La discusión pública sobre el nivel adecuado de remuneración para realizar un trabajo, sólo ocurre en el sector gubernamental de la economía. A diferencia de policías, profesores, enfermeras u otros empleados públicos, la cajera de un supermercado o entidad financiera no puede usar su salario como excusa por su mal servicio. Tampoco esperar un aumento para empezar a sonreír a los clientes, cuadrar bien la caja, dar la devuelta exacta y cumplir religiosamente el horario.

El cajero del Pola sabe que si actúa en el marco de esa lógica absurda, dura en el puesto menos que un Jumbo estacionado en el Higüero o una Sirena boyando sola en Boca Chica. El del Popular entiende que aunque en eficiencia es un León, hay poco Progreso salarial si cambia de banco: se paga más o menos lo mismo y Citi falta un peso, en el conteo por sorpresa, te sale amonestación más descuento de tus Reservas. Piensa que para su desgracia, la pasión que los bancos entienden es la del cliente y es a su favor que fallan en la mayoría de las quejas.

Para mejorar su nivel de vida, no le queda otra que cumplir las responsabilidades del puesto, seguir preparándose para ascender a posiciones de más importancia en el área o en otras donde adquiera competencia, en la difícil senda de combinar trabajo y estudio.

Imposible para el cajero bancario la omnipresencia que permite, en una misma mañana, operar en el hospital público de Pedernales y recetar en consultorio privado de la Capital;  de manera simultánea, patrullar el Malecón y conchar en la ruta de la Kennedy; enseñar porcentajes y la tabla del cuatro en el liceo público del INVI, en la misma tanda que un digno lo encuentra, y justifica, en plena faena de asesoría consular en la Gómez. ¡No señor! Se renuncia del Súper si la jornada es para bravos o le parece cuesta arriba.  Otra desventaja de los cajeros es que no cuentan con el amparo de padrinos ante la comisión de faltas graves.  Estas se investigan sin andar por los ramos, provocan el despido y el ingreso a una lista negra que le dificulta trabajar en posiciones similares a nivel nacional.

Cuando monopolios del gobierno proveen bienes y servicios, el usuario no tiene poder real de influir en la calidad del servicio, los sueldos o selección y estabilidad del personal.  Por estar ajenos al rigor de eficiencia y señales de precios que impone la competencia, tenemos la sempiterna búsqueda del "salario público filosofal", ese jornal mágico que nos traerá jueces justos, fiscales íntegros, policías insobornables, médicos virtuosos y profesores responsables.  Mítica remuneración que ahora tiene un familiar igual de patético: una propuesta de ley para regular el salario en el sector público.  Recuerden señores legisladores que la inquietud es sobre el pago de la nómina.  Nada de exigir consultas pro bono y servicios ad honorem para contratos con el sector privado o establecer un tarifario que no exceda el salario base de los directores legales del sector público. ¡Ciudadano, cuánto desenfoque!