Nuestro pequeño patio trasero en Miami está lleno de muchas maravillosas plantas –guineos, plátanos, un árbol de mango, lechosas, menta, molondrón, orégano, albahaca, perejil y, una gran variedad de verdes plantas tropicales y flores.
Pero por los bordes y entre mis queridas plantas, están esas pequeñas enemigas: ¡LAS HIERBAS! Constantemente estoy arrancando todo tipo de hierbas; las hierbas parece que crecen más rápidamente y más fuertes que las plantas que tanto quiero. Algunas de las plantas herbáceas trepan sobre la verja y despacio invaden nuestro patio, como ladrón nocturno. Otras surgen en el suelo, legiones de yerbitas y gramas, hasta pequeñas palmas y pequeños árboles de roble. ¡Auxilio!
No obstante, mientras más aprendo acerca de las plantas, he aprendido también una nueva apreciación de estas llamadas “hierbas”. Deseo compartir tres experiencias acerca de mis encuentros con las “hierbas”. Mi primera experiencia ocurrió hace muchos años ya en el estado de Nuevo México. Una estudiante japonesa de intercambio se ofreció para cocinarnos una auténtica comida de su país. Después de comer opíparamente le pregunté dónde en nuestro pueblito había comprado las verduras japonesas. Sonrió y señaló hacia el solar baldío que se encontraba bajo nuestras narices. Dos de las hierbas que nos sirvió esa noche eran silvestres, emparentadas con la espinaca y la mostaza.
En muchas de las comunidades indígenas americanas, así como en el campo, las hojas de varias verduras silvestres se han cocinado como verduras o se han usado en las sopas y guisos. En español algunas de estas verduras se conocen por los nombres: bledo, berza y verdolaga. Se afirma que en 1565 los exploradores descubrieron variedades cultivadas de espinaca silvestre que existían en la isla La Española.
En los Andes, las semillas de una planta semejante, el Chenopodium quinoa se ha cultivado por miles de años y se ha usado como un grano como se hace con el arroz, o se la ha molido para hacer una harina. Los lugareños la llaman quinoa, que es una palabra de origen quechua.
A los jamaiquinos les gustan mucho las verduras cocinadas, lo que ellos llaman calalú (de la familia del amaranto). Los primeros pobladores de los Estados Unidos comieron lo que ellos llamaban “verduras de verano” que provenían de plantas como las pokeweed (Phytolacca americana), relacionado con el “moco de pavo” dominicano y el goosefoot (Chenopodium genus), la sanguinaría de Cuba. Los habitantes de los estados del sur de los Estados Unidos todavía cocinan y disfrutan el collard greens.
No está claro el origen de las verduras cocidas en el continente americano. Hay sugerencias que incluyen que fueron los esclavos africanos quienes trajeron las plantas en los barcos; otras explicaciones es que fueron introducidas por los inmigrantes del Mediterráneo, o, de Inglaterra o de España. Otra sugerencia es que las verduras cocinadas fueron una tradición de los aztecas.
Una planta de la especie de la familia de los amarantos es bastante común en la República Dominicana: el apazote o epazote (Chenopodium ambrosioides); sin embargo, no se la come sino que se la usa en té o como ungüento con propósitos medicinales. En infusiones o cocimientos se la usa para la diarrea, los dolores estomacales y, los parásitos intestinales. Untado como ungüento se lo usa para las úlceras en la piel. Esta planta, no obstante, puede ser tóxica si se la toma en grandes cantidades.
Otro encuentro con las hierbas ocurrió en nuestro patio donde continuamente lucho con una pequeña pero muy invasiva trepadora emparentada con la familia del pepino. Esta enredadera tiene flores amarillas que produce una vaina ostensible de color anaranjado que revienta para revelar un centro rojo sensual, jugoso con pegajosas semillas rojas. Esta planta despide un olor fuerte que se pega de los dedos de uno y permanece allí mucho después de que uno ha arrancado la planta. Si se la deja descuidada la planta puede mezclarse con otras hierbas, flores, frutales y palmeras. Durante años las arranqué y las tiré a la basura. Más tarde me enteré de que esta planta trepadora es muy apreciada por nuestros vecinos cubanos y jamaiquinos, quienes están muy dispuestos a depurar nuestro jardín de esta planta.
Se trata de lo que en República Dominicana se conoce con el nombre de cundeamor, y llamada cerasee en Jamaica (el nombre científico es mormodica charantia). Hay un libro, Herbal plants of Jamaica de Monica Warner que afirma que en Jamaica esta planta queda en segundo lugar de preferencia solo aventajada por la marihuana. En Jamaica las hojas nuevas con los tallos tiernos se utilizan para preparar un té amargo que se endulza con azúcar. Se le reconoce propiedades curativas para tratar la mala sangre, problemas dermatológicos, fiebres, diabetes, resfriados, gripe y todo tipo de dolencias intestinales, hasta para el cáncer y el VIH. Los saquitos de serasee para té pueden comprarse en los colmados locales y hasta en Amazon.com.
