Dentro de las ciencias sociales, los economistas son los que se auto consideran más cercanos a los científicos de las ciencias duras, a los científicos naturales.

En su quehacer profesional se les supone unos conocimientos matemáticos, estadísticos, de cálculo,  de uso de ecuaciones,  de proyecciones y de elaboración de modelos econométricos, que superan en los mejores formados de ellos, a buena parte de los otros científicos sociales.

En las ciencias sociales, es sabido,  nos movemos más en las técnicas de la observación, los datos cualitativos, las entrevistas, el análisis estadístico, las encuestas, el análisis documental, y el uso de la capacidad de percepción de los hechos y relaciones sociales, no siempre demostrables matemáticamente, y evidente que no se pueden reproducir como si puede hacerse en un laboratorio.

En realidad entre los economistas hay  unos modelos clásicos de percibir los hechos económicos que suelen ser bastante estandarizados, sobre todo, porque en las escuelas de economía y en los cursos de economía, casi siempre se inculca un apego a una cierta concepción de la economía, que de tanto repetirse –con matices varios-, termina convirtiéndose en una especie de dogma ideológico.

Lo profesional parece ser que es mantener los niveles de inflación los más bajos posibles para lograr la estabilidad monetaria. Siempre o casi hay resistencia por parte de estos profesionales al crecimiento de los salarios porque ello causa inflación. Nunca se escucha decir a un economista tradicional que los altos beneficios empresariales distorsionan la economía. Y se resisten a aceptar que los salarios, al menos, deben estar ligados a la productividad.

Nunca o casi, se propugna elevar los impuestos a los que más tienen y que éstos sean progresivos. Jamás se escuchará decir abiertamente que la desigualdad es disfuncional para la vida económica de un país. Y mucho menos que el gasto social tiene un efecto estimulador sobre el aumento de la demanda agregada y que dinamiza la economía.

En general los economistas con su jerga profesional tienen lo que los franceses designan como una “langue de bois”, una serie de frases o conceptualizaciones o recetario hecho para la buena marcha de la economía de mercado, por supuesto. A veces alguien les sale rana y tenemos a magníficos profesionales como Keynes, Joan Robinson, Stiglitz o Krugman, entre muchos otros de diferentes partes del mundo, que se salen del redil de los lugares comunes económicos.

En España tenemos décadas oyendo hablar de José Luis Sampedro, catedrático de economía, de estructura económica mundial y de España, para ser más preciso, como un economista singular. Le conocí –no digo que tuviera relación con él- en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense de Madrid.

Allí ya se hacía notar entre sus estudiantes por la animación y riqueza de sus clases. Aunque debo decir que no tuve el privilegio de que me  impartiera esa asignatura, ya que él lo hacía a los grupos de estudiantes de Económicas, no a los de Ciencias Políticas.

Sampedro, como muchos economistas notables de esa época, además de profesor  era economista o funcionario del Banco de España (la banca central), de su prestigioso departamento de Estudios. De manera, que era un economista profesional que unía la labor docente a la labor investigadora, en un lugar clave para estar al día de la marcha de la economía.

En otras palabras, Sampedro no era un economista marginal, aislado, o un economista de empresa, sino que formaba parte del núcleo duro de la élite profesional. Sin embargo, era una persona de gran curiosidad intelectual y como demostraría posteriormente, expresó su talento en el campo de la literatura publicando con gran éxito de público, ventas y hasta de crítica, numerosas novelas.

Era curiosos verle caminando por el barrio de Arguelles con su pinta de sabio distraído, inmerso quizás en sus pensamientos, y siempre con una especie de sonrisa eterna a flor de labios. Este hombre bueno, querido y respetado, puso sus conocimientos económicos  y humanistas al servicio de las mejores causas.  Y a la crítica de las concepciones al uso y al abuso de la vida económica imperante.

Apoyó con entusiasmo el movimiento de los Indignados y junto a Hessel animaron a los jóvenes a luchar por un mundo mejor, porque otro mundo fuera posible. Ambos nonagenarios, nos han dejado recientemente, pero siempre estarán presentes en todas las personas de buena voluntad  que luchan, desde diferentes ámbitos, por lograr una sociedad más justa para todos.

Sampedro no era un marxista sino un economista crítico, racional, y sin anteojeras. Sin embargo, ha hecho análisis económicos que despejan las dudas sobre la organización económica actual, sus beneficiarios y sus víctimas. Él que conocía tan bien los mercados expresó lo siguiente que nos recordaba recientemente una periodista: “El mercado está en manos de los poderosos. Dicen que el mercado es la libertad, pero a mí me gustaría saber qué libertad tiene en el mercado quien va sin un céntimo. Cuando se habla de la libertad hay que preguntarse inmediatamente: ¿la libertad de quién?”.

También hacía un  símil sobre la libertad y los mercados, decía que una cometa o una chichigua,  si no tiene un hilo y alguien que la dirija se va a la deriva, y termina destruyéndose. Así ocurre si una economía no tiene ninguna regulación,  alguien que ejerza la supervisión, y que sirva para controlar los intereses individuales y de los grupos económicos.

Ese es el papel del Estado y de las regulaciones, evitar que la búsqueda del lucro sin control nos lleve a todos al desastre, en beneficio exclusivo de una minoría cada vez más insaciable y deshumanizada.

El hilo que controla el individualismo posesivo, para una sociedad más eficaz y humana, tiene que ser la búsqueda no solo de la libertad sino de la solidaridad  y una mayor igualdad social y económica.

Profesor José Luis Sampedro,  siempre estarás en nuestros corazones.