Las redes sociales pretenden convertir el mundo en un foso de desechos. Más allá de la comunicación rápida entre conocidos, la ignorancia, la desinformación y la deformación de algunos ciudadanos pretenden sepultar lo poco de credibilidad que aún queda en el arte de la comunicación objetiva, balanceada, precisa y creadora.Las palabras se agotan y con ellas parece que languidece el futuro de la humanidad.

Una horda de individuos sin preparación, conocimientos o criterios –amparados por las nuevas tecnologías— buscan imponer a toda costa nuevos parámetros de contactos humanos cimentados en el narcisismo, la superficialidad y el desprecio de las reglas más elementales de la gramática y el respeto a miles de años de conocimientos probados y reconocidos en el arte de la comunicación.

La filosofía del espectáculo tiene subyugado, seducido, a millones de ciudadanos hipnotizados por los “selfies.”En esa macabra deformación personal, muchos intentan dejar de ser lo que son, para ser lo que no serán jamás. De ahí aquí actos tan simples como pintarse las uñas, acicalarse las cejas, modificar el color del pelo o cambiarse la tonalidad de los ojos se han convertido en asuntos de vida o muerte.

Los adictos patológicos a las redes no sienten el presente ni les importa el futuro. Viven una dualidad virtual. Sus emociones, ideas, pensamientos y acciones dependen de verse reflejados a sí mismos en un número limitado de caracteres, lo mismo en Facebook que en Instagram o en Twitter. El grado de inconciencia es tal que ni siquiera la escasa lectura fomenta en ellos el dominio de algún tema con matices profundos, más allá de la ligereza y la superficialidad de su mundo gris, carente de ideas dinámicas.

No resulta extraño en un programa de radio o de televisión escuchar sandeces como “un saludo a mi amiga, Chencha, la Gambá”, hallá en el Hoyo de Chulín; y a mi hermana Hermenegilda, la del salón de belleza, gracias por afinarme el pelo; también a mi hermano y compadre Doroteo, por decir presente cuando había una balsa é gente en el cumpleaños de Yaquelín; también no sigue Sergio, desde Italia, y Enemencia, activa en España. Estamos “cool.”

Desde la Ciénaga hasta Capotillo, pasando por La Zurza, Lengua Azul, Los Mameyes, Guachupita, Gualey, La Cuaba, Los Mina y otros sectores de condición medios y bajos, hasta Naco, Piantini, Los Prados, Arrollo Hondo y Gazcue, para mencionar algunos de “high class”, el panorama es el mismo: una generación de jóvenes imberbes, que pierden horas de sueño para estar al día en el mundo subterráneo de la redes deformadoras, mientras su cerebro se atrofia por segundos cada segundo.

Lo mensajes que circulan entre ellos son intrascendentes. Lo importante es verse reflejado y competir con la presunción de ser más que el otro.Las últimas gafas de moda, el reloj más caro, el auto de moda, el vestido de diseñador/ra más chic, la cháchara y la chercha infinita de sandeces y nimiedades, las cuales alimentan con creces la banalidad, la bajeza, la ignorancia y la chusmeria de sus actores en los que no puede faltar el selfies obligado, la pregunta insípida en una rueda de prensa y la foto de rigor con el Presidente o las estrellas, para presumir ante los demás.

No resulta extraño en un programa de radio o de televisión escuchar sandeces como “un saludo a mi amiga, Chencha, la Gambá”, hallá en el Hoyo de Chulín; y a mi hermana Hermenegilda, la del salón de belleza, gracias por afinarme el pelo; también a mi hermano y compadre Doroteo, por decir presente cuando había una balsa é gente en el cumpleaños de Yaquelín; también no sigue Sergio, desde Italia, y Enemencia, activa en España. Estamos “cool.”

Tanto es así, que muchos de ellos logran viajar al extranjero, un privilegio único en un mundo globalizado que permite compartir experiencias e ideas con otras culturas.Sin embargo, no logran salir del cerco cibernético de la indigencia intelectual y cultural. Han salido del barrio físico limitado, pero la pobreza mental los acompaña donde quiera que van y suele reflejarse en ellos y en todas partes. El uso indebido de la tecnología no les permite superar sus limitaciones, porque no fue creada para ello, sino para encadenarlos en la oscuridad.

En fin, que somos testigos de los esfuerzos ingentes que los ignorantes pretenden para imponer el reino de la mediocridad, así sea al costo de sacrificar a futuras generaciones que podrían hacer la diferencia entre la excelencia y la pobreza, el progreso y el atraso, la virtud y la decadencia, la paz o la violencia, la civilización o la barbarie…