Las hojas del cundeamor/cerasee pueden majarse juntas en agua con otra hierba, que se llama quaco/guaco en Jamaica o tabdillo/camomila en países hispanohablantes (mikania micranatha), para hacer un baño que supuestamente trata el acné, el eczema, los granos en la piel, y, el sarpullido. En el pasado estas combinaciones se usaron para lavar muebles, pisos y pupitres. Hummm, ¿lavar pisos? Por mi parte sería muy cuidadosa antes de ingerir el brebaje de esta hierba.
Tanto el bledo como el cundeamor se han usado para brujería y santería y se asocian por lo general con dos orishas, Obatalá y Babaluaye, especialmente en Cuba y también en otros países.
La tercera y mayor experiencia con hierbas fue en nuestra propiedad en el lado noroeste del lago Okeechobee. Porque ambos sitios, Miami y Okeechobee se encuentran en el estado de la Florida, a nivel del mar, al principio no se me ocurrió que podía haber alguna diferencia o incompatibilidad entre las zonas (Miami 10b; Okeechobee, 9b). No me di cuenta de que en nuestra propiedad en el centro de la Florida podrían producirse varias heladas al año, además de un calor y sequía extremos, con ocasionales inundaciones. En el primer año perdí el 90 % de todas las plantas que había llevado de Miami. Cien plantas ficus que planté para levantar una cerca viva murieron después de la primera helada.
¿Qué permaneció creciendo? ¡Un montón de las condenadas hierbas! Todas las hierbas que yo había tratado de matar estaban allí surgiendo, ya fuera de sus raíces o de sus semillas. Algunas hasta tenían flores, y eso inmediatamente después de una helada. Sentí deseos de llorar y de darme por vencida. Pero recordé la vieja expresión: “si no puedes vencerlos, únete a ellos”. A pesar de que la expresión generalmente se refiere a la política, puede aplicársela fácilmente a otras situaciones, hasta a la jardinería.
Ese fue el momento decisivo cuando decidí investigar cuidadosamente, documentar y cuidar de muchas de las plantas silvestres y hierbas que crecen vigorosamente en mi jardín en Okeechobee. Muchos de estos ensayos los hice ante la consternación de mi esposo pues cerqué secciones del jardín con cinta amarilla de peligro y le rogué: “Por favor, no cortes la grama de esta sección. Quiero ver que crece aquí dejado silvestre”.
Me sentí como Miguel Ángel, el artista, que dijo en una ocasión: “Cada pedazo de piedra tiene una estatua dentro y es la tarea del escultor descubrirla”. Mi pedazo de piedra era un terreno lleno de hierbas y, mi tarea era descubrir el tesoro de plantas escondidas en él.
La mayoría de las flores alrededor de Okeechobee son amarillas y blancas, algunas de ellas son muy bellas. Una de las bellezas que descubrí es una “hierba” llamada bandana de los Everglades (canna flacida). Es una flor nativa de la Florida y crece en todo el estado, especialmente en los humedales y en las zonas bajas que se inundan ocasionalmente. En la Florida la fuerte semilla negra de la canna flacida la usan los indígenas seminolas, que las ponen dentro de carapachos de tortugas o de jícara de coco para hacer maracas usadas en las ceremonias tribales, cuando las mujeres que bailan en las danzas del corn (maíz) y en el stomp (zapateo) llevan esa maracas amarradas alrededor de las piernas, por debajo de las rodillas.
Algunas de las plantas más estrechamente relacionadas con las canas son las plantas de jengibre (maraca), el banano (guineo) y, la heliconia de flores (platanito). Las plantas de la familia canna es nativa del Nuevo Mundo y cuenta con 19 especies en Centro, Sur y Norteamérica. Leí que hay una especie de canna nativa en la República Dominicana, pero no he encontrado buena documentación a este respecto.
Las raíces de algunas plantas de la familia canna son comestibles (canna edulis o canna indica) y muy ricas en almidón. Hay grupos de personas en Ecuador y Perú que una vez usaron las raíces y los tallos de esta canna, achira, como un alimento que se come después de hervido, como se hace con la yuca y la papa, o molido para formar una harina, similar al arrurruz.
Las hierbas: ¿basura o tesoro? Aquí puede haber un mensaje filosófico escondido. Demasiado a menudo se categorizan cosas y hasta personas como “inútiles”, “basura” o “inseguras”, en lugar de examinar más cuidadosamente el objeto y el individuo.
Referencias: Herbal plants of Jamaica de Monica Warner; Farmacopea vegetal caribeña: Edición especial dominicana; Florida ethnobotany de Daniel F. Austin; Nomenclature polyglotte des plantes haïtiennes de Arsène V. Pierre-Noël.