Ya estamos a apenas cuatro días del lunes siguiente al  “domingo de resurrección”, que es el consagrado para  que los periódicos y programas reporten el número final de la cosecha de muertos en accidentes de tránsito y por la exagerada ingesta de alcohol -con buena suerte, solo un par de docenas- que se registra en estas fechas.

La semana es un símbolo de diversos desastres, que no son tan diversos, sino que forman parte de la misma cadena de inoperancia de las autoridades, chillona irracionalidad, atropello, imposición, violencia, falta de educación para la convivencia social y falta de institucionalidad.

Para empezar, es impositivo y anti-democrático, el carácter oficial de unas celebraciones religiosas, en un Estado que debía mantenerse al margen de festividades sectoriales, para desempeñar, con alguna credibilidad, su condición de respetuoso garante de todas las creencias (y simulaciones de creencias) religiosas -y de la falta de las mismas-.

Otro eslabón está conformado por el penoso desempeño de la gente en ambientes recreativos durante los días de asueto. Un gran número se va a las montañas, a las playas y ríos, en unos casos para compartir con su familia o simplemente para divertirse -o para lo que le han inculcado que es “divertirse”, que con frecuencia se parece demasiado a atarugarse de excesos que agreden el entorno y los ponen en peligro, tanto a ellos, como a sus acompañantes y a quien le toque pasarles cerca.

Se ha señalado que la gran cantidad de días festivos -aparte de los correspondientes a fechas patrias, los del calendario católico- paraliza la producción y afecta la escuela y los servicios de salud, entre otros.

Por ejemplo, enfermarse, especialmente en Semana Santa (y en Navidad), sale carísimo, porque los médicos se retiran de las clínicas con mucha antelación. A los enfermos que tienen que ir a los hospitales, sin que sus casos estén contemplados dentro de los “operativos” , y aún estándolo, se los lleva El Diablo.

Muchos médicos privados, se van prematuramente (no desde el jueves, sino desde el lunes o el martes), para que los pacientes que necesiten verlos, tengan que ir por emergencia, lo que multiplica la tarifa, un fraude, que constituye solo una agresioncita secundaria, dentro de la habitual relación abusiva médico-paciente, sobre lo que, la sanguijuela de turno que esté al frente del “ministerio de salud”, no tiene nada qué decir, ni qué hacer.

En contraste con quienes señalan como excesivos e improductivos los días de asueto, se puede hablar del impacto positivo, con el dinamismo del turismo interno, lo que genera una saludable movilización de recursos en ciudades y poblados fuera de Santo Domingo y Santiago y además, en otras circunstancias, no en las actuales, pero potencialmente, podría familiarizar a la población con la diversidad ecológica, arquitectónica, artesanal, musical, culinaria y con la historia, si se contara con algunas políticas públicas -que bien puede tener el auxilio privado- en ese sentido.

Efectivamente, la existencia de varias pequeñas “vacaciones” colectivas en algunos breves períodos durante el transcurso del año, sería positiva en esos y otros aspectos, siempre que se establezcan como vacaciones, o como festividades patrias, no como parte del  calendario litúrgico, detalle este último, que afecta derechos constitucionales y siempre que se registre alguna transformación social que revierta esta animalización compulsiva.

La semana “santa” es grotesca, con su obligado conteo de cadáveres su acoso religioso.

Una de las patologías político-sociales más graves del país es la dimensión patética, y depauperada de lo recreativo, que se puede ilustrar perfectamente con los disparates  de Roberto Salcedo.

Este ha organizado una mayúscula contaminación ambiental y una dilapidación de agua, nada más y nada menos  -según explicaron ellos mismos- que de las reservas de emergencia con que cuentan el cabildo y los bomberos, por si se desencadena algún incendio de particular envergadura en la capital dominicana.

La actividad coincide con el anuncio de que ante la aguda escasez de agua, la policía va a salir a la calle a apresar a quienes la estén “malgastando”, según el criterio de ellos y sin que se sepa en base a qué leyes, aunque alguien explicó en Facebook, que de seguro no es en base a las leyes que permiten que se arruinen las aguas de Cotuí y de la Presa de Hatillo, lavando oro con cianuro, a beneficio de la Barrick Gold y de Leonel Fernández, ante los ojos de Danilo, quien reclama una parte de los cuartos, pero mira con absoluta indiferencia, los destrozos al medio ambiente.

También se puede  pasar por “La Confluencia” de los ríos Yaque y Jimenoa, en Jarabacoa, para ver un ejemplo, de lo repetido a todo lo ancho y largo de la geografía nacional y para constatar la dimensión de esta debacle y la reducción a que ha sido sometido un pueblo embrutecido y aturdido deliberadamente, desde el gobierno.

Aquí, van a llegar, el 100 por ciento armado, todos los carros del mundo y como medio millón de motores, todos sin espejos y sin mufflers -y los conductores sin casco-.

Si alguien necesita cocaína, tiene que preguntarle a los policías, que si no son ellos los suplidores, saben todo lo que se mueve.

Parte del desastre será la gran cantidad de vehículos y de gente que con, o sin licencia, no debía tener permiso para abordar ni un triciclo y la falta de un sistema de transporte colectivo, que lo han financiado varias veces y siempre acaban robándoselo.

Cada visitante tendrá llevará su propia música, a todo volumen, igual que los ranchetones del entorno, que se mantendrán llenos hasta la tapa, sirviendo alcohol sin límites, (aún a quienes estén al borde de entrar en coma) pescados y chuletas fritas con tostones, yaniqueques, berenjenas rebosadas con huevo y arepa de maíz, dulce y amarga, como usted la prefiera. Las señoras encargadas de limpiar las dos bañitos (¿Con desagüe en el río?) andarán al garete. No se si aparecerán otros inodoros portátiles, pero lo dudo. Lo más prudente es tener especial cuidado donde se ponen los pies.

En los ranchetones formarán una barahúnda infernal, por un lado, Wisin y Yandel, en otro Omega y en el de más allá, Anthony Santos, mas seis bachatas distintas y aparte de Pitbull.  En distintos sitios se alcanzarán a ver unos caballos de ojos desorbitados, disponibles para alquilar y dar paseos -no se sabe por dónde, porque ahí no cabrá un alma-.

Se van a encaramar unos encima de los otros y la gente entrará a los ríos con galones de ron, cerveza y whisky, dejando a los niños básicamente al cuidado de Dios,  a quien se le va a meter una jaqueca. Tomará un Diazepán y se acostará a dormir, al borde de un ataque de nervios…