En los últimos diez o quince años, España ha sido receptor importante para inmigración. Desde África, Europa del este y Latinoamérica venía personal cualificado o no a trabajar a una España montada en el euro y  próspera.

Entre los oficios que mejor se pagaban estaban todos los relacionados al sector de la construcción, desde ayudantes, pasando por oficiales de primera y técnicos, hasta ingenieros y arquitectos. Todos tenían trabajo, todos cobraban razonablemente bien, España se creyó rica.

Hoy a 5 años de iniciada una crisis sin precedentes en la historia reciente de la península ibérica, los niveles de paro laboral en el sector de la construcción son los más dramáticos reflejados en las estadísticas y en los datos que se manejan sobre la tasa de desempleo.

Miles de personas que vieron en la construcción un pasaje al éxito económico y se subieron al carro hoy están buscando la manera de ingresar al mercado laboral luego del pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

España ha sido un país con un nivel de vida medio, nunca rico, aunque siempre con mucho potencial. A España le acompaña una historia llena de hazañas y grandes realizaciones, ha sido la primera en muchas cosas y aún se mantiene en un lugar de importancia en la realidad geopolítica y socioeconómica mundial, pero a cierta distancia por detrás de Francia, Inglaterra, Alemania e incluso de Italia.

El nivel educativo y cultural de España pertenece al primer mundo, sus profesionales tienen una formación sólida con una solvencia técnica demostrada. Un arquitecto español conoce el oficio de proyectar y construir edificios como pocos de sus colegas de Europa. Ese arquitecto medio – sin ser excelente- ha sido formado para que sea una especie de superman, para que maneje cualquier parte del proceso constructivo con pericia total.

Ese arquitecto – el ejemplo se aplica a las ingenierías también- hoy no tiene trabajo. Es el profesional mejor formado en tres generaciones de españoles y hoy no puede proyectar ni un corral de gallinas; tiene que emigrar hacia otros destinos laborales. Cuando hablamos de otros destinos laborales incluimos lugares físicos pero también otros oficios alejados de la arquitectura. Es muy fácil ver a un arquitecto llevando una cava de vinos, administrando un banco, diseñando webs, enseñando física y matemáticas o incluso dirigiendo una floristería. Hay otros que se resisten a abandonar su vocación y aguantan el tipo hasta extremos de cobrar su trabajo a precio de risa.

La otra opción es retomar la ruta de sus abuelos cuando en los años de la guerra civil, la posguerra y la dictadura decidieron hacer sus maletas y salir al mundo en busca de nuevos horizontes. La emigración española de hoy es una emigración que bien podría catalogarse de fuga de cerebros. Gran parte de la mejor cosecha  de las escuelas de arquitectura está intentando por todos los medios echar un pie fuera. Los más aventuremos no se lo piensan dos veces y con mil sueños parten rumbo a Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, América Latina y al mundo árabe de los petrodólares.

Como hemos dicho al principio de nuestra columna de hoy hace diez o quince años el boom inmobiliario, el euro, las oportunidades laborales y en general la calidad de vida atrajo a millones de inmigrantes a España, hoy queda en evidencia que la ruta siempre ha sido de doble sentido y que muchos arquitectos españoles también están buscando visa para un sueño.