Los actos culturales realizados desde el poder político responden a un doble propósito: Por un lado, concretizar una concepción más o menos sistemática de la cultura y de su difusión. Por el otro, crear en la ciudadanía una percepción política positiva que se exprese como intención de voto en el próximo certamen electoral. Ambos propósitos no tienen que ser excluyentes, pero con frecuencia conforman una tensión de difícil solución.
Por ejemplo, tenemos el caso de la Feria Internacional del Libro. Probablemente, no existe un evento de mayor envergadura para el Ministerio de Cultura de la República Dominicana, tanto por la programación de actividades que implica, la serie de invitados internacionales que conlleva, los recursos involucrados en su realización y la magnitud de su incidencia en el espacio público de la capital dominicana.
No obstante lo anteriormente señalado, ¿podemos decir que La Feria tiene un impacto cultural significativo?
Un evento cultural tiene un impacto significativo si el mismo es capaz de generar modificaciones tangibles y sostenibles a largo plazo en las prácticas culturales de una sociedad. Por ejemplo, si organizamos un programa nacional de educación artística dirigido a la juventud, diremos que el programa ha tenido un impacto significativo si el mismo ha incidido en la transformación de los hábitos y prácticas relacionadas con el arte en dicho segmento poblacional.
Dicho impacto requiere evaluarse a través de indicadores que nos permitan determinar si realmente se ha producido la transformación esperada o sólo se trata de una falsa percepción. Por ejemplo, luego de la implementación de un programa de educación artística podríamos ser capaces de evaluar si el número de consumidores jóvenes que tuvo acceso al programa aumentó su consumo de los productos artísticos medido en visitas a museos, a eventos teatrales, exposiciones de arte, etc.
Del mismo modo, en el caso de la Feria Internacional del Libro tal como la conocemos hoy, podríamos buscar mecanismos para evaluar si realmente el evento provoca un impacto que justifique la magnitud del gasto y el enorme trabajo que representa para quienes de un modo u otro hemos contribuido a su realización.
Por ejemplo, sabemos que el evento implica ventas millonarias de mercancías, pero podemos evaluar cuáles son los productos más vendidos y lo más importante, la naturaleza de los productos. Sabemos que muchas veces aquello con valor desde el punto de vista de la economía no lo tiene desde el punto de vista cultural.
De igual manera, sabemos que a la feria asisten miles y miles de personas, pero, ¿a qué asisten las mismas? ¿Qué consumen y hacen dentro de la actividad?
Si se infiere de los resultados que La Feria tiene un impacto más mediático que real, entonces se impone una reinvención del evento, no sólo en la forma de cómo llevarlo a cabo, sino en la naturaleza misma de cómo concebirlo.
Tal vez ha llegado el momento de intentar abordar estas preguntas: ¿Responde la Feria Internacional de Libro tal como hoy la conocemos a una política cultural integral del Estado dominicano? Es decir, ¿responde a una concepción clara de lo que se entiende por cultura, cómo difundirla durante un periodo de tiempo determinado y a través de cuáles actividades? ¿O acaso se trata sólo de un macroevento aislado que nace un día de primavera para morir rápidamente sin dejar estela? ¿Cuál es el legado real de la Feria del Libro como evento cultural de la República Dominicana?
Tal vez, estas son preguntas molestas, pero los problemas incómodos, como las enfermedades, no desaparecen ignorándolos.