Nos venden hoy una historia alternativa que además les conviene. Descalifican nuestros académicos, por supuestos intereses económicos y políticos, o por incapacidad para distinguir entre la verdad y el discurso dominante. Defienden sus afirmaciones con documentos secretos que nadie conoce, y que, aparentemente, luego de 50 años no han sido desclasificados. Pretenden obviar que de las partes interesadas en el asunto, son ellos la primera.

Un día como el 14 de junio, vale la pena hacer memoria y recordar aquella parte de la historia que nuestros revisionistas oportunistas prefieren callar. Recordar por ejemplo que, a la muerte de Trujillo, nuestro país no vivía una situación de bonanza, sino una grave crisis económica.

Recordemos que luego de la expedición de 1959, Trujillo incurrió en gastos que el país no podía permitirse. El presupuesto aprobado para 1959 era de 130 millones USD, de los cuáles 38 para las FFAA. Luego de la expedición se aprobó una partida presupuestaria extraordinaria de 50 millones USD para la compra de armamento.

Después del atentado contra Betancourt llegaron las sanciones de la OEA. Ellas incluían la suspensión de las relaciones diplomáticas de TODOS los Estados miembro con República Dominicana. Además, la suspensión parcial de relaciones económicas (como el embargo inmediato de embarques de armas, de petróleo y sus derivados, y de camiones). Los Estados Unidos decidieron además un arancel especial sobre la compra de productos agrícolas dominicanos, como el azúcar.

La imagen internacional del régimen se comenzó a deteriorar con la muerte de Galíndez, siguiendo por la del piloto Murphy. Con el asesinato de los expedicionarios y de las Mirabal, el atentado contra Betancourt y las sanciones de la OEA, dicha imagen acabó de sepultarse.

El deterioro de la imagen internacional del régimen se tradujo por una caída del turismo. A la vez, la caída de los precios del azúcar, del cacao y del tabaco (principales productos de exportación del país) agravó el problema de la balanza comercial. El temor a la caída de la dictadura llevó a los Trujillo a descuidar la reinversión de las ganancias de sus empresas para enviar dinero al extranjero, en particular a bancos europeos. La clase alta siguió su ejemplo, lo que se tradujo por una fuerte caída de la inversión privada y la devaluación del peso, moneda que había sido estable desde su aparición.

No era posible compensar la fuga de capitales y la caída de la inversión manteniendo a la vez el equilibrio presupuestario. Al ir agotándose las reservas internacionales, el Gobierno impuso un control estricto en las importaciones y congeló la inversión. Se redujo el salario NOMINAL de todos los empleados públicos en un contexto de explosión de la inflación.

La caída de la inversión pública y privada, la inflación, el alto desempleo, nuevos impuestos indirectos y salarios aún más miserables; ésa era la economía dominicana al final de la era de Trujillo. Esa economía de la cual los descendientes no hablan y que el mismo Balaguer denunció luego del tiranicidio.

A esos revisionistas interesados les recuerdo: en 1961, en República Dominicana había hambre.