En una entrega anterior nos referíamos a los médicos autorizados en la zona sur de nuestro país. Siguiendo ese tenor, nos encontramos con algunos comentarios expresados por el doctor Rafael A. Miranda en su “Historia de la Medicina”, obra publicada en 1960. Citamos al doctor Miranda: “ La detestable práctica del curanderismo ha sufrido mucha mella entre nosotros, ya porque las leyes castigan severamente a los que se dedican al ejercicio de la profesión sin el exequatur indispensable y además porque el médico bien preparado ha sido un rival poderoso que lo desplaza cada vez más, y tenemos fe absoluta de que no está muy lejano el día de la desaparición total de los embaucadores, botelleros y miradores de orina, que aún quedan engañando a los ignorantes que caen en sus manos”. Todavía en el siglo XXI persisten formas de engaño a la población utilizando métodos no probados cientificamente o sugiriendo tratamientos o cirugías de poca o ninguna utilidad. 

Sigue el doctor Miranda: “ Resultado directo de nuestra vida desordenada y precaria de antiguos tiempos es la práctica ejercida por boticarios de hacer las veces de médicos que aún en nuestros días ( 1960 ) siguen indicando al público el mejor medicamento para tal o cual enfermedad. De igual forma tenemos que hacer la crítica de algunos médicos, que olvidaron la ética profesional para dedicarse al trabajo poco honroso de y muy propio e curanteros haciendo y dando “botellas” de acuerdo al termino usado en el cibao, cayendo así el médico en una desgraciada inversión de las posiciones, el médico convertido en un vulgar curandero.” Opinaba el doctor Miranda que el avance cientifico llevaría a una mejor práctica a nuestros médicos y desde luego que se pagarían los justos honorarios que merecen los médicos.

Particularmente difícil fue la época posterior a la restauración de la República, y refiere el doctor Miranda: “ En beneficio de la gente necesitada que según parece, era mucha por alla por 1875, en la ciudad de SAnto Domingo, el Ayuntamiento decidió nombrar para cada uno de los sectores o cuarteles en que estaba dividida la ciudad médicos que asistían gratuitamente a los pobres de solemnidad que enfermaban en las diversas zonas de la ciudad, pero además resolvió nombrar un boticario que despachara gratuitamente las recetas expedidas por esos médicos. Estas farmacias hacían servicio semanal. El médico expedía las recetas a la presentación de un certificado del alcalde del barrio, visado por el jefe del cuartel, por medio del cual se establecía la indigencia del paciente. Ofrecían servicios los principales médicos de la ciudad en esos tiempos, los doctores Miguel Zayas, Pedro Piñeyro, Pedro Delgado, Manuel Durán y José Ramón Luna. Las farmacias escogidas para el despacho de las recetas fueron la farmacia Dominicana de Juan Bautista Lamoutte, la farmacia de Don Emilianos Tejera, la farmacia de Don Wenceslao Guerrero y la farmacia san José, de Delgado y Compañía, que era la más antigua de la ciudad, ya que se había establecido en 1851 en la calle Separación 53. Esa medida del ayuntamiento benefició a muchas personas que asi pudieron acceder a los médicos y medicamentos que requerían.  Luego esa función y ya en el siglo XX la ofrecían entre otros La sala de socorro, situada en la calle José Reyes, al lado de la Logia Cuna de America. 

Se destacaron de igual forma, en los inicios del pasado siglo, figuras que ejercieron como médicos de pobres, como los doctores Pedro Landestoy, Otilio Sención, Ovidio Matos o Paulino Castillo.

En su libro el doctor Miranda nos ofrece una mirada muy personal e interesante de nuestra medicina.