Desde comienzos de 1967 acostumbraba  asistir a la misa de los domingos por la mañana en la  catedral primada en compañía de mi amigo Juan Salvador Tavárez Delgado. Dos muchachos nacidos y formados dentro de la Iglesia católica y que pensábamos  abrazar el sacerdocio. Yo era tan drástico en mi supuesta vocación que aspiraba a entrar en laOrden de los Cartujos, fundada por San Bruno en 1084. Los cartujos, monjes contemplativos que ni siquiera hablan,  son la orden que profesa más austeridad en la práctica y a lo largo de su existencia han permanecido en la pobreza.Me gustaba su lema StatCruxdumvolviturorbis (La Cruz estable mientras el mundo da vueltas). Desde los primeros exámenes que me hicieron se vio que yo no daba ni para salesiano, quiero decir, ni para una orden poco rigurosa, con perdón de los salesianos. Mi amigo, por su parte, estuvo un tiempo en el seminario.

Un domingo hacía falta en la catedral alguien que ayudara a llenar los formularios de las personas que iban a ser confirmadas ese día. Nos ofrecimos para la sencilla tarea. Al domingo siguiente el padre Rafael Bello Peguero se nos acercó preguntando que de quién era la letra de uno de los que llenó los formularios y resultó que era la mía. Entonces, me dijo que si yo podía trabajar con él durante el día en  unas investigaciones que realizaba con antiguos libros parroquiales. Otros  jóvenes lo ayudaban, entre ellos el hoy destacado  historiador José Chez Checo.Creo que yo estaba en último año de secundaria, continué  ayudando en la misa como lector y al obispo en las confirmaciones y bautizos que se hacían los domingos. También lo acompañaba a veces a estas  ceremonias fuera de la catedral.

Mientras tanto, dentro del Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC), en el cual militaba como miembro de la organización estudiantil Juventud Revolucionaria Cristiana (JRC), se verificaba un proceso de radicalización, reflejo del movimiento continental de renovación de la Iglesia, que tuvo tres ejes o puntos de referencia:

  • El aggiornamento lanzado por el  Papa Juan XXIII y que tuvo su culminación en el Concilio Vaticano II, concluido en diciembre de 1965.
  • La expresión latinoamericana del Concilio, que fue la conferencia de los obispos del continente celebrada en Medellín, Colombia, clausurada el 8 de septiembre de 1968 y de la cual surgió la Teología de la Liberación.
  • El creciente compromiso de numerosos católicos en la acción política, que significó un viraje con respecto a las épocas anteriores, simbolizado entre otros en el sacerdote colombiano Camilo Torres Restrepo, caído en combate como guerrillero el  15 de febrero de 1966.

La radicalización de la juventud del partido (la JRSC), muchos de cuyos integrantes estudiaban en secreto el marxismo-leninismo,  tuvo su desenlace en el rompimiento con el liderazgo del PRSC,  que se derechizaba al mismo  paso que avanzaba el ala izquierda, desde el final de la Guerra de Abril de 1965. Este desenlace se aceleró tras las elecciones municipales del 16 de mayo de 1968, de modo que la juventud les dejó el partido  a los líderes de derecha como  Caonabo  Javier Castillo, y de extrema derecha, como Alfonso Lockward y Ezequiel García Tatis.El 15 de febrero  de 1970 los jóvenes revolucionarios  abandonamos  el socialcristianismo para fundar los Comités Revolucionarios Camilo Torres (Corecato) como una organización separada del PRSC.

Mientras estuve en la catedral, yo tenía la costumbre de retirarme discretamente  en las ceremonias a las que asistía el  presidente de la República, Joaquín Balaguer, en el momento en que el sacerdote  y sus acompañantes se dirigían donde el  Presidente a saludarlo. Eso de seguro no llamaba la atención de nadie porque mi papel era el de un simple lector.

La  vez que me apreté un poco fue al término de la bendición durante la inauguración de la Exposición Mundial del Libro y Festival Internacional de la Cultura, que también fue la inauguración del edificio que hoy ocupa, entre otros organismos públicos, la Dirección de Impuestos Internos. (Durante muchos años el público conocióeste edificio como Expo-Libro).

Eso fue el 23 de abril de 1970, en medio de la sangrienta primera  campaña reeleccionista de Balaguer,  para los  comicios del 16 de mayo siguiente. Yo llegué acompañando alarzobispo Hugo Eduardo Polanco Brito. El chofer nos depositó, en el Chevrolet Biscayne color crema de monseñor Polanco, en medio del aparataje de seguridad colocado en el sitio de la ceremonia, frente a  la entrada principal del entonces majestuoso edificio, para el momento uno de los más altos del país. Yo cargaba la parafernalia de esta ceremonia: una pequeña estola morada, recipiente con agua bendita y el libro Elenchuusrituum.

Cuando terminó la  bendición, que en esos tiempos era brevísima, no como  ahora que los curas hasta dicen discursos, vinieron los saludos, bastante breves también. Obligado a  dejar  mis escrúpulos a un lado,  saludé a aquel hombre que, como en “La hojarasca” de Gabriel García Márquez “respiraba el hálito inconfundible del poder” y  a quien consideraba descrito exactamente  como decía una consigna popular del momento: “El pueblo lo dice y tiene la razón, Balaguer es hambre, miseria y represión”.