Fiel a la promesa de la entrega anterior, el pasado sábado bien aprovisionados salimos José Javier Bueno y yo hacia el Este del país donde pensábamos celebrar mi cumpleaños el martes. Nuestra estancia sería en Las Cañitas escenario de la novela La Victoria de Carmen Natalia (1917-1976), editada en 1942, cuando todo esto era silvestre. Mi primo Radhamés Cordero García nos había prestado a la entrada del poblado, en un risco frente al mar, apartado de todo el resto, a las veras de la moderna carretera, con piscina y las comodidades de su villa construida originalmente con las comodidades para una familia bastante numerosa desde donde veíamos las luces de Samaná e islas y pueblos aledaños.
El viaje desde esta ciudad por la nueva ruta sin entrar a los pueblos hasta enfilar hacia Hato Mayor fue por vías excelentes; en el antiguo lugar de los Vigil Díaz (Óscar, un hermano de Otilio Andrés Marcelino Celestino (1881-1961), el poeta, fue Juez Alcalde allí, y se dijo que Otilio Vigil (¡por favor alcalde David Collado mande a corregir el nombre de la calle que entronca con la Avenida San Martín frente a Sambil en Villa Juana que lleva el del pelotero: Virgil y no Vigil, como es el apellido del vate capitaleño. Además, es hora de que el más exquisito lírico nacido en esta ciudad, Franklin Mieses Burgos, familia de los Vicini Burgos, tenga una calle digna de su obra!), vendió unas tierras para embarcarse en su viaje iniciático a París en 1920. En un poema lo llama “Hato Mayor del Rey sin par diadema” y sus Sonetos Bárbaros fueron escritos la mayoría en esas sabanas hermosas.
Llovía torrencialmente cuando enfilamos hacia Sabana de la Mar. Si alegría tuvimos con las vías magníficas hasta llegar a Hato Mayor, la ruta de allí a Sabana de la Mar con tanta riqueza, no solo bovina, sino cacaotalera, de cítricos, etcétera y lugares históricos como El Cabao donde el general Ulises Heureux (1845-1899), derrotó a Cesáreo Guillermo (1847-1885), en la cual perdió la vida el poeta puertoplateño Juan Isidro Ortea (1849-1881); está no solo descuidada, eso sería lo menos, casi destruida, llevando como lleva a una ruta turística; atravesando el fin o el comienzo de Los Haitises, cruzando además El Valle, un poblado de película; y el antiguo puerto de Caño Hondo que le dio nombre al guineo dominicano que deleitó a medio mundo. Ese espacio muy transitado por guaguas y todo tipo de vehículos no merece el desdén oficial y es una mancha que el gobierno dominicano en manos de presidentes constructores debe acudir a resolver antes de que sea intransitable. ¡Para exigir algo así deberían ser las protestas y las marchas verdes, entre otras cosas realmente útiles y realizables!
Bajar del Valle, encontrar las nuevas rutas a la vera del Atlántico fue un deleite mágico. Cerca del muelle encontramos un lugar abierto junto a la mar donde había la comida de la región: Mariscos y pescados. Permitieron que destapáramos la primera botella de vino blanco sin pagar el descorche, un verdejo español riquísimo, para acompañar el pescado al vapor que disfrutamos.
Otras veces había venido a Sabana. Tres abogados que fueron mis compañeros de estudios nacieron aquí. Uno de mis mejores amigos de infancia también. Pregunté por ellos y solo vive el general (r) Sergio Rodríguez Pimentel a quien no pude contactar para invitarlo a las celebraciones del 61 aniversario de nuestra promoción el 28 de octubre próximo.
No nos conformamos con llegar a Las Cañitas y dejar los equipajes, queríamos ir a Miches la ciudad de Rafael y Antoliano Peralta Romero conocidos allá como ‘Los Chachases’, esperando que el narrador Sélvido Candelaria nos tuviera el moro con peje guisado que había prometido. Agradablemente sorprendido no solo de la vía maravillosa, sino del crecimiento del municipio del antiguo Jovero, tres o cuatro veces el que conocía. Lo mismo que los poblados intermedios Culebra y Magua. Como nos sucedió en el sur el año pasado, si las carreteras eran excelentes las casitas hasta las de los humildes, cambiaban sus estructuras. Regresamos a hacerle honores a Baco en nuestro castillo señorial donde como Saint John Perse: Éramos príncipes en el exilio que para nada necesitaban su canto. La provisión de vinos Ribera del Duero santificó la tarde y nos sirvió para bendecir la noche de luna marinera.
El domingo decidimos ir a Punta Cana a visitar a Mariano Palmero y a su esposa Salma que tienen su villa en las proximidades del Aeropuerto.
Ellos iban a la segunda misa, por eso aunque salimos temprano fuimos matando el tiempo. En Miches tomamos la ruta de Uvero Alto. No entramos sin embargo al poblado de Las Lisas, lugar de nacimiento de Anthony Ríos, cuya fama comenzó como Kinder en Hato Mayor; ni fuimos a los Nisibones ni a las otras aldeas diseminadas a lo largo de la autopista, pero cometimos un error cuando vimos un letrero que decía Uvero Alto que no era el de la autopista sino el camino de antaño, y nos metimos en una trampa del diablo. Es, sin duda alguna, la más mala carretera del país. No puede haber otra en peor estado. Comparada con la de Hato Mayor a Sabana aquello era una autopista. Había un puente que debimos retratar, parecía tan antiguo que temimos que la cuatro por cuatro en la que andábamos se derrumbara. De allí debimos devolvernos pero queríamos saber si así era todo el trayecto: ¡Era peor!
Esos más o menos veinte o algo más de kilómetros, casi bordeados de arrozales interminables hasta donde se perdía la vista, nos recordaba los de San Francisco de Macorís a Cotuí y a los de Mao. No hay casas. Nadie se atreve a vivir en ese infierno de camino sin diez metros sin problemas de hoyos casi furnias y de pozos hondos, quizás por el agua en abundancia en los canales. Encontramos cortadoras, tractores y esforzados locales, sorprendiendo la ausencia de haitianos en la zona. Donde no había arrozales había ciénegas con unas yerbas grandes que parecían de esparto, las cuales también dividían las parcelas y los frentes de la maldita carretera, que después de los aguaceros de Irma no quiero siquiera imaginar cómo estará.
No creo que haya una vía con tanta producción agraria que esté así de abandonada, olvidada de Dios, del Diablo y del Gobierno. Ojalá el ministro de Obras Públicas se metiera un día por ahí junto al de Agricultura para que se dieran cuenta de lo que es un descuido imperdonable en el vecindario precisamente de las más bellas y flamantes autopistas y carreteras del país. ¡Ojalá nunca se metan turistas por ahí, si lo hacen pensarán que estamos treinta, cuarenta, cien años atrás en algunas cosas!
Al fin llegamos donde estaban de caballos de montar. Los famosos Ranchos del Este imitando a los texanos y a los mexicanos, donde los visitantes se divierten, alcanzando por fin a la autopista. Este es el verdadero Uvero Alto, con hoteles, paradores para turistas, ofertas y el movimiento que esta industria produce.
Me perdí llegar a Macao; enfilamos hacia Bávaro que es realmente un verdadero emporio turístico, aunque no tiene el que sé yo de Punta Cana. La urgencia era quitarle el lodo a la guagua. Hubo dos cosas que me asombraron en la zona: Los precios de los supermercados que visitamos, El Pola y Jumbo, son los mismos de esta ciudad. En el primero conseguimos a buen precio unos excelentes vinos para completar nuestra bodega.
