El nivel de tensión en la península de Corea se encuentra en un punto muy alto. Al norte un régimen hermético, beligerante y gobernado por un joven de apenas 30 años amenaza con iniciar una guerra nuclear preventiva. Al sur una recién electa presidenta muestra una actitud robusta frente a las amenazas de su vecino y es apoyada por la maquinaria militar de los Estados Unidos de Norte América. De hecho, un factor que algunos analistas consideran de riesgo es el hecho de que Corea del Sur ha otorgado una considerable autonomía a sus generales para responder a cualquier amenaza del norte. Ello debido a la débil respuesta de Corea del Sur ante el hundimiento de un navío de su fuerza naval de por un torpedo de sus vecinos del norte en 2010, un hecho que generó fuertes críticas al ejército.

Para entender por qué es tan notoria la división de Corea, es menester referirnos a sus orígenes. Estos se remontan al final de la Segunda Guerra Mundial cuando la derrota absoluta del imperio japonés terminó abruptamente su ocupación de la península de Corea. En virtud de un acuerdo auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, la entonces Unión Soviética y los Estados Unidos de Norteamérica se encargarían conjuntamente de organizar la península y administrarla. Luego de fuertes disputas entre las nuevas potencias ocupantes, los  soviéticos ocuparon la parte norte del famoso paralelo 38 y los norteamericanos ocuparon la parte sur.

Así las cosas, en 1948 nacen formalmente la República Popular Democrática de Corea en el Norte de la península y la República de Corea en el sur. Apenas dos años después, con amplio apoyo militar soviético, el ejército de la recién formada República Popular en el norte lanzó una invasión contra sus vecinos del sur apoyados por los Estados Unidos. La guerra concluyó con el armisticio de 1953, que detuvo las agresiones de ambas partes pero nunca se convirtió en un real acuerdo de paz,  solo un cese de hostilidades. Por esto es que técnicamente la península ha permanecido en estado de guerra desde el año 1950.  Aunque el Norte inició con condiciones económicas ventajosas, hoy Corea del Sur es el séptimo exportador más grande del planeta mientras Corea del Norte es tristemente célebre por la malnutrición que afecta a más de un cuarto de todos sus niños y a dos terceras partes de sus 24 millones de habitantes.

Sin adentrarnos en la amplia historia política de ambos países, nos limitaremos a señalar que los distintos caminos tomados por el Norte y el Sur de la península se deben entender en función del cálculo geopolítico estratégico de Washington y Moscú que imperó durante la guerra fría. Hoy, Corea del Norte es uno de los países más militarizados del planeta. Se estima que el gasto de Corea del Norte en su ejército es equivalente a más del 25% del producto interno bruto del país (el más alto como porcentaje del PIB del mundo). Sumado a ello, el ejército de Corea del Norte cuenta con aproximadamente 1.1 millones de soldados en servicio y 8.2 millones en reserva. Más notorio aún es el programa de armas nucleares del régimen Corea del Norte. Desde que el actual líder Kim Jong-Un llegó al poder en abril de 2011, el régimen ha realizado dos pruebas de dispositivos nucleares y logró desarrollar la tecnología balística necesaria para lanzar misiles de largo alcance. Esto sin duda alguna causa preocupación en Washington y Seúl.

En ese escenario, el lenguaje beligerante del Norte adquiere una relevancia importante. No es casualidad que en las últimas semanas los Estados Unidos de Norteamérica haya posicionado un nuevo sistema antimisiles en la isla de Guam y una flotilla de aviones F-22 y B-52, el primero conocido por sus letales capacidades y el segundo por tener la capacidad de transportar y descargar bombas nucleares.

No obstante, nos sumamos a la posición de algunos analistas que ven la actual situación como temporal y pasajera. De hecho, no es para nadie un secreto que una eventual guerra en la península tendría consecuencias catastróficas para todos, pero especialmente para la empobrecida Corea del Norte. Sumado a ello, China tiene un interés estratégico en mantener el status quo en la península: ella comparte una enorme frontera con Corea del Norte que podría causar muchos problemas si el actual régimen  colapsa. Probablemente el lenguaje fatalista y cargado que emana del norte responde más a la necesidad de legitimar el liderazgo de un joven dictador que a la de una real posibilidad de guerra. Sabías fueron las palabras de James Madison cuando señaló que se necesitan enemigos externos para mantener la estabilidad interna. Ojalá esta todavía sea la lógica predominante en Piongyang.