Dentro de la violencia que nos rodea, naciones y pandillas juveniles son fenómenos que coexisten con otros tipos de delincuencia. Los adolescentes que integran pandillas son víctimas de una sociedad que impone su violencia sobre los demás.
De entrada, es bueno aclarar que no todos los grupos en conflicto con la ley son pandilleros. Sin embargo, una de las características de los integrantes de una pandilla es pretender demostrar su valentía, su poder y su hombría por medio de robos, asesinatos y tráficos.
Estas manifestaciones son expresiones de la violencia cotidiana que impera en nuestros barrios marginados a la cual, quienes trabajan con la juventud deben ponerles atención. Tienen ramificaciones e impacto en sectores cerrados, promiscuos, donde todo permea a niños, adolescentes y con creces a una juventud desertora de la escuela, ociosa y sin esperanzas. Las pandillas juveniles manipuladas por adultos existen en las escuelas, colegios, universidades, barrios y, a final de cuentas, en más lugares de los que pensamos.
El pandillerismo se manifiesta como una subcultura urbana, multifactorial, donde se mezclan el consumo de drogas, la violencia, y el crimen. No es nada nuevo y tienen antecedentes en las mafias y gangs norteamericanos de los años veinte. En América Latina tienen como punto de partida las cárceles norteamericanas donde los latinos tuvieron que aprender a sobrevivir.
Dentro de las pandillas más famosas que operan en la República Dominicana están Los Trinitarios, los Rastafary, los Metálicos 666, los Emos, los Latin Kings, Blood y Sangre Latina, Crips y Amor y Paz y Forty Two. Algunas de estas agrupaciones pueden tener hasta 300 miembros repartidos en barrios y municipios. En su mayoría están constituidas por varones aunque algunas enrolan muchachas.
Para identificar a sus miembros utilizan tatuajes, colores, collares, vestimentas y señas secretas. La entrada en una pandilla se sella con juramentos y pactos de sangre inviolables. Quienes los violan sufren castigos que pueden ir desde la tortura hasta el asesinato: no se sale a las buenas de una pandilla. Ahí hay un gancho que mete muchos de nuestros jóvenes en peligro de muerte sin ellos percatarse del riesgo
Los miembros se consideran como una familia y esa pertenencia da un sentido a las vidas de sus integrantes. Se reclaman de valores masculinos y guerreros anclados en nuestra sociedad machista, donde el porte de armas es un valor varonil, a tal punto que el jefe de la Policía ha declarado que no se puede desarmar la población civil para que esta se pueda defender de la inseguridad reinante. Así, muchos jóvenes sustituyen de manera casi natural una forma de violencia social, familiar, barrial por otra todavía más dañina, en una extensión o modificación de la cultura ambiente.
En una sociedad donde imperan los abusos, los castigos severos de padres y educadores, la violencia intrafamiliar, la falta de valores, el no acceso a servicios psicológicos adecuados, el descuido de los graves problemas psicosociales, unirse a una pandilla es una forma de levantar la autoestima y de construirse una forma de superioridad.
A todo lo anterior se agrega la incertidumbre de un futuro sin esperanzas, la necesidad imperiosa de conseguir los productos de una sociedad de consumo que toca a las puertas del hogar más miserable. También, la impunidad y el poco valor acordado a la vida, generan una angustia existencial permanente, caldo de cultivo que confunde una juventud abandonada.
Por otro lado, la ropa, la música, los grafitis y las señas de los pandilleros son muy llamativos para jóvenes aburridos y ávidos de signos distintivos. Los pandilleros llegan a ser héroes cuyos modales son dignos de imitación y numerosos jóvenes, pobres, llevan cierto tipo de ropa, aretes, tatuajes, largas cabelleras que los hacen de inmediato objeto de sospechas y de persecución policial.
El aspecto de "gánster" se ha vuelto común en la cultura popular y muchos adolescentes pueden divertirse usando identificadores populares de pandillas sin ser miembros de una de ellas, así como jóvenes pandilleros pueden tener escondidos de sus familias los collares y otros artefactos que usan en grupo siendo ultimados sin que familia ni vecinos se hubieran percatado de cambios en la vida y conducta aparente del menor como pasó últimamente en Villas Agrícolas.