En muchos aspectos, la nuestra es una sociedad conservadora, enquistada en una forma de estatus quo que se refleja en los gobiernos que hemos tenido desde la caída de Trujillo. Ellos son una férrea prueba que después del tiranicidio no se produjo una verdadera ruptura con las  formas autoritarias, patrimonialistas, clientelistas y populistas de conducir la nación enraizadas  en las mentalidades y la cultura dominicana.

Luego de la muerte del tirano de la mano de algunos de sus colaboradores cercanos el curso de los acontecimientos no permitió establecer juicios y comisiones de la verdad. Todavía andan  juntos mansos con cimarrones, y nostálgicos del pasado se complacen en contar anécdotas laudatorias de la Era. Llama la atención que ninguno de nuestros  jefes de Estado, hasta la fecha, ha salido realmente indemne del ejercicio del poder: Joaquín Balaguer, ahora santiguado por algunos de los que se le opusieron, fue aborrecido y criticado por propiciar la corrupción y el crimen.

Juan Bosch fue derrocado y desterrado. Antonio Guzmán se pegó un tiro y Salvador Jorge Blanco terminó en la cárcel. El gobierno de Hipólito Mejía fue el del escándalo de Baninter y el que le abrió las puertas al regreso triunfal de Leonel Fernández quien hoy en día tiene dos demandas judiciales pendientes. En cincuenta años  aún no se ha logrado establecer instituciones estatales sólidas y confiables que garanticen realmente la consolidación y desarrollo de la democracia.

La República Dominicana será, sin lugar a duda, uno de los raros países en el mundo donde el primero de mayo, día de la fiesta de los trabajadores, es celebrado con una misa por el incumbente de turno del Ministerio de Trabajo

Otro testimonio de nuestro conservadurismo es el concordato de 1954 y la notoria entrega de nuestros dirigentes a la Iglesia Católica, árbitro de la Nación y, como tal, auspiciadora  de  pactos políticos a veces dañinos para tratar de mantener en pie los cimientos de una sociedad que todavía titubea entre autoritarismo y democracia.

Nuestro Cardenal y nuestros obispos opinan sobre todos los temas políticos habidos y por haber y son considerados como los últimos recursos ante las tormentas. Frente a las autoridades eclesiásticas nuestros gobernantes y representantes no escatiman una misa. La República Dominicana será, sin lugar a duda, uno de los raros países en el mundo donde el primero de mayo, día de la fiesta de los trabajadores, es celebrado con una misa por el incumbente de turno del Ministerio de Trabajo.

La iglesia dominicana no se caracteriza por su vanguardismo y es a este poder de hecho que nuestros presidentes rinden pleitesía llevando el país a importantes desfases frente a  necesidades apremiantes de la población en temas tan importantes como la contracepción, la educación  sexual y el aborto.

No es con “Bebé, piénsalo bien”,  que regala sofisticados muñecos simuladores de bebés a estudiantes de 13 a 17 años, dentro del marco del programa Progresando con Solidaridad del despacho de la vicepresidencia de la República, que se reducirán los vía crucis de las niñas pobres embarazadas. Tampoco se lograrán soluciones  satanizando a instituciones como Profamilia y rehusando la venta de condones en las boticas populares de Promese.

Conservadores somos, no nos gustan los hombres con cabellos largos, los tatuajes, los homosexuales, las lesbianas, lo diferente. Nos gusta el saco y la corbata; juzgamos sobre el aspecto más que sobre el fondo, estigmatizamos. Anhelamos un Estado honesto y eficiente pero queremos lo nuestro, una tajada, una cajita, un empleito, una botella, una tarjeta y, ¿por qué no?, dos tarjetas.

Queremos lo dao, y esto se repite en todos los niveles de la sociedad. Ése es el fondo medular de la necesidad de mantener el estatus quo y esa es la manera de elegir  nuestros presidentes. Nuestros líderes, políticos al fin, surfean cómodamente sobre la ola de nuestra idiosincrasia. Queremos una educación eficiente pero, ¿estamos dispuestos a una revolución escolar?  ¿A promover los buenos maestros y a separar del servicio a los deficientes sin remedio? ¿a revolucionar el sistema educativo y a dejar de lado la partidocracia?

Pues así sentí el discurso del presidente: un discurso conservador dentro del nuevo embalaje de la lucha contra la pobreza con el momento estelar del anuncio de la justa revisión del contrato de la Barrick.

Somos buen público, no nos formaron para tener espíritu crítico y, por ende, nos dejamos engañar por las técnicas de mercadeo de los estrategas de comunicación. Pocos detalles, las mismas promesas, rendir cuentas a su antojo, no tocar los problemas quisquillosos como el déficit fiscal, mantenerse en un limbo con Bahía de las Águilas, y dar una estocada patriótica que mueve  al mismo tiempo al pueblo y el interés nacional. El oro es nuestro pero debe ser nuestro dentro del marco de un pacto fiscal, de compromisos no para resolver un déficit fiscal  nunca explicado, ni para prolongar un sistema clientelista y populista que favorece a unos más que a otros.