A pesar de su maltrato a los medios y su fama de gruñón, las ocurrencias del presidente de Ecuador, Rafael Correa, durante su breve visita al país con motivo de la Feria del Libro, fueron muy divertidas y con toda seguridad, ya de regreso en su país, debió disfrutarlas como parte del anecdotario de su encuentro con la inteligencia dominicana.

La primera se dio en la entrega del Doctorado Honoris Causa que le otorgara la universidad estatal, cuya solemnidad quedó pulverizada por la interminable exposición del  encargado de motivarla, en extremoaburrida  y llena de “imprecisiones”, que el presidente ecuatoriano se apresuró a corregir, salvando del tedio al público allí reunido , con otro discurso de igual extensión, como para vengarse, lo que le hiciera llegar con retraso a la reunión con el presidente Medina en el Palacio Nacional, para fastidio del protocolo y, lo que era más importante, a riesgo de enfriar el almuerzo que allí le esperaba.

Como si hubiera un plan, mejor ni planificado, horas después en la puesta en circulación de un libro suyo muy crítico de las multinacionales y de las políticas de las potencias económicas, al señor Correa no le quedó más remedio que soportar la extensa explicación que de su obra hiciera el ministro de Economía, el señor Montás. Y él, economista de profesión, en racional acto de desesperación, dada las circunstancias, no se quedó con esa  agradeciéndole al ministro el favor,  al señalar que después del colorido folclórico de un grupo típico y la actuación de una cantante ecuatoriana, la charla de economía que le habían disparado era lo más cercano a un acto de violación de los derechos humanos.

Lo que tal vez no llegó a saber, como resaltó  al día siguiente por lo menos un diario de la mañana, era que el vehículo  todo terreno oficial puesto a su servicio, se apagó mientras disertaba, sin mayores consecuencias.