho es la reacción violenta de un conductor que resuelve una discusión destruyendo la vida de una persona que a base de sufrir muchas situaciones de hambre, violencia y discriminación había logrado sobrevivir hasta el momento en que lo  asesinan. Afirmo que ha vivido todas estas situaciones porque en los estudios que hemos hecho con personas en situación de calle, se muestran historias de vida tremendamente desgarrante que inician en edades tempranas, 5-7 años con fajarse con la vida, luchar cada hora; cada día por conseguir agua para bañarse; dinero para comer algo en el día; dormir en pedazos de cartón con piso de tierra y en medio del calor y los mosquitos; filas y viajes para hospitales para ser atendidos, enfermedades que no curan porque no hay dinero para ello…. Muchas otras calamidades que vive la población en extrema pobreza cada día.

La violencia del conductor no es un fenómeno aislado. Refleja una conducta muy presente en nuestro país en una parte de la población sobre todo del sexo masculino.

La violencia en nuestro país está masculinizada. Los hombres se socializan desde su niñez para “No hablar mucho” sino “actuar”. Esto se extiende a las relaciones personales. Los hombres no se educan en la paciencia, en la espera, en el diálogo. Por el contrario, se educan en el rechazo al diálogo y a las formas de resolución de conflictos dialógicas porque esto “son cosas de mujeres”. La agresividad como respuesta que tiene el hombre en nuestra sociedad es educada culturalmente, es parte de su enculturación.

De ahí que los hombres son más propensos a resolver los problemas con golpes y pleitos. Antes los pleitos eran más frecuentes porque no se tenía acceso fácil a las armas de fuego, eran caras y difíciles de encontrar. Ahora, las armas de fuego están en todos lados, cualquiera te vende un arma, hay armerías en todos lados, y no están prohibidas, por el contrario, culturalmente se incentiva el porte de armas como medio de seguridad y estatus social.

En las observaciones que hemos hecho de la cotidianidad tanto en barrios urbano-marginales como en estratos medios podemos ver que a los niños se les educa para “pelear” para “defenderse” y para “agredir”. El niño que no agrede otros niños se considera que no es “muy varonil” o se le discrimina porque se le considera “pendejo” . Los niños en nuestra sociedad buscan ser aceptados por sus grupos de pares mostrando su gran capacidad de “pelea” que no es más que su gran capacidad de responder “violentamente” en situaciones de conflictos con otros niños.

Otra dimensión cultural que entra en la conformación de la masculinidad es el sentido del “honor” y .la “vergüenza”. El honor masculino en nuestra sociedad está basado en el orgullo como hombre y tiende a ser defendido violentamente porque el uso de la violencia es a su vez un ejercicio de valentía. Estos símbolos culturales son parte de nuestra historia cultural.

Para erradicar la violencia necesitamos que el estado intervenga en forma directa en el desarme de la población. Este desarme debe estar acompañado de procesos educativos a través de los medios de comunicación de generación de confianza y seguridad y de intervenciones claras hacia una mayor seguridad ciudadana.

Tenemos que trabajar en la construcción de una nueva masculinidad, que esté basada en el desarrollo de capacidades de negociación y diálogo en la resolución de conflictos y que resquebraje las estructuras sociales y culturales que están asociadas al “honor” y la “vergüenza” desde la violencia.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY