Consumidos por embotellamientos inacabables, los transeúntes y conductores de Santo Domingo pasamos por alto que nuestra geografía urbana es un enjundioso libro que nos habla de las prioridades que han tenido nuestras élites y sus dirigentes. Ahora que estamos en celebración del sexagésimo aniversario ajusticiamiento de Trujillo, los invito a dar un paseo que ilustra esta afirmación.

Podemos empezar frente a las ruinas de lo que fue el restaurante  más elegante por mucho tiempo, el Vesuvio, con “v” las dos veces porque los dueños eran italianos y escribían el nombre de este volcán en su idioma, dato que desconocían los españoles que visitaban el país y creían que los ignorantes eran los residentes locales. Al lado de ese restaurante estuvo la casa de un funcionario que realizaba labores administrativas dentro del complejo tinglado de empresas cuyo régimen de propiedad se confundía entre personal y nacional. O, dicho en términos de un aspirante a sociólogo, donde el gobernante confundía patria con patrimonio.  Más adelante, unos locales que también tuvieron cierto esplendor en el pasado y unos terrenos baldíos que ahora albergan minúsculos apartamentos que no parecen estar alquilados todo el tiempo.

Se llega a una curva donde han muerto muchos borrachos regresando de las fiestas y quedamos frente al Banco Agrícola, institución específicamente creada para atender las necesidades financieras de la agricultura.

Al lado está la antigua Hacienda Michelena, construida por cubanos productores de azúcar que se refugiaron aquí huyéndole a la guerra entre nacionalistas y españoles a finales del siglo XIX y que luego fue incautada por Trujillo para mantenerla como su lugar de residencia durante unos años.  Esta ubicación muestra mejor que cualquier gráfica en power point el peso de los negocios agrícolas en los años cuarenta y cincuenta.  Una de las casas más lujosas había pertenecido a cultivadores de caña y la sede del banco más importante le quedaba justo al lado.  Actualmente, en ese edificio se aloja al Ministerio de Relaciones Exteriores.  En su época de Vicecanciller, entre 1996 y 2000, Minou Tavárez Mirabal dijo en una entrevista que no creía que el fantasma del tirano rondara por esos espacios. El fantasma tal vez no, pero su figura proyectó durante mucho tiempo una larga sombra sobre las relaciones de la República Dominicana con el extranjero.  Recientemente, en ocasión de una reunión de la CELAC  cuando el país ocupaba la presidencia pro témpore de ese organismo,  el partido en el gobierno decidió hacerle un anexo para poder acoger todas las reuniones en un solo edificio y el resultado final parece heredero de la arquitectura soviética. Nada en el diseño hace pensar en las brisas del Caribe o en la inclusión de elementos multiculturales, no. La inspiración de los arquitectos parece haber estado del lado de los totalitarismos.

A continuación, nos topamos con un hotel que considero emblemático de la transición de la economía dominicana de agrícola a de servicios turísticos.  Fue construido a principios de la década de los setenta por la compañía azucarera Gulf & Western, con diseño interior de Oscar De la Renta y donde se celebraron muchas, muchas bodas y tenía dos bares famosos “Las Palmas” y “Marrakesh”.  Más o menos en esos mismos años, la Gulf&Western empezó a usar la parte más cercana a su central azucarero en lo que se convirtió en la primera urbanización para recreación y turismo de lujo: Casa de Campo.  La hija del principal accionista de esa empresa estuvo casada durante unos 20 años con el dirigente político Hatuey De Camps, hasta que él falleció en el año 2016, para convertirse póstumamente en el padre del Ministro de Trabajo actual.

La avenida Lincoln separa símbolos de la presencia de dos de los tres países que más han tenido influencia en la República D. De un lado está el que acabo de mencionar, representante de la fuerza económica norteamericana, y del otro lado está lo que fue el pabellón de España durante la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre (1954), más tarde transformado en local del mejor colegio jesuita para varones, hoy día de matrícula estudiantil misericordiosamente mixta.  El  próximo edificio notable es la iglesia que Trujillo mandó a construir para la misma feria y que dedicó a los Santos Rafael y Eugenio, en honor a sí mismo y al nombre de pila de Pio XII, quien era el Obispo de Roma en ese momento. Por ironías de la vida, es en esta iglesia donde se celebran las misas en honor a los expedicionarios caídos entre el 14 y el 19 de junio de 1959 en la última gran expedición contra la dictadura, que no derrocó el régimen pero logró galvanizar a tanta gente que su nombre se adoptó para un movimiento subversivo y clandestino, eventualmente un partido político, que intentaba defender la democracia.

Justo al lado viene el edificio que aloja al Colegio de Periodistas y, detrás, el monumento mausoleo erigido para honrar la memoria de  los citados héroes expedicionarios y razón por la cual la iglesia que Trujillo hizo edificar en su propio honor se ha usado durante más de cincuenta años para recordar a los que se opusieron a él.  Inmediatamente después está “la bolita del mundo” que era uno de los puntos focales de la Feria de la Confraternidad.

Más adelante está el antiguo Teatro Agua y Luz, diseñado por Carles Buigues i Sans, otra demostración de los delirios de grandeza que se daba el dictador y hoy día totalmente abandonado desde hace años, aunque bajo administración de una empresa propiedad de Miguel Vargas Maldonado, encargada de remozarlo. Temprano en las mañanas era posible ver ahí el final de una inmensa fila de haitianos buscando regularizar su situación porque no muy lejos está una de las oficinas administrativas que forman parte del calvario que hay que recorrer para entrar dentro de la legalidad migratoria. En perfecta consonancia, no muy lejos se encuentra la Dirección General de Pasaportes y, si uno persevera la suficiente, encuentra el lugar donde el 30 de mayo de 1961, con el ajusticiamiento del tirano, empezó el final de la dictadura.