Siempre hay un antes y un después de la Semana Santa por ser esta semana el clímax de las migraciones anuales por motivo de asueto. Unos se van a los grandes resorts o afuera; los otros, las legiones de quedados, crean sus propios resorts en las calles de los barrios donde niños y adultos se zambullen con la misma alegría en aguas contaminadas.
Todos vuelven a retomar las riendas de la vida cotidiana llenos de recuerdos y fotos que pueblan las páginas de las redes sociales; en eso no hay brecha digital.
Sin embargo, todos los beneficios de estos momentos privilegiados se desvanecen rápidamente frente a la realidad de la vida en los barrios. Muchos son los sectores donde no hay luz ni de día ni de noche, y donde la gente está obligada a encerrase temprano por la inseguridad. En esas condiciones, los felices que tienen empleos fijos salen a muy tempranas horas de la mañana como ejércitos de zombis después de pasar noche tras noche en el desvelo más total provocado por el calor y los mosquitos.
Este caldo de cultivo está agravado por el hecho, de que, en estos sectores una cama, se comparte entre tres personas como promedio y que el famoso sueño reparador, de médicos y revistas, es un mito para la mayoría de nuestros conciudadanos. El flagelo real y actual de la escasez de agua completa el cuadro, a pesar que el ADN se prepara para reinstalar en 40 barrios desfavorecidos las piscinas de Guibia que servirán sin lugar a dudas de bañeras para quienes las necesitan.
Es de este trabajador que labora en nuestras empresas, en nuestras casas, que vive muchas veces en condiciones infrahumanas, que exigimos eficacia, aseo, productividad.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio apuntaban al pleno empleo, a la creación de empleos productivos y al trabajo decente, objetivos que no se han logrado y no se pueden lograr con las condiciones actuales de vida de nuestros trabajadores. No es solo la falta de educación de calidad que reduce nuestra competividad sino el viacrucis y el desgaste cotidiano que significa para las grandes mayorías resolver problemas básicos. Al vivir en un perpetuo ajetreo detrás de lo básico parte de la población lucha más para la sobrevivencia que para la superación.
El descalabro del poder adquisitivo en lo que va del año, eternas promesas incumplidas por un gobierno u otro, planes con nombres redundantes pero sin ningunas repercusión inmediata en la vida cotidiana, un año escolar incierto generan la percepción que estamos en más de lo mismo, que muy poco se mueve, que estamos en un limbo, en una especie de melcocha. Este limbo resbaloso es motivo de depresión y dimisión de los mayores dotados de una capacidad de aguante que ha permitido a los respectivos gobiernos de turno pisotear, engañar, robar, y promover el asistencialismo como una panacea con dádivas insostenibles.
Del otro lado, hay una juventud soñando con el signo del dólar, sin medio de acceder dignamente a este pero que pueden acceder en metro a cualquier mall de los que florece en la ciudad. Estos jóvenes en los mejores de los casos tienen una familia responsable o irresponsable pero que ya no respetan. Consideran a sus padres como pendejos por no facilitarles de inmediato lo que entienden merecerse: acceder a como de lugar a una sociedad bling bling que los rechaza.
Sin futuro ni perspectivas reales, con nivel educativo deficiente, embarazos precoces, esta juventud no tiene rumbo, ni futuro, se le mocho el entusiasmo, vive en el presente, se une en grupos, en pandillas, está capaces de robar, de traficar, de matar o prostituirse por unos tenis o ropa de marca.
El ministro de las Fuerzas Armadas afirmó recientemente que la República Dominicana tiene la mayor amenaza internacional de delitos en América Latina por su situación geográfica. A la vez el presidente Medina dividió la delincuencia en delincuencia internacional y delincuencia social.
Una nutrirá a la otra mientras los sectores desfavorecidos no tengan lo básico resuelto. Es en nuestros barrios que es el delito internacional busca sus víctimas: sus agentes, sus mulas y sus sicarios.