En Bávaro y los pueblos cercanos bulle la vida activa. Los negocios y el movimiento de turistas. Todo está a la orden de ellos. Pero lo segundo que fueron los servicios, por ejemplo, para lavar la camioneta embarrada de lodo, costó lo mismo que en las estaciones de aquí. La diferencia sería en los lugares propiamente turísticos como bares y restaurantes o en los grandes hoteles donde no fuimos.
El encuentro en Punta Cana en la casa de los anfitriones citados, junto a una pareja vecina visitante, queda justamente al lado donde le ocurrió al cantante español Diego el Cigala el incidente del que se hizo eco la prensa; fue magnífico. Vinos, tapas, comida rica en ambiente elegante, atenciones de hermanos ya que la pimenteleñería es algo que apasiona. ¡Cómo gozamos cuando nos juntamos a hablar de aquel pueblo donde, qué caray, fuimos felices!
Pero el signo del placer se oscureció pensando en Irma. Regresamos al atardecer por una enorme carretera desolada. La noche pedía vinos y canciones. Por suerte había llevado una video-casetera con muchos CDS. Con vino y música cualquiera amanece mirando la mar, pero había que guardar energías para el lunes.
Decidimos mandar a comprar camarones y pescados. Holguin, el mayordomo, fue a comprarnos a Las Cañitas: Diez libras de camarones con cabezas, no grandes todos, y seis libras de colorados, todo por dos mil pesos. Habíamos desayunado un sándwich pero queríamos comer los camarones y el pescado. Por suerte llevamos limones, mantequilla, aceite de oliva, ajo, perejil y albahaca. Holguín limpió los pescados y los sazonó con lo que había: No apareció en el pueblo ni un ramo de orégano.
La piscina estaba llena ya. Decidimos pasarnos el día en ella y continuar el martes. Pero una cosa piensa el burro. Las noticias del huracán Irma obligaron a cambiar los planes. Por nada del mundo volveríamos por la ruta de Sabana a Hato Mayor. Subiríamos por la excelente y menos transitada vía de Miches al Seibo. Esa carretera con más curvas que Marilyn Monroe está llena de grandes árboles. Temimos a Irma y a los vientos huracanados que la podían hacer peligrosa o intransitable. Durante el viaje no vimos ni policías ni guardias. Solo al regresar, cerca de Pedro Sánchez, una patrulla nos detuvo y fueron muy gentiles cuando le dije lo que celebraba. El oficial comandante pidió mi copa de vino y derramó algo en la pista, quién sabe a qué ancestro.
Decidimos comer en la Parada entre las dos provincias. Allí siempre hay abundantes y excelentes cosas de comer a muy buenos precios, incluyendo los del restaurant. Volvimos a comer carne, esta vez un chivo él, un cerdito al horno, yo. Qué caray.
De ese modo, ese martes cinco, saliendo de Las Cañitas a las diez y media, con los vidrios bajos para aspirar el oxígeno circundante, estuvimos en esta ciudad a las cuatro, parándonos y conduciendo despacio.
En la casona de Las Cañitas en un cajón encontré un poema sin firma, que alguien, quizás yo en mi viaje anterior, o algún amigo de mi primo dejó abandonado, pero no se parecía a mi letra. Lo copio para que vean que debajo de cualquier yagua puede aparecer un alacrán, aunque estos versos libres no sean la gran cosa.
SI UN ÁNGEL DESCENDIERA
Si un ángel descendiera
aquí junto a la mar acezante
y me dijera que eres tú
de tanto pensar en ti lo creería.
Vendrías silenciosa pantera como esfinge
igual que una ilusión que no se borra
a decirme que el mundo entero
cabe plenamente en tu sonrisa.
A avisarme que el vino es algo más
que un vicio oscuro: Una salvación.
La salvación de tu recuerdo o de mi olvido.
Razón única de mi esperanza
de morir sonriendo como aquel que al irse
recibiera de pronto la visita de un ángel como tú.
Y colorín colorado la relación de este viaje se ha acabado.