Si el Constelación existiera hoy, probablemente sería un colmadón. Pero, desapareció hace décadas, tal vez junto con su dueño, el afable y bonachón señor Robles.
Ubicado en la esquina suroeste de la avenida Duarte con Juan Evangelista Jiménez, el colmado-bar Constelación era tan espacioso que le daba vuelta a la esquina, igual que la barra Payán, y contaba con taburetes del lado de la Duarte, donde se expendían las mercancías de adultos, como cerveza, ron y tabaco, mientras el mostrador del otro lado atendía la clientela propia de colmado, o sea, compradores de provisiones y demás artículos del hogar.
Eran los comienzos de los sesenta, cuando la avenida Duarte, de la Ana Valverde hacia arriba, no estaba ocupada como ahora solo por locales comerciales sino que también tenía viviendas, justo hasta llegar al Mercado Nuevo, en su mayoría construidas de madera y techadas de zinc.
El Constelación vendía un producto que lo convirtió en destino preferido de los niños, tanto los residentes locales como los que estudiaban en las escuelas cercanas, particularmente el ahora liceo Juan Pablo Duarte, situado a solo tres cuadras, que hasta diciembre de 1961 se llamó liceo Presidente Trujillo.
Ese producto era: helados caseros, de los que se confeccionaban y todavía hoy se congelan en los moldes para hielo que traen las neveras. La particularidad de los helados del señor Robles era su composición alimenticia; mientras los helados que se elaboraban en las casas y muchos colmados eran de agua de azúcar a los que se añadía colores y sabores artificiales, estos eran de batata, de auyama, de plátano o de huevo. ¡Deliciosos y nutritivos!
"…en una fecha que no puedo precisar, arrollado por la llamada “locomotora de la economía”, debe haber desaparecido el legendario Constelación, y con él el afable señor Robles"
¿Quién fue el genio que los inventó?, lo ignoro y nunca se me ocurrió averiguar. El caso es que la mayoría de los días de clases, mientras estuve en el liceo intermedio Juan Pablo Duarte cursando el séptimo (año lectivo 1961-62) tras salir, a las 5:00 de la tarde, me dirigía al Constelación junto con numerosos compañeros, a comprar dos helados con los correspondientes dos centavos que me había dado mi mamá para el recreo.
En cada molde yacían dos helados un poquito más grandes que el resto, eran los situados en el extremo, donde estaba el mecanismo que permitía despegarlos. Mientras todos los demás eran rectangulares, estos dos del cabezal eran un poco más anchos arriba. Dichoso aquel comprador a quien les tocaran. ¡Ah muchachos!
Por cierto, no guardo en mi memoria ninguna imagen nocturna del Constelación, pero me imagino que en las noches cambiaría la composición de la clientela, dada la ubicación del negocio en los bordes de la Zona Rosa del Santo Domingo de entonces; mejor me quedo con mis recuerdos de niño.
El Constelación siguió en pie varios años después de la Guerra de Abril de 1965. Pero, los cambios demográficos y la configuración que fue adquiriendo la avenida Duarte no le permitían a un colmado de barrio absorber los costos de operar en la arteria comercial más importante de Santo Domingo y del país. De modo que, en una fecha que no puedo precisar, arrollado por la llamada “locomotora de la economía”, debe haber desaparecido el legendario Constelación, y con él el afable señor Robles.
Las veces que he pasado por allí destella en mi mente el flash de una escena de octubre de 1961congelada en el tiempo: la bulliciosa esquina del Constelación, el señor Robles sentado afuera a la sombra, vestido con su infaltable pantalón kaki, camisa a cuadros grandes por fuera sobre su vientre prominente, y su eterna sonrisa, supervisando el negocio, siempre dispuesto a complacer a la infantil clientela.
Me habría gustado ser un espectador sin edad mirando desde el otro lado de la calle, el día que lo cerraron.