Se nota fácilmente a los defensores de la bochornosa sentencia 168-13 recurrir cada vez menos a la razón jurídica –de hecho a la razón en general– y cada vez más a la amenaza y al insulto (al argumento ad baculum, dicen los libros). Esto suele pasarles a quienes se les agotan los argumentos sanos. No es el único recurso espurio al que se echa mano. Parece que ahora el preferido es este: variar o, mejor dicho, camuflar el tema, es decir, intentar convencer haciendo creer que la idea defendida es una cuando en verdad es otra. Intentar vender gato por liebre.

La idea defendida no es la de que estamos llenos de haitianos ilegales y que esto debe ser regularizado –idea que solo la insensatez atacaría–; la idea defendida, veo que cada vez más vergonzantemente, es la que dice la sentencia de marras: que hay que confinar al limbo a quienes nacieron de padres ilegales desde el mismo 1929. Tan insostenible, desde cualquier ángulo, que era menester enturbiar las aguas, hacer bulla, amenazar hasta de muerte e irse por la tangente. Tan deshonesto como burdo e inhumano el contenido de la disposición.

Pero hay que tratar de entender a esta gente. No hay disfraz nacionalista que no esconda pretensiones trascendentes al simple “amor a la patria”. El primer efecto evidente de la sentencia y del activismo en su defensa es la creación de un clima favorable al poder en ejercicio. Ante todo un estado de confusión en el que los reales problemas nacionales pasen a planos inferiores en la atención de la población. Viene bien, suponen, explotar la natural tendencia de cualquier etnia a resistir cualquier amenaza –real o supuesta—a su identidad. Pero “amenaza” peor debe ser la de perder la propia identidad “a manos” de un pueblo “inferior”. Por siglos, a los dominicanos se nos ha querido hacer ver que la verdadera identidad dominicana lo es por contraste ante lo haitiano: ser dominicano es ante todo no ser haitiano.

Pero todavía esto es parte del disfraz. En los sectores de poder criollo no hay tal anti-haitianismo puro y simple: muy bien que se han sabido siempre entender los ricos y poderosos de aquí con los allá (sobre todo cuando se trata de fastidiar a ambos pueblos). La estrategia principal es la del río revuelto y siembra de enconos entre pueblos, envenenar el ambiente. Ante todo enseñar a los dominicanos que sus miserias y dificultades vienen siendo tonterías en relación al ominoso “peligro haitiano”.

Cómo negar que se ha logrado niveles de éxito en semejante pretensión. Esta pretensión ha corrido pareja con el propósito de “nuestras” propias clases dirigentes de mantener en los más bajos niveles educativos y baja autoestima al pueblo dominicano. Pretender postrar en la cultura política clientelar a la población es la más clara y dolorosa expresión de tal intención.

La sentencia y su defensa porfiada y virulenta corresponden, en fin de cuentas, al plan general de dominación de quienes han gobernado y cogobernado. Son en esencia los mismos que le hicieron la vida imposible a J. F. Peña Gómez, claramente dejado fuera de la nacionalidad dominicana gracias a la perversa disposición.

Casi puede ver desde ya al partido de gobierno y a su Junta Central Electoral, a través de sus oficinas municipales, convertir en negocio político la concesión de cédulas de identidad a miles de “desnacionalizados”, en función de si están o no dispuestos a favorecer con su voto al proyecto continuista morado.

No preguntes para qué da el PLD; la pregunta es para qué no da…